Reinaldo Santana
Hace casi 20 años, Fidel Castro inauguró en La Habana el segmento de alto nivel del VI Período de Sesiones de la Conferencia de las Partes de la Convención de la ONU de Lucha contra la Desertificación y la Sequía.
En su documentada e ilustrativa intervención,
el líder histórico de la Revolución cubana se
refirió a la ciega, inexorable y
acelerada marcha humana hacia la destrucción de las bases naturales de su
propia vida.
Ninguna
otra de las miles de generaciones que precedieron a la actual conoció tan
amargo riesgo ni cayó sobre alguna de ellas tan enorme responsabilidad, aseveró.
Fidel removía de nuevo la conciencia ambientalista
del mundo, como lo había hecho 11
años antes en su histórico discurso
de Río de Janeiro en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y
Desarrollo, el cual inició con una sentencia aún vigente: “Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la
rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre”.
En
La Habana, ante jefes de Estado y de Gobierno, otros dignatarios, científicos,
ambientalistas y expertos de decenas de países, el excelso estadista caribeño consideró
interrelacionadas las disímiles
tragedias sufridas por miles de millones de personas en el orbe.
“Todo
se asocia. Analfabetismo, desempleo, pobreza, hambre, enfermedades, falta de
agua potable, de viviendas, de electricidad; desertificación, cambio de clima,
desaparición de los bosques, inundaciones, sequías, erosión de los suelos,
biodegradación, plagas y demás tragedias harto conocidas son inseparables”,
remarcó el preclaro líder revolucionario.
A
casi dos décadas de exponer aquel desolador panorama, la situación es peor aún.
Actualmente, se desperdicia la tercera parte de los alimentos del mundo,
y el 56 por ciento se genera en los países industrializados. De seguir esa
tendencia, será necesario aumentar la producción de alimentos en 50 por ciento para
satisfacer la demanda de nueve mil millones a 10 mil millones de terrícolas en 2050, fecha para la cual harían falta cerca
de tres planetas Tierra que proporcionen los recursos naturales para mantener
el estilo
de vida de la humanidad.
El Fondo Mundial para la Naturaleza,
que cada dos años hace una “radiografía” del orbe, en el informe
Planeta Vivo 2020 señala que las actividades antrópicas han ido degradando y destruyendo
de forma creciente los bosques, praderas, humedales y otros ecosistemas
importantes, amenazando el propio bienestar de la civilización moderna.
Hasta el 75 por ciento de la superficie terrestre no cubierta de hielo
ha sido significativamente alterada, ilustra el documento.
Ante
ese alarmante horizonte, ¿tendrá la especie humana tiempo y capacidad para
reaccionar y revertir tal declive?
El
propio Fidel, en aquella reunión en La Habana, expresó su convicción de que,
para encarar tamaña empresa, la tarea más
urgente era crear una conciencia universal, llevar el problema a la masa de
miles de millones de hombres y mujeres de todas las edades, incluidos los
niños.
“Las condiciones objetivas y los
sufrimientos que padece la inmensa mayoría de ellos crean las condiciones
subjetivas para la tarea de concientización”,
remarcó.
Aclaró
que, sin educación, no podía haber la necesaria y urgente concientización de la
que hablaba, propuesta sumamente viable, si se destinaba a ella una ínfima
parte de los fondos que la humanidad destinaba a gastos militares.
Fidel
criticó el atroz sistema económico impuesto al mundo, la despiadada
globalización neoliberal, las imposiciones y condicionamientos con que el Fondo
Monetario Internacional sacrifica la salud, la educación y la seguridad social
de miles de millones de personas; la forma cruel en que, mediante la libre
compraventa de divisas entre las monedas fuertes y las débiles monedas del
Tercer Mundo, le arrebatan a este fabulosas sumas cada año.
También
estigmatizó la política de la Organización Mundial del Comercio, “al parecer
diseñada para que los países ricos puedan invadir al mundo con sus mercancías
sin restricción alguna, y liquidar el desarrollo industrial y agrícola de los
países pobres, sin más futuro que suministrar materias primas y mano de obra
barata”.
El
entonces presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de Cuba denunció,
igualmente, las consecuencias que, para
los países pobres, tienen los Acuerdos de Libre Comercio; la monstruosa deuda
externa, que en ocasiones consume hasta el 50 por ciento de los presupuestos
nacionales, absolutamente impagable en las actuales circunstancias; el robo
de cerebros, el monopolio casi total de la propiedad intelectual y el uso
abusivo y desproporcionado de los recursos naturales y energéticos del planeta.
“La
lista de injusticias sería interminable. El abismo se profundiza, el saqueo es
mayor”, sintetizó Fidel.
Bajo
los designios y la ideología de un orden económico diabólico y caótico -alertó-,
las sociedades de consumo en cinco o seis décadas más habrán agotado las
reservas probadas y probables de combustibles fósiles y habrán consumido en solo 150 años lo que el planeta tardó 300 millones
de años en crear.
“Tal
orden económico y tales modelos de consumo son incompatibles con los recursos
esenciales limitados y no renovables del planeta y con las leyes que rigen la
naturaleza y la vida. Chocan también con los más elementales principios éticos,
la cultura y los valores morales creados por el hombre”, significó Fidel.
Sin
embargo, aun frente a tan calamitoso porvenir y ante retos tan elevados, levantó las banderas del optimismo, de la
confianza y la fe en la civilización humana.
“Continuemos
sin desaliento ni vacilación nuestra lucha, profundamente convencidos de que, si
la sociedad humana ha cometido colosales errores y aún los sigue cometiendo, el ser humano es capaz de concebir las más
nobles ideas, albergar los más generosos sentimientos y, superando los
poderosos instintos que la naturaleza le impuso, es capaz de dar la vida por lo
que siente y lo que piensa. Así lo ha demostrado muchas veces a lo largo de
la historia.
“¡Cultivemos
esas excepcionales cualidades y no habrá obstáculo que no pueda ser vencido, y
nada que no pueda ser cambiado!”, concluyó.