El Parque de la Fraternidad siempre ha sido un sitio de constante tránsito de personas, mas en las últimas semanas el molote se agrupa en las paradas y en los puntos desde donde salen los boteros hacia el resto de los municipios de La Habana.
Transportarse, más que un viaje o parte de la rutina de la mayoría de los capitalinos que trabajan lejos de sus casas, se ha convertido en una verdadera odisea, más angustiante que la del propio Homero.
La inflación, la crisis económica y la escasez de combustible por la que atraviesa el país en las últimas semanas acentúa una situación que viene desde los últimos tres años en los que la capacidad de transportación de pasajeros ha disminuido en todo el país. De hecho, en el balance del Ministerio de Transporte se reconoció que en el año 2022 se incumplieron los planes de transportación y se agravó el deterioro de las infraestructuras.
Según explicó el ministro del sector, Eduardo Rodríguez Dávila en la Mesa Redonda, en la situación crítica del transporte de pasajeros influye la insuficiente disponibilidad de divisas para la adquisición de piezas de repuesto, agregados y componentes para el mantenimiento y reparación de medios.
Las transportaciones―dijo el ministro ―requieren 49 millones de dólares anuales solo para el mantenimiento, y un ómnibus articulado de los que circula en La Habana cuesta más de 200 000 mil dólares.
Sin embargo, al parecer, no entienden mucho de esas cifras a las personas que llevan horas esperando una guagua, tiempo que puede multiplicarse en los horarios picos de movilidad, en las mañanas y en las tardes.
El panorama se torna homérico: vehículos estatales que pasan vacíos por las paradas y no paran; otros que paran y cobran; y los transportistas privados, que, aunque sus precios nunca han sido asequibles para una parte de la población, ahora exigen montos abusivos no acordes a los establecidos por la ley.
Del Parque del Curita, en La Habana Vieja, hasta Coppelia o Línea y G son 100 pesos por persona; hasta La Cuevita, Guanabacoa, Víbora-La Palma o La Lisa-Marianao, 150; hasta el Cotorro, Paradero de Playa, Santiago de Las Vegas y Alamar, 200; y hasta Guanabo la cifra asciende a 300 pesos. Además, en los precios no incide desde donde te montes o donde te bajes, es la misma cantidad así sean por dos cuadras.
Ese monto puede duplicarse o hasta triplicarse en el horario nocturno, donde compiten con los ruteros, quienes pueden después de su horario, cobrar por encima de la tarifa establecida para cada una de las rutas, pero, lo que hace un mes costaba 50 pesos, ahora son 150. Los bicitaxis tampoco escapan de esta ola, y el viaje del Parque de la Fraternidad hasta la Terminal de Ferrocarriles cuesta 250 pesos, por solo citar un ejemplo.
La otra cara de la moneda
Héctor García lleva seis años como transportista privado, además de los impuestos a la ONAT, tiene que pagar entre 20 000 pesos por una goma, el pomo de aceite Castrol de un litro casi 4 000, más los precios elevados de cualquier otra pieza o la mano de obra de la reparación.
Su carro es de petróleo, lleva cuatro días en la cola virtual y calcula que podrá comprar en una semana porque tiene el número 8 000 en el Cupet de 31 y 18.
A esa situación de Héctor―común para la mayoría de los transportistas privados―se suma que muchos de los choferes no son propietarios del vehículo, y de las ganancias diarias tienen que pagar al dueño un por ciento por el alquiler.
“La gasolina la estoy comprando a 500 pesos el litro por la izquierda porque no tengo tiempo para pasarme tres días en una cola, y esos 40 litros que me venden no me alcanzan ni para dos días. Y la caja de pollo me cuesta 8 000 pesos, la libra de arroz, 150, la libra de mango a 50, la bolsa de leche a 1500 a una mipyme. Imagínate, tengo que cobrar más, todo es una cadena, no voy a morirme de hambre ni trabajar por gusto”, comenta a Cubadebate, Gustavo González, uno de los tantos boteros que espera su turno en el parque El Curita para cargar pasajeros.
Es una realidad que, si en estos momentos compran el litro de combustible a 500 pesos y siguen ofertando el servicio, es porque indiscutiblemente, tienen ganancias. La otra certeza es que los precios del transporte privado, en la práctica, funcionan por oferta y demanda.
Ante la crisis en el transporte público, los montos del pasaje privado aumentan y seguirá así mientras que existan personas que los paguen o las acciones de control de los inspectores sean suficientes.
Recientemente, se publicó en Cubadebate varias acciones de control realizadas por la Dirección de Transporte de La Habana, donde se le aplicaron solo a tres infractores multas de 8000 pesos según lo establecido en el Decreto 30/21“De las contravenciones personales, sanciones, medidas y procedimientos a aplicar por la violación de las normas que rigen la política de precios y tarifas”.
Según la nota de prensa, en la inspección realizada en la intersección de la Avenida Rancho Boyeros y Tulipán, en el municipio Plaza de la Revolución, se detectó a un transportista cobrando 200 pesos por el recorrido entre La Habana y Santiago de las Vegas.
En la calle 101 esquina a 34, en el municipio Cotorro, otro transportista cobraba 150 pesos por el tramo comprendido entre ese municipio y el Parque del Curita, en Centro Habana.
Por último, igualmente en el Cotorro, se detectó a un tercer transportista que recaudaba un importe de 100 pesos por la distancia comprendida entre la localidad y la Virgen del Camino, en el colindante municipio de San Miguel del Padrón.
No obstante, un viento solo no mueve molinos; tres multas ante tanta impunidad, tampoco. Esos controles no pueden realizarse por rachas ni esporádicos, sino sistemáticos, y las multas no pueden ser paños tibios ni precios que se equiparan con las ganancias diarias de los que cometen la violación.
Las excusas de los transportistas privados por la subida de los precios son que se pasan cuatro días en la cola de un Cupet, o que pagan el combustible veinte veces por encima de su valor oficial. El pasajero, el trabajador que lleva tres horas en la parada y le urge llegar a su casa, y otros que necesitan moverse hasta el hospital para un turno médico, por ejemplo, no tienen la culpa de esa situación. No se puede aplicar la ley de la selva y que se salve quien pueda.
El desafío siempre será establecer un punto de equilibrio entre el transporte urbano estatal y el no estatal. Mientras esa solución no esté a la mano, hay que ejercer un control eficaz, constante y oportuno para que unos no lucren con las necesidades de los otros.