Cirilo Villaverde o Cuba a lo largo del camino (I parte)

Ya he contado en alguna parte, y quiero recordar ahora, en el aniversario 2010 del nacimiento de Cirilo Villaverde, que hace décadas, cuando yo era una estudiante del preuniversitario, una profesora de Español y Literatura nos dijo en clase que Cecilia Valdés era una floja novela decimonónica cubana, con personajes esquemáticos y sin vida.

Cuando llegó el momento de examinar aquel semestre de la asignatura en cuestión, yo quise defender un libro que recordaba como una de mis más interesantes lecturas de infancia, pero no me atreví. Escribí lo mismo que la profesora había dicho, obtuve un 5 (puntos) muy tranquilizador y me fui para mi casa sintiéndome un ser miserable y profundamente hipócrita, porque pensaba todo lo contrario.

Y aún hoy, sigo creyendo que Cecilia Valdés no solo es una de las grandes novelas que se han escrito en Cuba, sino una de las más logradas en la narrativa hispanoamericana, muy por encima de La vorágine y Doña Bárbara, por solo ofrecer dos ejemplos, a las que aventaja ampliamente en calidad de escritura y veracidad y solidez en la creación de caracteres, además de por el valor gnoseológico en su carácter de fresco de una época.

No abunda la narrativa latinoamericana en personajes tan bien concebidos y estructurados como la Cecilia de Villaverde, la bella mulatita chancletera de temperamento apasionado y sin otra ambición que ascender en la escala social, para salir del mundo de miseria, negritud y mulatería en que nació.

¿Que Cecilia como ser humano es poca cosa? Es cierto, y la vida demuestra cada día que la sociedad abunda en seres simplísimos que apenas si se interesan únicamente en la sobrevivencia cotidiana, a quienes uno observa con la desalentadora sospecha de que no tienen alma ni espíritu, y son apenas cuerpos animados y llenos de apetitos que les obligan a moverse con un alto grado de espasticidad dentro de la rutina cotidiana, en una sola y elemental dimensión.

Hay que admitirlo: no pocos carecen de profundidad y de un mundo interior, habitan en la superficie de su piel porque no poseen nada más, ninguna otra hondura. (Gina Picart. Foto: Universidad Complutense de Madrid)

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