Clara Porset: vocación irrefrenable (+ fotos)


Una de las personalidades más destacadas del diseño industrial del siglo XX en Latinoamérica y España fue una cubana, cuya obra tuvo vínculos de contacto con La Habana, urbe donde murió.

Se trata de Clara Porset, nacida en 1895 en Matanzas, descendiente de una de las últimas familias de colonos españoles en Cuba, de posición acomodada, lo que le permitió recibir una educación exquisita y cosmopolita.

Hizo estudios secundarios en Nueva York, y su bachillerato en Artes en la Universidad de Columbia.

Tomó cursos de Estética en la prestigiosa universidad parisiense La Sorbona y en el Museo del Louvre; estudió Arquitectura e Historia del Arte en la Escuela Nacional de Arquitectura de Francia, recibió lecciones de diseño de muebles en el taller del afamado arquitecto Henry Rapin y estuvo muy relacionada con los fundadores de la gran escuela de arquitectura Bauhaus, todo un movimiento nacido en Alemania que marcó un cambio definitivo en el diseño y la arquitectura de los tiempos modernos.

Pero Clara no se conformó con conocimientos de gabinete. Ella viajó por el mundo y fue una apasionada de la etnografía y los estudios culturales, lo que le permitió construir un pensamiento propio en cuanto a estética y estilos, y dejó testimonio de sus avanzadas teorías en las páginas de la revista Social, una de las más importantes e influyentes publicaciones de la época, donde publicó más de 30 artículos sobre diseño de interiores, artesanía, investigaciones sociales que hoy calificaríamos como antropológicas, y otros temas relacionados con su vocación y su trabajo.

Aunque no he encontrado ninguna referencia a que ella pudiera haber recibido alguna influencia del movimiento Art and Craft inglés, dirigido por el pintor y grabador William Morris, miembro del movimiento prerrafaelita que rompió con el academicismo que hasta ese momento había reinado en el arte de su país, creo que ello no es imposible, porque encuentro una coincidencia extraordinaria en las ideas de Morris y sus seguidores sobre que cada pieza de arte debe ser funcional y cada pieza funcional debe ser bella y única, nunca fruto de una producción en serie que abarata y homogeniza el gusto estético, sino la creación exclusiva de un artista, y la convicción de Clara de que el diseño industrial debe estar al alcance de todas las personas y no ser patrimonio de un grupo de élite, pero el funcionalismo aliado con la belleza y la perfección de las formas que solo van de la mano con el arte verdadero.

Ella, como los miembros del Art and Craft, creía que el acceso de todo el pueblo al arte y la belleza era de importancia capital para su elevación cultural y espiritual y para su desarrollo intelectual, y la cita siguiente así lo demuestra:

“El arte de interior es para nosotros cuestión de perfección de formas y de relación de masas, no de elementos superpuestos, con esto damos una evidente prueba del mejoramiento espiritual, ya que, como dice Adolf Loss, mientras más se cultiva a un pueblo más desaparece el ornamento.”

En esta cita, también aparece una innegable influencia del arte japonés, con su sobriedad, elegancia y economía de medios. Sin embargo, no asumió por completo el credo de Art and Craft, pues ella también escribió:

“El funcionalismo lleva aparejada la honradez. Cada cosa se manifiesta tal cual es y para lo que sirve.”

En 1936, regresó a Cuba, donde comenzó a diseñar muebles y a divulgar a través de sus conferencias nuevos conceptos de arquitectura y diseño. Realizó el diseño de muebles para residencias, hospitales, escuelas y clubes de La Habana, entre ellos los de dos casas pilotos del Banco Mendoza.

Aunque para la percepción prejuiciosa de algunos el cosmopolitismo de la cultura y las ideas de Clara Porset, tan influidas por Europa, su distinción personal, su elegancia la hicieran aparecer como una intelectual torremarfileña, en realidad ella fue, además de una artista consagrada a su vocación, una mujer muy integrada a la vida política de su momento histórico, como lo demuestra el hecho de que formó parte del grupo de intelectuales jóvenes que se opusieron abiertamente a la tiranía del presidente Gerardo Machado, lo que le valió tener que exiliarse prestamente en México para escapar de las persecuciones y el acoso del Asno con Garras, asesino de Julio Antonio Mella y de tantos cubanos que ansiaban para Cuba una verdadera República.

Clara Porset se instaló en México en 1940, y realizó allí la mayor parte de su obra. Es una nación que ha demostrado la inteligencia y sensibilidad suficientes para acoger, apoyar y reconocer a muchos artistas exiliados que allí se hicieron grandes figuras de trascendencia internacional, como las artistas de la plástica Leonora Carrington, inglesa, y la española Remedios Varo, dos personalidades cimeras del movimiento surrealista mundial.

Muchos fueron los intelectuales de enorme valía que huyeron a tierra mexicana para escapar de las masacres de la Guerra Civil Española, por lo que, a la llegada de Clara, existía en ese país un núcleo de vanguardia compuesto en su mayoría por artistas jóvenes ya consagrados que dieron a México no solo su labor docente, sino el brillo de su gloria, que México supo muy bien asimilar y hacer suyo, adoptándolos como hijos.

Clara se incorporó de inmediato a esa vanguardia artística y progresista. Contrajo matrimonio con Xavier Guerrero, una de las figuras más relevantes del movimiento de la pintura muralista mexicana, y se relacionó con los nombres más destacados del arte y la cultura mexicanos, como Frida Khalo y Diego Rivera, entre otros muchos.

No es difícil imaginar cómo una tradición artesanal tan rica y magnífica, como la mexicana, influyó en la sensibilidad y la obra de Clara Porset, quien, a su vez, influyó de modo singularísimo en el diseño de muebles e interiores del país azteca.

Trabajó con arquitectos en hogares influenciados por la cultura mexicana. Diseñó todos los muebles en una residencia de Cuernavaca, del arquitecto Mario Pani.

Ella se involucró en el proceso creativo desde los materiales, como el bejuco y mimbre provenientes de Yucatán, que se adaptan a climas variados, trabajó objetos artesanales tradicionales, como las hamacas yucatecas, prototipos de lujo intrínseco que, colgadas en todas partes, se constituyen en una muy tentadora invitación al descanso y el relax.

La influencia de la estética de la Bauhaus estaba presente en su convicción de que los objetos de interiores deben armonizar con el clima, sus funciones y los ritmos naturales de la vida, por lo que debe existir entre ellos y la arquitectura una organicidad armónica.

Obtuvo numerosos premios y distinciones a lo largo de su vida, pero quizá el más importante fue el premio de conjunto que le fue otorgado en 1941 por el Museo del Arte Moderno (Moma), de Nueva York, junto a su esposo, Xavier Guerrero. También impartió numerosas conferencias y desempeñó una cátedra profesoral en la Universidad Autónoma de México.

A su regreso a Cuba tras el triunfo revolucionario, el Comandante en Jefe Fidel Castro le encargó el mobiliario de las principales instituciones educativas de Cuba, como el de la ciudad Escolar Camilo Cienfuegos, para cinco mil alumnos (1960), la Escuela Nacional de Gottardi (1961-1965) y el de la Rectoría de la Universidad de La Habana (1962).

El Comandante Ernesto Che Guevara le encargó en 1962 el proyecto para la fundación de la primera escuela de diseño en Cuba, lo que le llevó a viajar por el mundo para conocer las escuelas de diseño de mayor prestigio.

Fue nombrada la primera directora de la institución que es hoy el Instituto Superior de Diseño (Isdi).

La vertiente del diseño que más interesó y más trabajó Clara Porset fue la del diseño de muebles.


Desarrolló un estilo claramente basado en el mueble colonial tradicional cubano, de líneas ligeras, finas maderas preciosas y rejillado, pero también con influencia de otros estilos propios de países del trópico.

Algunas de sus creaciones se conservan en Cuba, y entre ellas se encuentra su sillón estilo Reina Ana, un estilo no solo de moblaje, sino también del diseño arquitectónico inglés.

En una entrevista realizada hace mucho por la revista Mujeres al arquitecto Enrique Alonso, estudioso de la obra de Porset, este expresó:

“Ella rescata un mobiliario que venía del siglo XIX cubano, nuestras célebres mecedoras, y las depura con múltiples influencias, y a la vez destacan en esta obra dos aspectos que caracterizan la obra de Porset: el valor de la manualidad del carpintero y la artesanía.”

Estas múltiples influencias, que siempre en algunos círculos han sido consideradas como imitación, pobreza de estilo o espíritu extranjerizante, en realidad lo que demuestran son el poder extraordinario de asimilación y fusión, la alquimia creativa que siempre encontramos en los artistas verdaderos a cuya sensibilidad se une una profunda y multifacética cultura, una formación de carácter humanista que todo intelectual debería poseer.

Siempre he pensado que, aunque no se enfocaban directamente sobre la cultura, las conocidas palabras de José Martí “Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea”, se aplican perfectamente en el caso de quienes miran con sospecha a individualidades fuertes y creativas, como la de Porset.

Los muebles diseñados por Clara exhiben como sello inconfundible líneas de elegante simplicidad, pajillas tejidas directamente al bastidor de maderas cubanas, como la caoba, el cedro, la majagua y otras que también utilizó, todas preciosas. Son, afirma Alonso, muebles contemporáneos, económicos, frescos, que respetan nuestra tradición y nuestro clima.

Que Clara Porset vivió entregada a su trabajo con fervor lo demuestra el hecho de que hoy se encuentran en sus archivos personales más de dos mil proyectos que hubiera realizado, si la vida no tuviera la duración finita que le asigna la naturaleza.

Hoy Clara Porset es un nombre que se sigue manejando con respeto y reconocimiento en los círculos del diseño, la arquitectura y el arte cubanos, pero está bastante olvidada en general.

No siempre fue así. En la Primera Bienal de La Habana, ella fue recordada y homenajeada en la galería Factoría Habana, con la exposición titulada Clara Porset… El eterno retorno, una selección de piezas suyas conservadas en la isla. Huelga decir que fue una de las principales exposiciones del evento.

Clara Porset murió en La Habana a los 86 años. Había donado sus bienes, archivo y biblioteca personales a la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México.

En 1992, once años después de su muerte, la carrera de Diseño Industrial creó el Premio Beca Nacional de Diseño Industrial Clara Porset.

Ella destinó una parte de sus bienes a la creación de un fondo destinado a promover y apoyar el desarrollo de jóvenes diseñadoras y arquitectas. (Gina Picart Baluja. Fotos tomadas de Internet)

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