Se cumplen 170 años del fallecimiento en el destierro del inmenso cubano que fuera Félix Varela, quien expirara a los 64 años el 25 de febrero de 1853, en San Agustín, Florida, Estados Unidos.
Y su luz sigue llegando hasta nosotros a la velocidad con que viaja todavía, en el universo, la de ciertas estrellas ya sin vida, claramente perceptible a nuestros ojos. Es deber estar alertas para recibirla e iluminarnos con ella, pues su mensaje tiene que ver con las raíces de la nacionalidad, la vocación patriótica e historia de luchas por la libertad.
Hemos mentado mucho la necesaria frase del sabio José de la Luz y Caballero, por cierto muy certera, cuando lo definió como "el primero que nos enseñó en pensar...”, hablando en español arcaico.
José Martí lo calificó patriota entero. Muy poco se ha divulgado la forma en que él se identificó a sí mismo, expresada en su Carta de despedida, publicada en el Diario del Gobierno Constitucional de La Habana el 18 de abril de 1821, antes de partir a las cortes españolas para oficiar como diputado.
“Ya sea que el árbitro de los destinos -escribió- separándome de los mortales, me prepara una mansión funesta en las inmensas olas, ya los tiranos por oprimir la España ejerzan todo su poderío contra el augusto congreso en que os habéis dignado a colocarme, nada importa: un hijo de la libertad, un alma americana desconoce el miedo.”
Cierto es que el hijo de la libertad y alma americana que él asumía con vehemencia ser convivieron raigalmente, con honradez y sin dobleces, en el sacerdote católico, pedagogo, filósofo, científico y político que revolucionó desde muy temprano en su vida los métodos de la enseñanza superior en la Isla y se convirtiera en plena juventud en el intelectual más destacado de su tiempo.
Para lograrlo debió desafiar los casi inamovibles presupuestos de la pedagogía escolástica o patrística, imperante en la pedagogía colonialista, en manos de las autoridades eclesiales, como en otros lares del continente y de la península. Pisó un terreno muy peligroso, pero a lo mejor lo ayudaron aquellos tiempos en que llegaban los reflujos de la Revolución Francesa y del Iluminismo, que contribuían a los cambios. ¿O la suerte?
Hay que señalar que en Varela la asunción del pensamiento moderno y avanzado que pudo darle la Ilustración llegada de Europa no fue calcada, sino reevaluada e integrada a la realidad de la tierra en que había nacido, Cuba, que él identificaba con precisión como su patria, con características culturales y derechos como sociedad que debían ser atendidos con justicia por la metrópoli. Un verdadero Nuevo Mundo, distante en mucho de las decadencias del Viejo Continente y el poder central proveniente de Madrid.
De modo que antes de partir hacia las cortes que solo pudieron durar de 1820 a 1823 por la imposición del Absolutismo de Fernando VII, ya el padre Varela era famoso, sobre todo entre los jóvenes estudiantes de la enseñanza superior, quienes abarrotaban sus salones de clase y se fascinaban con sus métodos cuestionadores, experimentales, que incluían la duda, preconizaban el análisis, la razón, el conocimiento profundo. Adiós a las letanías, a la memorización repetitiva y a las clases en latín, que dominaba a la perfección, pero no usaba en sus lecciones. Curiosamente, no lo declararon hereje, tal vez porque su honestidad y pureza le brillaban como una aureola.
Siempre se identificaba con Cuba en tiempo y espacio, tanto en sus análisis sociológicos y políticos, como cuando hablaba de la naturaleza y empleaba su léxico pasaba del lenguaje culto de los claustros a expresiones en que se reconocen cubanismos muy populares en su tiempo.
No se equivocan los estudiosos que lo consideran el precursor de la conciencia que llevaría a la forja de la identidad cubana, derivada en sentimiento patriótico e independentista no solo en él, sino también en el movimiento de cubanos que más tarde iniciaron la primera guerra por la libertad en la segunda mitad del siglo XIX.
Un vistazo a su primera juventud y adolescencia revela que a los 19 años se graduó en la Universidad de La Habana, luego de llevar estudios paralelos desde los 14 años en el Real y Conciliar Colegio Seminario San Carlos y San Ambrosio de La Habana.
Ordenado sacerdote a los 23 años, a los 24 imparte Filosofía, Física y Ética en el Seminario, donde funda el primer laboratorio de Física y Química de la Isla.
No esperó mucho para cambiar drásticamente los métodos de enseñanza, como ya dijimos.
Su incesante creatividad lo hace fundar la primera Sociedad Filarmónica de La Habana, afiliarse y contribuir con la Sociedad Económica de Amigos del País. Escribió obras de teatro presentadas en escenarios habaneros y redactó libros de textos para estudiantes de Filosofía.
Incluso, más adelante, en Estados Unidos, inventa y patenta un equipo para aliviar las crisis de asma. El 18 de enero de 1821, el Padre Varela inaugura en el Seminario de San Carlos, la primera Cátedra de Derecho de América Latina de materias sobre la legalidad, la responsabilidad civil y el freno del poder absoluto, sobre libertad y derechos del hombre.
Ya en las cortes, pide a la Corona la autonomía o la concesión de un gobierno económico y político para las Provincias de Ultramar, la solicitud de reconocimiento a la independencia de Hispanoamérica.
Aquello fue demasiado para el Gobierno colonialista cuando se sumó además el conocimiento de sus ideas en pro de la necesidad de abolir la esclavitud de los negros en la isla de Cuba, atendiendo a los intereses de sus propietarios, puestas en escritos que no llegó a presentar a las cortes.
Con el apogeo del absolutismo, debió refugiarse en Gibraltar, para salvarse de una condena a muerte, de la cual una fuga emergente lo libró. Pies en polvorosa, dicen, Dios mediante. De ahí viaja a Estados Unidos, país más cercano a su amada Isla, a donde no podría regresar, para su dolor, algo que quizás nunca imaginó al partir, decidido a librar batallas sin miedo.
Fue vicario general de Nueva York (1837) y mantuvo unas excelentes relaciones con el arzobispado de esa ciudad. Luego debió buscar refugio más al sur, en Florida, por motivos de salud que lo urgían de encontrar un clima más cálido.
Su deceso ocurrió tras años de añoranza total por su tierra, sobrecogido por el frío clima y el no poder adaptarse al modo de vida de una sociedad tan diferente a su terruño, aunque le diera hospitalidad. Murió muy quebrantado, pero lúcido, solitario y en la pobreza, en un cuarto de madera al fondo de la parroquia donde oficiara. Antiguos discípulos que lo amaban y hacían gestiones para repatriarlo, no pudieron lograrlo.
Sus restos pudieron llegar a su isla amada al cabo de muchos años y se veneran en una cripta empotrada en uno de los muros del Aula Magna de la Universidad de La Habana.
En tiempos actuales, cuando cursa un proceso de Beatificación, muy merecido, por parte de las autoridades de la Iglesia Católica, que agrada a sus connacionales, Félix Varela no sólo es patrimonio de creyentes o de círculos pedagógicos o filosóficos, o de las ciencias sociales e historiadores.
Es un bien invaluable perteneciente a todo el pueblo, pues desde su época supo valorar la inteligencia natural y las potencialidades de las personas sencillas, a quienes los poderosos despreciaban. Sólo clamaba por hacer llegar a todos sin distinción, con equidad y justicia, la salvadora y transformadora educación. Algo que, por suerte, los próceres del presente aprendieron de él, quizás sin saberlo. (ACN)