Un temblor de muerte recorrió los intrincados montes de La Higuera, localidad de Bolivia que vio renacer la obra inmensa de Ernesto Guevara, el guerrillero argentino cubano que pervive más allá de aquellas balas que le rompieron la carne.
Los sicarios manejados por la Agencia Central de Inteligencia de
Estados Unidos hicieron fotos, desfilaron ante la efigie del guerrero indomable
que aquella noche de octubre entró en la eternidad.
¿Qué pensaba el Che en aquellas
horas finales? Tal vez recordó a sus hijos en Cuba, a los hermanos que se
sacrificaron por el sueño de una América Latina unida, a sus padres. Ese día se
desató la leyenda.
Muy pocos notaron al hombre que
se iba multiplicando entre los árboles, los ríos, las montañas y los valles.
Cuando la noticia llegó a Cuba y
otros rincones del mundo, los poetas evocaron huella.
“Yo tuve un hermano que iba por los montes mientras yo dormía”, escribió
el argentino Julio Cortázar.
“Te recordé, sermón nuestro de la
montaña, piedra de fundación, acta de Montecristi, donde la respuesta al
enemigo brutal no fue el odio que nos hace semejantes a él sino el amor, no la
oscura venganza, sino la alta justicia, serenamente armada, pues, así como el
templo en la montaña, el amor ha de estar en la cima del monte”, escribió la
cubana Fina García-Marruz.
Las estrellas y los hombres saben
que el Che no ha muerto. Su discurso en la ONU en 1964 definió su permanencia
en la tierra: “Porque esta gran
humanidad ha dicho basta y ha echado a andar”.
Y en ese andar imparable, el
guerrillero argentino cubano pervive más allá de aquellas balas que le
rompieron la carne, multiplicaron su espíritu. (Abel Rosales Ginarte. Foto: Granma)