Siempre he tenido la impresión (en
muchos casos convicción) de que eso que se ha dado en llamar “plural de
modestia” debería a veces, en honor a la verdad, llamarse plural de cobardía. Y
en estos días, ciertos sucesos ocurridos en torno al concierto de Pablo Milanés
en La Habana han reafirmado en mí esa creencia.
Tengo en mi cuenta de Facebook
escritores, artistas de la plástica, editores, poetas, amigos de los muchos
años y personas a quienes no conozco, pero son brillantes. Lo pienso mucho para
aceptar peticiones de amistad, así que no sé “de qué callada manera” se me
adentró en mi lista de amigos una señora que dice ser poeta y publica sus malos
versos, acompañándolos de un perfil falso donde aparece como una preciosa joven,
que no es, y los adorna con fotos, costumbre que ningún poeta verdadero adopta,
porque la buena poesía no necesita de la imagen para fortalecerse. No imagino a Martí poniendo una foto de
Carolina Otero en traje de gitana, con mantón de flecos, castañuelas y peineta
de plata para ilustrar La bailarina española. Pero bueno, parece… que
para muchos está de moda la cursilería intelectual.
El caso es que esa señora, días antes
del concierto de Pablo y cuando las redes estaban exaltadas por las entradas vendidas
a un público que llevaba muchas horas esperando, en un teatro como el Nacional,
y se alzaba unánime el clamor para que el concierto fuera celebrado en algún
espacio abierto con entrada libre, publicó en su muro una diatriba, en la
cual exigía que el trovador no cantara en ningún sitio de Cuba, porque su
presencia en la isla en estos momentos era “una provocación”, y que al enemigo
no había que concederle “ni un tantico así”. Todos saben que esta es una
expresión del Che.
No me pude contener y le respondí. Pablo es uno de los más representativos artistas cubanos, y si el Gobierno de Cuba no ha encontrado motivos para impedir su entrada al país, es porque no existen esos motivos. Pablo es un artista amado por el pueblo de Cuba, y no digo que todos tengan que gustar de su música, pero la abrumadora mayoría de los cubanos sí gustamos de ella, no solo porque para muchos de nosotros los fundadores de La Nueva Trova y sus canciones son parte inseparable de nuestras vidas, sino porque los cubanos sabemos reconocer dónde hay un gran músico y Pablo es uno muy, muy grande.
A los cubanos, Pablo les habla en un idioma sencillo, entrañable, sobre
sentimientos, sobre ética, sobre la pasión del amor, y le agradecemos que jamás
haya prostituido su música ni sus letras, rebajándolas a utilizar, para vender
en el mercado, expresiones chocantes ni falsamente eróticas. Pablo siempre
elegante, siempre fino, siempre profundamente sensible, humano.
Le recordé a la señora que, aunque su
propia “poesía” es realmente mala, nadie en Facebook se opone a que la
publique, tiene muchos seguidores y a lo mejor hasta alguna editorial le ha
publicado un libro. No lo sé, porque hasta aquel día yo no la conocía. Y como
la señora, sin ninguna gallardía, quiso acreditar sus opiniones retrógradas y
extremistas preguntándome si yo no había visto en las redes los montones de
cubanos (fantasmas) que se oponían a que Pablo cantara, actitud que se llama usar
el número como recurso para ganar discusiones cuando no hay mejores argumentos,
le pedí que no se erigiera en vox populi, expresión latina que significa voz del pueblo o popular. La
expresión latina completa es Vox populi vox Dei (Voz del pueblo es
voz de Dios).
Le dije que yo había publicado una
entrevista a Cintio Vitier sobre el músico hispano-cubano Julián Orbón, uno de
los más grandes compositores sinfónicos de Hispanoamérica y creador de la idea
de unir música y letra para crear La Guantanamera, nuestro “segundo
himno nacional”, entrevista a la que titulé La música inocente”, porque
fue Cintio quien me enseñó que por extremistas y miedosos como ella, Carpentier
omitió de su libro La música en Cuba el capítulo que debió escribir
sobre Orbón, quien compuso en nuestro país la mayor parte de su obra, con lo
que nuestra cultura perdió para siempre la oportunidad de ostentar esa joya
artística de valor inestimable que es la obra de Orbón.
Y aquí es donde entra ese falso plural de modestia, ese nosotros
creemos, nosotros queremos, nosotros exigimos, nosotros
condenamos, etc., cuando no se trata más que de unos cuantos individuos
(probablemente solo uno) quienes usan ese plural
para crear impresión de número avasallador, porque no se atreven a hablar en su
único y propio nombre, en especial cuando lo que están diciendo va en contra de
la opinión de un país. Ese es el plural de cobardía.
La modestia es una virtud que, desgraciadamente,
la señora en cuestión no posee, como ninguno de los que aplican esos métodos
sucios para ganar discusiones, como el de acusarme de “ser una confundida o que
se deja confundir”. No lo soy. Los 10 mil espectadores que acudieron al
concierto de Pablo al aire libre son una respuesta definitiva para esta señora
extremista u oportunista, pues cualquiera de las dos pueden ser sus
motivaciones. Yo no necesito demostrarle nada. No siempre nobleza obliga.
Nadie con verdadera DIGNIDAD, virtud que José Martí siempre quiso que los
cubanos cultiváramos, debería usar un plural de cobardía para acreditar sus
ideas. Nadie debe esconderse detrás de otros,
reales o fantasmáticos, para expresar su sentir. Se tiene un criterio o no se
tiene, se piensa con la propia cabeza, no con la del “número”. Lo que yo digo
no tiene valor por repetir lo que dicen otros, sino por ser aquello en lo que
creo y soy capaz de defender con argumentos sinceros, inteligentes y válidos. Y
con todo mi coraje.
Esa señora, que no conoce a Orbón y me
temo que también ignora la existencia de Orígenes -¿me pregunto si sabrá un
poco de latín…?-, no tuvo el valor de dejar mi respuesta a la vista de sus
seguidores en Facebook, y corrió veloz como una centella a borrar de su muro
mis palabras, anunciándome de inmediato y muy oronda: “La he bloqueado y bien
bloqueada”, algo que me divirtió mucho.
A esta señora que propone al público
natural de Pablo que execre al artista en aras de no sé qué deducciones
deformes y argumentos distorsionados y tontos, yo le recuerdo que arengar a un pueblo para que olvide sus
raíces más recónditas y todo aquello que forma parte de su identidad cultural,
puede que no sea un delito oficialmente castigado por la Ley, pero es una
traición al sentimiento de nación.
Mi consejo para esta señora que dice
formar parte de algo que no conoce, la cultura, es que lea el comentario del
periodista Pedro de la Hoz recién publicado en Granma, y también una entrevista
que acabo de encontrar en internet a una de nuestras más célebres cantantes y
compositoras, Miriam Ramos, y se fije muy especialmente en el párrafo final:
Actualmente existen muchas posibilidades de estudiar y dar a la cultura la importancia que tiene, un artista inculto es una paradoja insostenible; usted no puede hacer cultura siendo inculto, […] si no crece como ser humano no puede crecer como artista. (Gina Picart. Fotos de Granma y Cubadebate)