Las sucesivas etapas de la historia de las compras en la ciudad de La Habana parece que pudieran identificarse por las posturas que adoptaban las compradoras frente a la mercancía.
Veamos si no cómo hubo en la segunda mitad del siglo
XIX un tiempo largo, por cierto, en que las señoras se acercaban a las tiendas
en sus coches lujosos y no se bajaban de ellos, sino que se quedaban sentadas
muy tranquilas curioseando y decidiendo qué comprar entre toda la mercancía que
los solícitos dueños de los comercios les llevaban hasta los asientos de cuero.
Esa práctica fue cambiando, y como en una sucesiva
atracción curiosa, las mujeres fueron
acercándose cada vez más a las bellezas que deseaban adquirir, y las posturas
de compradora fueron transformándose en un proceso cultural de lo más
interesante.
He tratado innumerables veces de armar en mi cabeza la
imagen de cómo era el centro comercial de La Habana de fines del XIX y
comienzos del XX. Parece que su corazón latía entre las calles del Obispo y O’
Relly.
Debo recordar que hubo una época en
que la cultura de los norteamericanos no valía gran cosa en nuestra capital, y
La Habana era un lugar completamente europeizado, donde se hablaba francés entre las
clases altas, y no inglés, como sucedió más tarde cuando la burguesía tomó el
lugar de las clases aristocráticas en el Gobierno del país.
Cuando uno pasea por la calle del Obispo, puede ver la
importante obra de restauración llevada a cabo hoy en sus antiguos inmuebles
por la Oficina del Historiador de la Ciudad.
Si en los últimos años del siglo XIX y los primeros
tiempos de la República esta calle que va a morir en un mar rodeado de palacios
fue un auténtico emporio de elegancia y glamour, con el paso de las décadas y el incremento de la presencia
norteamericana en la Cuba, fue cediendo sus blasones a otras áreas de la ciudad
donde se alzaron de la noche a la mañana las famosas tiendas por departamentos,
como Ultra, Flogar y El Encanto, características de la cultura norteña y del
american way of life.
Hoy, ni siquiera los actuales trabajos de restauración
pueden darnos una idea de cómo fueron la calle del Obispo y otras aledañas en
aquellos tiempos inaugurales, cuando comprar era un arte exquisito que marcaba
distinciones sutiles entre las diferentes clases de la sociedad habanera.
Siempre que intento imaginarme cómo era la calle del
Obispo en el ayer, tengo que acudir a unos fragmentos de cierta obra de José
Lezama Lima, donde este gran escritor describe la calidad singular de la luz
que señorea en su orbe naciendo de la espuma del mar y subiendo, como un
auténtico personaje de novela, por entre sus balcones y recovecos y enredándose
en los graciosos guardavecinos hasta fundirse con los clarores menos poéticos
del Parque Central.
Lezama imaginaba a los reyes de la baraja, seguidos por su colorido séquito, ascendiendo desde la costa con andares majestuosos, bañados por esa iluminación entre difusa y opalina, propia de las 17:00 (hora local) o de los amaneceres doradizos y rosáceos que confieren a esa parte de la ciudad vieja un encanto único, vetusto y al mismo tiempo romántico y eterno. (Gina Picart)