Muchos de nosotros escuchamos o leímos alguna vez la expresión ciudad condal, y seguramente la asociamos con algo medieval, europeo, más bien relacionado con la España de nuestros antepasados…, pero resulta que en Cuba también hay ciudades condales.
La más sobresaliente de todas es el pueblo de Santa
María del Rosario, fundado el 14 de abril de 1732 en una zona tabacalera en
las afueras de La Habana por orden del rey Felipe V, y concedida como patrimonio a José Bayona Chacón y
Calvo Fernández de Córdoba y Castellón, primer conde de Casa Bayona.
Este, a cambio de tal
merced, se comprometió con Su Majestad a edificar allí una iglesia para la
Orden de los Dominicos.
Fernández de Córdoba era un
apellido ilustre
muy cercano a la Corona porque uno de los antepasados de esa estirpe fue nada
menos que Gonzalo Fernández de Córdoba, quien llegó
como mozo de cuadra a la corte de la Reina Isabel la Católica, y se destacó
tanto por su valor como jefe militar y estratega que llegó a ocupar el cargo de
virrey de Nápoles, y pasó a la historia con el apodo de El Gran Capitán.
Lo cierto es que esta
concesión fue una especie de compensación para don José, quien había sufrido
grandes pérdidas por causa de la sublevación de esclavos ocurrida en el ingenio
Quiebrahacha, de su propiedad.
José María Chacón y Calvo, uno de los intelectuales más destacados de
la República, fue el quinto conde de este título y mantuvo hasta el final de su
vida el título de Señor de Santa María del Rosario. Una curiosidad histórica.
Se comenzó por la
construcción de cuatro calles que delimitaban la infaltable Plaza de Armas. Las
primeras edificaciones fueron el Ayuntamiento, la Iglesia Parroquial, el
Cuartel y el palacio de los Condes de Casa Bayona.
Las viviendas iniciales se
erigieron de mampostería, madera o yagua, techadas unas con guano o con tejas
rojas.
Pronto, alrededor de este
centro urbano se crearon los barrios de Cambute, Grillo, San Antonio y San
Pedro del Cotorro.
Con la llegada de los
colonos, no solo se siguió desarrollando la actividad tabacalera, sino también la
ganadería y los cultivos menores.
En 1898, se hizo presente en el pueblo el ferrocarril, y en 1930 la
Carretera Central lo incluyó en su ruta.
A partir de 1950, el pueblo
vio eclosionar su desarrollo industrial, con el surgimiento de empresas, como
Antillana de Acero (hoy Empresa Siderúrgica José Martí), la Cervecería Modelo
del Cotorro, la Fábrica textil Facute, la Gomera Industrial y otras.
Santa María del Rosario
tiene muchas construcciones típicamente rurales de la etapa colonial, de las
que alguna muestra semejante puede verse aún en ciertos rincones de El Vedado,
lo que hace de ese pueblo un sitio de gran interés arquitectónico e histórico.
Sin embargo, quizá su mayor
y más relevante tesoro lo constituya su iglesia parroquial, cuya construcción
financió el propio conde de 1760 a 1766.
Su mayor riqueza no consiste solo en el inmueble, sino, y tal vez sobre
todo, en su patrimonio ornamental, de altísima belleza y elevados valores
artísticos.
El Obispo Espada estuvo
presente en su fundación y, al bendecirla, la llamó “Catedral de los campos de
Cuba”, por lo que se le hizo plena justicia cuando, en 1946, fue declarada
Monumento Nacional.
Es una de las iglesias más
bellas de Cuba, de estilo barroco criollo.
Los materiales empleados en
su construcción fueron la piedra de cantería y la teja. Tiene una sola torre
campanario, y su fachada obedece a un diseño asimétrico, sus techos son de
alfarje decorados, posee imágenes magníficas de santos, además de columnas salomónicas
recubiertas de oro. Los techos y las cúpulas presentan armaduras de madera
tejida, en el más puro estilo colonial cubano.
Su presbiterio con piso de mármol, de considerables proporciones, tiene
55 metros de largo por 25 metros de ancho, y alberga el altar mayor que, con su
riqueza y espléndido labrado, está considerado una pieza religiosa única en Cuba:
mide 10 metros de ancho por 15 de alto.
La nave central alberga otros
11 altares; nueve de ellos, construidos en estilo churrigueresco, fueron
labrados en cedro, con la intención deliberada de imitar el mármol, lo que
denota una destreza artesanal sin par, y están enchapados con oro de 22
quilates.
Esa iglesia presenta,
además, dos tesoros de inestimable valor: sus archivos y catacumbas; pero su
posesión más preciada y artísticamente descollante es su colección de pinturas
al fresco, obras José Nicolás de la Escalera, primer pintor cubano de renombre.
Hay también pinturas al óleo, todas de contenido religioso y concebidas en gran formato triangular, con casi 4 metros y medio de largo por cada lado.
Algunas tienen temas
relacionados con la fundación del poblado, como La donación de Nuestra Señora a Santo
Domingo, La Glorificación de
Santo Domingo, La Rosaleda de
Nuestra Señora y Santo
Domingo y la Noble Familia de Casa Bayona, y otras con la historia de la Orden dominica.
Uno de ellos sobresale en el conjunto por ser la
primera obra pictórica cubana donde se muestra un hombre de raza negra en lugar
protagónico, en medio de una familia perteneciente a la nobleza, en este caso la
familia condal.
Algunos expertos han señalado que llama la atención la pose de familiaridad extrema en que el cuerpo fue pintado. Se cree que se trata de un esclavo del conde de Casa Bayona, quien reveló a su amo la existencia de un manantial de aguas y fangos con propiedades minero-medicinales. Estos óleos han sido recientemente restaurados.
El
descubrimiento de tal riqueza natural se produjo, según cuenta la leyenda,
cuando en 1727 el señor conde comenzó a padecer los terribles males de la gota,
enfermedad reputada por tener gran preferencia por los poderosos.
Uno de sus esclavos comenzó a lavar cada tarde las
llagas y tofos en las piernas del gran señor con un agua misteriosa que mejoró
rápidamente las lesiones y dio alivio al dolor, con lo que el enfermo, que al
principio pensó en un milagro, terminó por explorar el lugar de la fuente
sanadora, y encontró que estaba ubicada en medio de un paisaje de gran belleza
natural, con un microclima muy agradable y refrescante.
El sitio fue finalmente bautizado como la Loma de la
Cruz. En 1835 la entrada a los baños quedó señalada por una imponente
edificación con un amplio portal con arcadas de medio punto. Pronto constituido
en centro de salud, se convirtió en lugar de peregrinación para ricos y pobres
que buscaban paliar muy diversas dolencias.
Hoy, este
balneario, con sus aguas cloruradas, bicarbonatadas, sulfhídricas y sulfuradas,
es uno de los lugares más visitados e importantes del territorio.
Estudios científicos modernos han demostrado que las
aguas del balneario son eficaces en el tratamiento de enfermedades del sistema
músculo-esquelético, dermatológicas agudas y crónicas, endocrinas -incluida la
diabetes mellitus-, del sistema nervioso central y en padecimientos
cardiovasculares, respiratorios y del aparato genitourinario.
También se encuentran en estudio sus posibilidades
para tratar la infertilidad. Incluso los fangos están siendo empleados en
tratamientos de belleza.
Este
balneario no solo es célebre y muy visitado por cubanos, sino que su fama
alcanza proporciones internacionales. Sin duda, el humildísimo esclavo del
conde rindió un servicio inestimable a su amo y a la humanidad.
Santa María del Rosario cuenta con otros sitios de
interés, como el palacio Pedroso y la quinta San José, propiedad de la familia
de la gran etnóloga y antropóloga cubana Lidya Cabrera, discípula de don
Fernando Ortiz y autora de El monte, uno de los más célebres libros escritos en
Cuba.
Hay que
decir que, como buena nativa rosarina, la investigadora contribuyó a la
restauración de la iglesia y el palacio, propiedad de quien fue su compañera en
la vida, la señora María Teresa de Rojas.
La quinta San José albergaba un archivo de gran
importancia histórica, no solo con las investigaciones y notas pertenecientes a
Cabrera, sino también con valiosísimos pergaminos del siglo XVI coleccionados
por Rojas. Este tesoro cultural quedó en la finca cuando las damas emigraron, a
España primero, y luego definitivamente a los Estados Unidos, y hoy se
encuentra perdido, al parecer sin remedio.
En el palacio de los condes de Casa Bayona, hermosa
construcción colonial, se encuentra el restaurante El Mesón.
Hay un sitio raro, conocido como la finca de los
espiritistas, y vale recordar que la rebelión de los vegueros se relaciona
directamente con la Loma de la Cruz, por lo que el lugar posee carácter
histórico.
Pero Santa
María del Rosario reserva aún otras riquezas culturales no menos sorprendentes
que las ya enumeradas.
Su Fiesta de las Flores, característica
del lugar, es una reminiscencia de los antiquísimos festivales con que las
primitivas poblaciones europeas celebraban el advenimiento de la primavera, lo
que le confiere un origen remoto y pagano del que, por supuesto, nadie fue
entonces ni es hoy consciente.
Se celebraba el primer domingo de mayo con venta de
flores y papeletas, y estaba dedicada a la Virgen del Rosario, patrona de la
ciudad.
Durante la fiesta, tienen lugar varias actividades
pintorescas, como es el Vals de las Flores, que bailan
muchachas jóvenes, entre las cuales se elige una Reina de las Flores.
Otra competición, conocida como la Flor
de Cristal, consiste en la presentación de arreglos florales, de los
cuales se elige el más bello, y su autor o autora recibe como premio la Flor de
Cristal.
Me senté en el parque y no me moví del banco, mientras algunas de mis condiscípulas compraban pizzas y comiditas locales. El rumor de los árboles mecidos por el viento era como una música remota y extraña.
Nadie me llevó a la iglesia, nadie me habló de su magnificencia y su belleza, que yo hubiera apreciado por ser una pintora y una escultora en ciernes, aunque por ese entonces aún no sabía que acabaría estudiando en la Academia San Alejandro.