Entre las historias que enriquecen el patrimonio cultural universal,
aparece el breve relato de los tres magos de Oriente que, guiados por una
estrella, llegaron hasta el punto geográfico donde había nacido Jesús, el hijo
de Dios.
Respecto a ello, se ha tratado de
explicar aquel hecho vinculando a “la estrella de Belén” con un fenómeno
astronómico, aun cuando la Biblia no ofrece detalles relevantes sobre el astro
en cuestión, ni alude a “tres reyes”, ni cita sus nombres.
Entre los posibles astros del caso se menciona a las estrellas Régulo
(α Leo), Polaris (α Ursa Minor) o la aparición de una eventual Nova (estrella
temporaria). Adicionalmente, otros astrónomos lo asocian a los planetas Júpiter
o Saturno, o a una conjunción planetaria, o al avistamiento de un cometa. Con
solo guglear, aparecerán decenas de artículos sobre el tema.
Personalmente, me inclino a
pensar que la “estrella” no fue un astro sensu stricto, sino un constructo
cultural; una metáfora empleada por Mateo, el autor sagrado, para aludir a Dios
con los atributos de la divinidad: luz, camino, orientación, eternidad, e
inmutabilidad por los siglos de los siglos, tal y como se percibe en apariencia
a las estrellas, que ya por entonces tenían un gran valor práctico para
viajeros, navegantes, agricultores y pastores, pues constituían el “sistema de
posicionamiento global” (GPS) de la época.
No obstante, a 20 siglos de aquella estrella real o imaginaria, dejemos por un momento las interpretaciones de la ciencia, aceptemos que somos parte de la infinita y hermosa espiritualidad humana, y tengamos nuestro propio ¡Día de Reyes! (Luis EnriqueRamos Guadalupe. Tomado de Habana Radio)