Araceli García Carranza, bibliotecaria, investigadora, bibliógrafa, con más de 60 años de servicio en la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, aconseja a los jóvenes investigadores hacer “un examen acerca de su verdadera vocación, porque es lo más importante”.
Después –agrega– “deberán perseverar, sacrificarse, ser disciplinados, insistir, no dejarse vencer. Pero lo primero es estar seguros de la vocación, porque sin ella no se puede enfrentar una profesión”.
Desde finales de la década de 1960, ha compilado las biobibliografías (grandes obras que reúnen datos biográficos de los autores y una minuciosa descripción y recuento de sus obras y lo que se ha escrito en el mundo sobre ellos) de Fernando Ortiz, Alejo Carpentier, Cintio Vitier, Emilio Roig de Leuchsenring, José Lezama Lima, Roberto Fernández Retamar, Eusebio Leal y otros intelectuales cubanos.
Durante 45 años, se ha encargado de elaborar la bibliografía martiana que integra el Anuario publicado por el Centro de Estudios Martianos. Por su dedicación y trabajo investigativo, ha recibido reconocimientos como el Premio Nacional de Investigación Cultural (2004), las medallas Alejo Carpentier y Nicolás Guillén, y la Orden Félix Varela de Primer Grado.
A sus 85 años, continúa trabajando en las colecciones bibliográficas de Lezama, Martí y Carpentier, y prepara una bibliografía de la doctora Graziella Pogolotti.
Es jefa de Redacción desde los 90 y colaboradora de la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, y jefa del Departamento de Investigaciones de esa institución. Tampoco renuncia al oficio de bibliotecaria y asiste y aconseja a los investigadores y lectores que la contactan.
García Carranza, a quien está dedicada la Feria Internacional del Libro de La Habana 2023, compartió con Cubadebate las experiencias acumuladas a lo largo de una prolífica vida dedicada a la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí y la investigación y asiento de fuentes bibliográficas.
¿Qué rasgos y habilidades deben distinguir a los que se dedican a las profesiones de bibliotecario y bibliógrafo?
–La persona tiene que ser muy disciplinada, muy organizada (porque no se concibe a un bibliotecario que no sea organizado, ya que el conocimiento hoy por hoy es casi inalcanzable en cuanto a su conjunto), respetuosa, educada; saber escuchar a todo el mundo, porque no es lo mismo atender a un intelectual que a un iletrado, pero es preciso atenderlos a todos por igual y que el lector se sienta bien con el bibliotecario cuando establece una relación que implica la necesidad de un conocimiento.
“Hay que tener cultura, porque, aunque nosotros no lo sabemos todo, y sabemos que sabemos poco, precisamente porque nos enfrentamos de una manera u otra a todas las ramas del conocimiento, debemos saber dónde buscar y cómo encontrar lo que nos están pidiendo (el dato necesario, el repertorio adecuado, el libro que busca o el tema que necesita desarrollar), y no dar a entender que no sabemos.
“En las bibliotecas hay que conquistar a la gente para que se vuelvan a llenar, porque la tecnología ha alejado a mucha gente de las bibliotecas, pero la tecnología es un auxiliar. La cultura, digamos, tradicional, es necesaria, y hay que conjugar ese bagaje con las posibilidades que nos da la tecnología, pero no que el tecnólogo ignore la cultura. Hay que conjugar y saber de las dos cosas, de cultura y tecnología.”
Usted asiste tanto al público común que acude a la biblioteca como a reconocidos investigadores y autores. ¿Qué importancia ha tenido esa vocación de servicio público, y también pedagógico, en su carrera?
–Me alegra que menciones el calificativo de pedagógico, porque el bibliotecario es también un maestro: enseña, conduce, orienta. En mi carrera ha tenido una gran importancia esa perspectiva pedagógica.
“Yo estudié tres años de Pedagogía, pero no la terminé y me gradué en Filosofía y Letras. Antes, había sido maestra de primaria y secundaria y fui también profesora en la universidad cuatro años. El sentirme maestra ha tenido mucha importancia en mi preparación como la bibliotecaria que soy hoy y que he sido de unos años para acá, y también a la hora de ayudar al lector.”
¿Qué es lo que más disfruta de sus trabajos como bibliotecaria, investigadora y bibliógrafa?
–Lo que más disfruto es el servicio, porque servir me apasiona, y cuando puedo servir con mis propios repertorios, porque soy una hacedora de repertorios bibliográficos, siento una satisfacción personal muy especial.
“Por ejemplo, yo hice la bibliografía de la guerra de independencia de 1895 a 1898. En ocasiones, le he dado servicios a los historiadores, que buscan determinados datos, y como en la bibliografía no solamente están descritos los documentos, sino que están sistematizados y analizados, cuando logro a través del índice dar un dato preciso a un historiador, eso se disfruta enormemente: encaminar los estudios de otra persona que, a su vez, está descubriendo y escribiendo o creando sobre ese tema.”
¿Cuáles han sido sus principales referentes en la investigación y la bibliotecología?
–Tuve la suerte de llegar a la Biblioteca Nacional en el 62, bajo la dirección de la doctora María Teresa Freyre de Andrade, que la refunda, departamentaliza y sabe escoger su personal. Me siento orgullosa de que me haya aceptado, puesto que mi generación fue muy especial, tenía un interés tremendo en saber, conocer, trabajar; una generación disciplinada, educada, respetuosa, que fue iluminada por grandes figuras de la cultura cubana, porque cuando empecé en la Biblioteca ya estaban Cintio Vitier, Fina García Marruz, Eliseo Diego, el sabio Juan Pérez de la Riva y la doctora Graziella Pogolotti.
“Fuimos una generación afortunada, porque estuvimos iluminados por esos intelectuales que nos sirvieron de modelo mientras nosotros, los jóvenes, aprendíamos.”
Usted y su hermana son de las bibliógrafas cubanas más prominentes. ¿Qué las acercó desde jóvenes a los libros y las bibliotecas? ¿Cuánto influyó la familia en la vocación de ambas?
–La familia influyó mucho. Nosotras éramos como todas las niñas, nada excepcional. Pero mi padre tenía un interés tan grande en que estudiáramos… Nosotras adorábamos a nuestros padres. Yo, en especial, tenía una adoración muy grande por mi padre, y esa adoración por él y saber que quería que yo estudiara, me hizo esforzarme, a tal punto que cuando yo estaba en el Instituto de La Habana (porque yo estudié bachillerato en Ciencias y Letras), me suspendieron la Matemática en primer año y para mí aquello fue horrible, por el disgusto que iba a causar a mi padre.
“A partir de entonces, estudié más y más, hasta que fui sobresaliente en Matemática en tercer, cuarto y quinto años. El empuje de mi padre es lo que hace que yo pueda llegar a ser después una buena profesional en la Biblioteca Nacional.”
Junto a su hermana Josefina, colaboró en varias compilaciones bibliográficas. ¿Cómo fue la relación de trabajo entre ustedes?
–Fue muy respetuosa. Mi hermana fue una mujer exquisita, muy refinada. Éramos casi jimaguas. Ella nunca abusó de ser la hermana de la jefa del departamento. Fue muy trabajadora, organizada, disciplinada, muy especial. Nos llevamos muy bien. Para mí, fue una pérdida irreparable cuando falleció.
“Logramos mucho repertorio juntas, como el de Carlos Rafael Rodríguez, de Cintio Vitier, Fina García Marruz. Trabajó mucho en la Revista de la Biblioteca Nacional, con Xiomara Sánchez, que era la jefa de redacción. La ayudaba, porque le gustaba mucho el trabajo de edición. Después, devino referencista martiana cuando se jubiló Teresa Proenza, porque Josefina también trabajaba las referencias del siglo XIX. Ella enfrentó muchas tareas en la Biblioteca Nacional, pues allí encontró su vocación, igual que yo.”
Ha compilado bibliografías de destacados intelectuales cubanos. ¿Puede describir cómo es el proceso de creación de una biobibliografía, sus exigencias y rigores?
–Para hacer una bibliografía, hay que conocer bien el tema. No puedes adentrarte en un tema si no lo conoces. Hay que tener dominio de catálogos, colecciones, publicaciones; consultar constantemente de y sobre el autor en la prensa, las revistas. Hay que estar muy al día en cuanto a movimiento editorial, porque en el movimiento editorial es donde encontramos la información.
“La Biblioteca Nacional, como institución, tiene que atesorar todo lo que Cuba publica y todo lo que se publica sobre Cuba dondequiera que se produzca, lo cual es muy difícil, pero tenemos que establecer determinadas relaciones para lograr eso. En el Departamento de Selección de la Biblioteca existe una sección de canje con otras bibliotecas, una sección de compra... Muchos autores donan, y hay que estar al tanto de todo lo que la Biblioteca adquiere y también de los medios. Hay que seguirle el paso a la figura que estás bibliografiando.
“Yo empecé con don Fernando Ortiz, precisamente a la par de Martí. En el 69, cuando muere, la jefa del Departamento de Selección de la Biblioteca Nacional y yo fuimos a buscar la biblioteca de don Fernando, llevamos una parte a la Biblioteca Nacional, y la otra parte está en el Instituto de Lingüística y Literatura. Como yo era jefa del Departamento de Colección Cubana, al situar la papelería en las estanterías se me ocurre hacer la biobibliografía de don Fernando Ortiz. Así es como me inicio en el trabajo biobibliográfico.
“Yo había leído en la Revista de la Biblioteca Nacional que, entre 1909 y 1913, don Domingo Figarola Caneda, fundador de la Biblioteca y la revista, había hecho biobibliografías, o sea, había descrito la obra de grandes figuras y añadido datos biográficos. Yo traté de hacer algo mejor que Figarola. También me inspiré en la Bibliografía Nacional que publicaba la Biblioteca Nacional gracias a la doctora María Teresa Freyre de Andrade y a Juan Pérez de la Riva, que reiniciaron esa publicación y a partir del 65 se incluyen las biobibliografías de los autores fallecidos cada año.
“Entre don Domingo Figarola Caneda y lo que la Biblioteca Nacional estaba publicando desde el 65, yo me inspiro y hago la de don Fernando Ortiz, que realmente me parece que fue importante, porque se trata de una gran figura de la cultura cubana.
“Don Fernando retomó en 1910 la Revista Bimestre Cubana, que había nacido en el siglo XIX, y la logró publicar hasta 1959. Se me ocurre hacer el índice de la Revista Bimestre Cubana, y la doctora Freyre me felicita por ese trabajo y la bibliografía de Fernando Ortiz. Todo eso me impulsaba a seguir y trabajar cada vez más.
“Así seguí con las grandes figuras de la cultura cubana, que es lo que me apasiona. Publiqué en la Revista de la Biblioteca Nacional las biobibliografías de Ramiro Guerra, María Villar Buceta, del profesor Elías Entralgo. He publicado en repertorios independientes las de Emilio Roig de Leuchsenring, Lezama Lima y Alejo Carpentier, con quien tuve una relación de trabajo muy hermosa.”
¿Conoció a Carpentier?
–Sí, ¡cómo no!. Lo conocí porque en el 72 se me ocurrió escribirle a París, donde era ministro consejero de la embajada cubana, para proponerle que yo iba a hacer su biobibliografía y necesitaba ayuda. Alejo apreció el trabajo bibliográfico como nadie, sabía valorar lo que muchos piensan que es letra muerta. Todos los veranos venía a Cuba de vacaciones e iba a la Biblioteca Nacional y me llevaba sus libros, recortes de prensa, documentos, manuscritos, mecanoscritos.
“Logré armar toda aquella colección que me llevó durante los setenta. Hice un catálogo diccionario, un catálogo topográfico e hice su bibliografía, que tiene más de 400 páginas y la publicó Letras Cubanas en 1984.
“Alejo es un hombre de una grandeza intelectual y humana muy relevante. Creo que quien mejor lo definió fue Renée Méndez Capote, que dijo: ‘Ese Alejo grande y sencillo’. Lo quise mucho. Muy erudito, pero de una conversación tan amena... Muy diáfano, se le entendía muy bien.
“Tuve la suerte de ayudarlo con La consagración de la primavera, porque él me pidió bibliografías de distintos hechos históricos de y antes de la Revolución, y lo que más le interesó fueron los leads de la prensa. Cuando leo La consagración…, en la página trescientos y tanto, él maneja o, más bien, intertextualiza los leads que le di. Para mí fue un honor tremendo haber servido a Alejo en ese libro.”
Como bibliotecaria, ¿cree que ha decaído el interés de nuestro público por los libros, la literatura? ¿Qué se podría hacer para revertir esa situación?
–Creo que sí, que ha decaído algo, porque la tecnología hay que conjugarla, pero estoy segura de que el libro no va a morir, ni puede morir. El bibliotecario tiene mucho que hacer todavía para seguir conquistando al lector, al estudioso. Antes, a la Biblioteca iban más jóvenes, atendí a muchos que hoy son grandes figuras de la cultura cubana como Virgilio López Lemus, Fernando Rodríguez Sosa, Luis Toledo Sande, Rafael Acosta de Arriba...
“Se nos llenaban las salas de jóvenes historiadores, investigadores, intelectuales. Ahora no están llenas, pero hay que ver el vaso medianamente lleno y no medianamente vacío. Creo que las bibliotecas se van a llenar otra vez y que el libro no va a morir. La televisión no acabó con la radio; la tecnología no va a acabar con el libro.”
Ha tenido una carrera prolífica, con una obra extensa y merecidos reconocimientos. ¿Hay alguna o algunas de sus obras que le hagan sentir particularmente orgullosa? Como escritora, ¿cuáles recuerda con mayor cariño?
–Recuerdo con mayor cariño a Carpentier y su biobibliografía. No sé si es por el trato que logramos, o porque fue la primera gran bibliografía que hice, teniendo en cuenta que la de don Fernando fue más pequeña… La de Alejo fue muy grande, porque a principios de los setenta en Cuba no se conocía su periodismo. La Biblioteca Nacional, por ejemplo, no tenía El Nacional, de Caracas, y Alejo vivió en esa ciudad 14 años.
“En El Nacional creó una sección titulada ‘Letra y Solfa’, literatura y música, donde publicó comentarios de libros, arte universal, literatura, música, los inventos de la época. Según lo que llegó a mis manos, escribió 1 824 crónicas. Y gracias a Alejo, las tenemos.
“Carpentier fue tan grande como periodista que como novelista. Tengo recuerdos muy agradables de él como persona, intelectual, periodista y novelista. Quiso a Cuba entrañablemente.”
Esta edición de la Feria Internacional del Libro está dedicada a usted y al escritor Julio Travieso Serrano. A lo largo de su carrera, ha sido reconocida con grandes honores en Cuba como el Premio Nacional de Investigación Cultural y la Medalla Alejo Carpentier. ¿Qué significa para usted la dedicatoria de la Feria?
–Como soy una pequeña pieza de la Biblioteca Nacional, a la cual tengo derecho porque llevo 61 años en ella, siento que la Feria reconoce a la Biblioteca, porque yo, sin ella, no sería nada.
“Es un reconocimiento a la Biblioteca Nacional de ayer, hoy y siempre, porque es un tesoro de la nación cubana, es cultura, patria”. (Tomado de Cubadebate)