En el XIX Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, tuvo un éxito rotundo la película Zafiros, locura azul, que hizo más honda aún la permanencia de la afamada agrupación en la memoria y el alma de los cubanos.
Hoy, quiero llamar la atención
sobre la última pregunta que se le hizo al director de esa propuesta: Hugo
Cancio, hijo del único integrante del grupo vocal que quedaba entonces con vida (Miguel
Cancio), en una entrevista a propósito de la mencionada cinta.
¿Qué parte del filme le causó mayor emoción?, a lo que Cancio respondió:
“El arreglo de La Habana con la imagen
de El Morro detrás”.
Cuento esto porque fue
precisamente una imagen casi idéntica la que viví, años después, durante una
visita que hicimos a El Morro y La Cabaña mi esposo, Oscar Ferrer, y yo cuando
comenzábamos nuestro noviazgo, hoy convertido en una unión de varias décadas.
Ya llevábamos muchas horas
recorriendo las fortalezas, cuando decidimos mirar La Habana por última vez
desde los muros de La Cabaña, antes de regresar a casa.
Contemplamos la ciudad, el mar
que nos separaba de ella con su oleaje discreto y oscuro bajo la luz naranja
del atardecer, que, como dije en un artículo reciente, es para mí el oro de los
tristes.
De repente, me fijé en que las
piedras de aquellos muros tan antiguos estaban calcinadas y eran viejas, muy
viejas, casi tanto como la ciudad en que he nacido y que mi abuelo, el poeta y
periodista José Manuel Picart, me llevaba a conocer durante largos paseos en
que me mostraba las ruinas de los palacios y las estatuas, las fuentes, los
soportales de columnas heridos de sombras, de las sombras de tantos y tantos
fantasmas que una vez fueron cuerpos vivientes y pisaron esas calles…
Y me prometí a mí misma que, por
amor a mi abuelo y a mi ciudad, algún día escribiría un libro sobre ella.
Mientras mi esposo y yo mirábamos
caer la tarde desde los muros de la fortaleza, en una radio que alguien
encendió a nuestras espaldas se dejó oír la canción Hermosa Habana, de Los Zafiros, y
sus acordes se esparcieron entre aquellos muros, y dentro de mi alma se
empozaron para siempre.
Como desde mis comienzos en el periodismo me especialicé en La Habana colonial y republicana, reuní en una semana todos los trabajos de periodismo literario y de investigación que tenía hasta el momento sobre el tema en un libro para el que no me costó ningún esfuerzo encontrarle título, porque ¿de qué otra forma podía llamarse que Habana, como gemir de violines…? (Gina Picart. Foto: Tomada de Internet)