El 13 de abril de 1961, ardió y fue consumida por las llamas la tienda por departamentos El Encanto, de La Habana, como consecuencia de una acción terrorista organizada y sustentada por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el Gobierno de Estados Unidos.
La acción derivó en un incendio intencional muy bien urdido, en el cual perdió la vida la trabajadora Fe del Valle Ramos.
Aquel dolor todavía estremece a sus compatriotas.
La información hecha pública entonces, y después debidamente comprobada, evidenció que el atentado criminal en una de las mayores tiendas de su tipo en el país no era un hecho aislado, aunque sí el único de esa envergadura que logró concretarse en la capital cubana.
Formaba parte del proyecto nombrado Operación Pluto, dedicado a crear un clima favorable a la invasión mercenaria a Playa Girón que empezó el 17 de abril de ese año y en la que el pueblo cubano, finalmente, salió victorioso.
Antes de continuar con los hilos de la trama contrarrevolucionaria, en la cual laboraban sin descanso el Gobierno e instituciones y organizaciones implicadas de la potencia del norte desde el triunfo de los rebeldes, recordaremos a Fe del Valle, la ejemplar trabajadora de El Encanto, quien, fiel a los dictados de su conciencia, intentaba salvar fondos destinados a centros infantiles, cuando ocurrió su muerte.
Testigos de ese día aciago rememoraron cómo, después de haber sido desalojado el edificio al cual consumía un incendio inapagable por vía rápida, ella regresó cuando recordó que ese dinero había quedado a merced de las llamas.
Quería que no se perdiera, y allí fue atrapada, sin poder salir, mientras sus compañeros ignoraban lo que había hecho. No les avisó porque, seguramente, creyó que podía hacer la acción sola y con relativa rapidez.
Esto la ha definido por siempre como una heroína del pueblo. De origen humilde, había nacido el primero de agosto de 1917 en la localidad central de Remedios, antigua provincia de Las Villas. Pudo estudiar hasta el primer año de bachillerato esta joven sencilla, apodada cariñosamente Lula.
En plena dictadura de Gerardo Machado, su familia atravesaba una dura situación económica, y ella decide entonces marchar a la capital, en busca de mejores horizontes para su vida. Tenía 17 años cuando empezó a trabajar como aprendiz en la confección de sombreros.
Más adelante, consigue un empleo como dependienta en la gran tienda Fin de Siglo, algo que la preparó para su entrada posterior a El Encanto, en un tiempo en el cual ya colaboraba en la lucha urbana contra la tiranía de Fulgencio Batista.
Desde allí, realizó esfuerzos por crear un sindicato, pero fueron infructuosos. Sin embargo, al mismo tiempo mostraba que era muy responsable, eficiente y diestra en su trabajo, por lo que fue designada jefa de un departamento.
Tenía un carácter muy afable esa mujer con claras ideas sobre la justicia social y los derechos laborales. Esto siempre le ganó la simpatía y aprecio de sus subordinados.
Se había casado en 1938 con un militante comunista, relación que fortaleció sus principios y contribuyó a que abrazara plenamente la causa del socialismo.
El acto deliberado de tal incendio era parte de la operación encubierta ya citada, la cual fue autorizada por el presidente John F. Kennedy e incluía sabotajes, acciones de las bandas de alzados en el campo y de organizaciones contrarrevolucionarias en las ciudades, asesinatos de revolucionarios…
Estaban previstos, además, ataques a tiendas y comercios.
Nada se dejó a la improvisación. Los expertos de la CIA utilizaron petacas rellenadas con explosivos de origen sintético, cuyo volumen cabía con exactitud subrepticiamente en las cajetillas de cigarros Edén, muy vendidas en esa época. Serían entonces muy fáciles de colocar de manera “casual” en los sitios señalados.
Tanto esmero siniestro posibilitó que, en los meses previos a la invasión, entraran a Cuba en secreto por vía aérea y marítima unas 75 toneladas de explosivos y 46,5 de armas y otros medios destinados a terroristas urbanos y bandas de alzados en zonas de la Sierra del Escambray (Guamuhaya).
Una vigorosa -aunque bisoña- seguridad cubana continuaba anotándose éxitos en el enfrentamiento al enemigo, en lucha desigual, pero muy corajuda y patriótica.
El feroz despliegue había logrado que algunos criminales operantes en las montañas y la ciudad tuvieran ínfulas y se ufanaban tratando de organizarse mejor, repartiendo cargos; lamentablemente, cometiendo desmanes y asesinatos por donde pasaban.
Nacía una epopeya larga que se llamó Lucha contra bandidos.
En el hecho terrorista causante del siniestro de El Encanto fue identificado y apresado Antonio Veciana, uno de los líderes del Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP), quien declaró que su organización había reclutado para el sabotaje a un empleado de la tienda que colocó los artefactos en varios pisos y los activó a las 18:00 (hora local), después de cerrar el establecimiento.
El ejecutor solo había pedido que le aseguraran la fuga del país, rumbo a la tierra del tío Sam, por vía marítima. No pudo realizar su sueño, pues la justicia revolucionaria llegó a tiempo. Lo detuvieron, mientras esperaba ser recogido en el litoral de la playa Baracoa, en el oeste de la capital cubana.
Sin pelos en la lengua, ese otro personaje identificó enseguida a quienes lo contrataron y reveló todos los detalles del plan. Así de sencillo, aunque lamentablemente el abominable acto no pudo ser evitado a tiempo, y una trabajadora abnegada, como Fe, se nos fuera tan temprano, de manera salvaje. (ACN)