Muy lejos estaba yo entonces de imaginar
que, ya en la secundaria, decidiría estudiar en la Academia de Artes Plásticas
San Alejandro y sería alumna suya.
Sí
recuerdo que, habituada como estaba a las preciosas ilustraciones realistas a
color de los cuentos de hadas y a las ilustraciones en blanco y negro de esos
mismos libros, con una fuerte influencia Art Nouveau del gran ilustrador inglés
Audrey Beardsley, las líneas algo hieráticas y el dibujo plano de aquellos
tomos quijotescos no me gustaron nada.
Y
llegó el día en que me presenté en aquel lugar que sigue en mi memoria como un
mundo absolutamente mágico, y Moreira fue uno de mis profesores de dibujo.
Lo
recuerdo como una figura del Greco, tan alto, delgado y pálido como el conde de
Orgaz, con una cerrada barba negra y su inseparable sombrero.
Con las muchachas, fue siempre muy
respetuoso y considerado, aún en casos como el mío que, habiendo elegido la Pintura
como especialidad, carecía por completo de habilidades para dibujar porque no
veía los volúmenes, todo lo contrario de lo que me ocurría en Escultura, donde
me destacaba precisamente por verlos demasiado bien, fenómeno que llamaba mucho
la atención del claustro de profesores y nadie se explicaba.
Mientras
algún que otro profesor, cuyos nombres cayo por la mucha agua que ha pasado desde
aquellos tiempos bajo el puente, pero sobre todo porque tenían razón, me
dijeron crudamente que yo carecía de talento para la pintura y el dibujo y
debería “irme con mi música a otra parte”, Moreira se sentó conmigo una tarde
debajo de una de las muchas estatuas que adornaban la escuela, y dando muchas
vueltas, con gran delicadeza, me hizo ver que mi verdadero lugar no estaba con
pinceles y tubos de óleo, sino en el barro del aula de Escultura, y me recordó
las escultoras cubanas que han brillado en nuestra historia de la plástica. Me
habló largamente de Rita Longa, de Gilma Madera, y me aseguró que estaba
convencido de que yo podía llegar a ser como ellas.
La decisión no fue difícil para mí,
porque, aunque yo amaba la pintura con pasión, sentía sensaciones físicas casi
eróticas cuando hundía mis manos en el barro fresco, al extremo de que, desde
el primer día que pisé la escuela, el profesor Fausto Ramos, al ver con la
firmeza que yo hundía mis manos en la tina de aquel fango húmedo y lleno de
piedrecitas, sin una sola mueca de asco, se me quedó mirando y vaticinó: “Tú vas
a ser escultora”.
Su
vaticinio, desgraciadamente, no llegó a cumplirse, porque en cuanto pasamos en
tercer año del barro a la madera, cierta condición de mi organismo me impidió
seguir en la escuela.
Pero
lo importante de este recuerdo es, hoy, la compasión que, sin hacerla evidente,
me demostró Juan Moreira, porque él sabía que mi gran sueño era pintar. Si no
se hubiera dedicado a la pintura, creo que tenía grandes dotes para la Psicología.
Nunca lo vi descomponerse con ningún
alumno, era afable y no muy dado a hablar, como otros profesores que sí
parecían atacados de ecolalia, aunque eran muy simpáticos. Moreira era un
artista reconcentrado, o por lo menos así lo recuerdo. Amaba el grabado como
pocos he visto. Yo nunca visité su
taller porque él no solía invitar a los alumnos, pero seguí de cerca su obra,
sobre todo su trabajo como ilustrador, aunque, después que abandoné la escuela,
solo volví a verlo un par de veces en mi vida.
Ojalá
todos los maestros dejaran una huella en sus alumnos como la que él dejó en mí,
aunque nunca fuimos cercanos, pues hay profesores que, siendo ellos mismos
grandes artistas y poseyendo una sensibilidad innegable para su obra, no son
empáticos con sus alumnos y no tienen el tacto necesario para no herir a
quienes se equivocan de vocación o no tienen el talento necesario para
dedicarse a ella.
Moreira
no era así, era un hombre considerado, creo que tenía buenos sentimientos, y
fue un gran artista, a pesar de lo cual nunca lo vi persiguiendo honores ni
reconocimientos. El sitio web Portal de La Habana le dedica estas hermosas
palabras:
…laboró
como asistente de Venturelli en los murales del Hotel Habana Libre y del
edificio donde se fundó Prensa Latina, realizó románticos retratos de héroes y amigos acompañados de
animales...y avanzó hacia una vertiente de arte erótico sintética en diseño y
purista en los cuidadosos planos cromáticos de duros contornos.
Moreira
fue un exigente profesor de dibujo en la Escuela Profesional de Artes Plásticas
"San Alejandro", concibió composiciones ornamentales y simbólicas
para fuentes y espacios de la existencia pública urbana. Ya llegará el momento de la justa y necesaria muestra
retrospectiva, de sacar a la luz cuanto hizo y ha de conocerse por generaciones
nuevas, de reunir sus aportes en un libro cargado de historia y sentimientos.
Ya he dicho adiós a varias personalidades de la cultura cubana a quienes tuve el honor de conocer y, por supuesto, hasta que yo misma sea llamada, continuaré haciéndolo, siempre con la misma pena por la pérdida que cada uno de ellos representa para el arte de mi país. Así que otra vez lo hago, esta vez digo adiós a Juan Moreira. (Gina Picart)