El tiempo agiganta aún más el
valor de la entrega al altar de la patria, realizada el 13 de marzo de 1957,
por el comando revolucionario encabezado por José Antonio Echeverría, caído en
la acción, con el objetivo de ajusticiar al tirano Fulgencio Batista en el
propio Palacio Presidencial, y luego, desde la Universidad de La Habana, dar
armas al pueblo para iniciar una masiva lucha popular que pusiera el fin de la
dictadura.
Echeverría, destacado dirigente
universitario que cursaba la carrera de Arquitectura, era entonces el corajudo
presidente de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), fundada por Julio Antonio Mella en 1922, en aquellos momentos convulsos y radicales. Además, había
creado el Directorio Revolucionario como brazo armado de la organización del
alumnado progresista y combativo de la Alma Mater.
La audaz acción coordinada por el incansable Manzanita, apodo cariñoso
con que sus amigos lo conocían por el color de tez facial, incluía la toma de
la emisora nacional Radio Reloj, situada en el Vedado, algo alejada del
escenario principal que era la madriguera del asesino quien desde 1952,
mediante métodos ilegales y violentos, desgobernaba el país.
Con la acción del 13 de marzo, si
todo marchaba según lo previsto, pretendían también tomar otros puntos de la
ciudad, como el Cuartel Maestre de la Policía, para hacerse de su gran arsenal
y así a continuación ocupar otras estaciones policíacas y cuarteles hasta
dominar la capital.
Un año antes de concebir ese
plan, José Antonio había viajado a México, donde, junto a Fidel Castro, jefe
del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, por entonces obligado a radicar en
el exilio, firmó un documento de compromiso para la colaboración entre las dos
organizaciones de vanguardia, inscritas en la historia de Cuba por su
patriotismo contundente. Fue la llamada Carta de México, vertical y honesta
como sus hacedores.
El 13 de marzo de 1957, acabó siendo un día de dolor inmenso por el
asesinato a mansalva del querido dirigente juvenil y por el fracaso de la
acción desde el punto de vista militar. Como consecuencia, fueron ultimados
otros participantes.
Pero como todos los reveses
amargos de los batalladores genuinos también resultó un suceso que sirvió al
crecimiento moral de la nación, pues dejaba claro lo que sus más jóvenes y
valientes hijos estaban determinados a hacer para alcanzar la libertad de la
nación. Había en marcha un proceso de adhesión popular a la causa.
Resonarán siempre, como lo hicieron
entonces, una de las últimas frases de José Antonio cuando dijo: “Si caemos,
que nuestra sangre señale el camino de la libertad”.
Ellos decidieron que también
marcharían por el camino de la insurrección armada, porque la tiranía, la
oligarquía nacional y el dominio foráneo habían negado al pueblo la vía para
ganar sus derechos.
Cada mes de marzo la rememoración de aquella gesta heroica reafirma que
no resultó una ofrenda inútil. Hizo comprender que Cuba seguía despertando, sin
miedo a la cruenta represión, y esta vez el movimiento revolucionario no se
detendría, aunando de nuevo a estudiantes y pueblo.
La acción organizada para el 13
de marzo comenzó desde la madrugada con el alistamiento de un pequeño
destacamento armado de unos 50 hombres que se encaminó alrededor de las tres de
la tarde al Palacio Presidencial, para asaltarlo. Fue una acción muy osada,
pero no pensada a la ligera.
No todo pudo suceder de acuerdo
con los planes trazados. Convergieron casualidades o circunstancias que
devinieron fuertes barreras para los revolucionarios. El comando juvenil que
penetró con relativa facilidad en el lugar, debido al factor sorpresa, y llegó
hasta el Salón de los Espejos, tuvo confusión al ver que el tirano no estaba en
su despacho, como era habitual, a esa hora.
Otro elemento negativo fue que nunca llegó el apoyo programado: un
camión de armamentos, a usarse como respaldo al combate que se entabló con
rapidez. Además, la Guarnición Presidencial se enfrentó rápidamente a los
asaltantes. Fue mortalmente herido Carlos Gutiérrez, uno de los jóvenes
revolucionarios.
En el momento en que José Machado
(Machadito), se dio cuenta de lo difícil de su situación, con ninguna
posibilidad de éxito, llamó a la retirada. Pero debió retornar al interior del
Palacio a fin de rescatar a su compañero Juan Pedro Carbó Serviá, al percatarse
de que este se había perdido dentro del recinto.
Sin conocer el rumbo infausto de
los acontecimientos, José Antonio y otro dirigente del Directorio, Fructuoso
Rodríguez, enrumbaron hacia Radio Reloj. La transmisión de su vibrante
alocución fue interrumpida y su contenido no pudo escucharse en lo esencial por
la población, pero fue grabado para la historia. Hoy es un testimonio
estremecedor de aquel patriotismo sin límites protagonizado por jóvenes
cubanos.
Fuera ya de la emisora, en medio de una vorágine, José Antonio se
encamina a la Universidad de La Habana, donde debía haber otros estudiantes.
Inesperadamente el auto en que viajaba Manzanita choca con un patrullero que
salió a cortarle el paso.
Como era de esperar, el joven sin
retroceder enfrenta con su pistola a los sicarios, que le disparan con mayor
pericia y lo derriban. Allí lo ultimaron cobardemente. Fue una calle aledaña a
su amada universidad, el lugar que recibió su cuerpo brutalmente abatido.
Los cubanos honran en cada aniversario y siempre al querido José Antonio y a todos los mártires inmolados en plena juventud relacionados con los sucesos heroicos del 13 de marzo de 1957. Como él vaticinara, su mensaje nos marcó de manera indeleble, y sus vidas hermosas inspiran a todo un pueblo, que no los olvida. (Redacción digital. Con información de la ACN. Imagen de portada: periódico Trabajadores)