Aún, sin vida, sigue enamorado de su palma. Apagados sus troncos, recuerdan cuánto cobijó por generaciones.
Llenó alguna vez la vida, de
flores bien rojas. Hizo con ellas alfombras en la acera, para todos como reyes.
Resultó el perfecto teatro para el dulce trino entre la colmena urbana.
Dio tanto, pero tanto el Titán,
que me inclino ante su otoño final, tras alguna vez, huellas centenarias de
alegría y cielo tejido de verde.
Espantó los demonios de las tormentas, resistió, y devolvió el palacio de sus duendes.
Sombra que curó; remanso entre
raíces, troncos que bendijeron sin distinción.
Una especie de galaxia entre esta hermosa comunión de planetas urbanos.
Me inclino nuevamente por los que
vienen, por los que están, por las manos que una vez germinaron de una semilla
la magia.
Por sueños que nuevamente fecundan hoy desde parques y tantos lugares urgidos.
Por tanto por hacer; por tanto
que el árbol muerto dejó en su vida como recuerdo, con tierna sabiduría
natural.
Y así perdura; aún en su ocaso, sigue aferrado entre abrazos que
invitan...
Invitan a amar con pasión la
semilla, empinarlas con el tierno Moisés del alma.
Verlas crecer y cuidarlas como niños, entre el regalo de sus hojas, flores y aves alborotando auroras y tardes.
¡Qué mejor tributo al Titán, vencido por el tiempo, pero eterno; deja la más tierna huella de amor! (Alberto Riesgo Vázquez. Fotos del autor)