Cuando en 1538 la reina Juana de Castilla ordenó a Hernando de Soto, gobernador de Cuba y Adelantado de La Florida, la construcción de una fortaleza que protegiera a la villa de San Cristóbal de La Habana de las incursiones de piratas y corsarios, le sugirió que aquel primer conjunto defensivo fuera erigido en la loma de El Morro.
Sería difícil intentar comprender, desde nuestra perspectiva histórica, por qué De Soto no la obedeció, pues no dejó ningún testimonio escrito de las razones por las cuales contradijo a su soberana, aunque tal vez haya influido en tal decisión su anhelo por partir cuanto antes en la expedición que preparaba para la conquista de La Florida, y que se hizo a la mar apenas un año después de su nombramiento y dos de su matrimonio con doña Inés de Bobadilla. Era un hombre impaciente, en verdad.
Luego de la catástrofe que supuso para la villa de San Cristóbal el ataque pirata perpetrado en 1555 por el corsario francés Jacques de Sores, donde tan triste papel hizo el entonces gobernador Pérez de Angulo[1], la Corona decidió que Cuba no tuviera nunca más gobernadores civiles y envió, en sustitución del fallecido Angulo, al capitán don Diego de Mazariegos, con órdenes de construir una nueva fortaleza mejor situada y equipada para defensa de la villa.
No por gusto era Mazariegos avezado militar, pues retomó con urgencia la sugerencia hecha por la reina Juana a De Soto y, además de ocuparse de llevar adelante la edificación del castillo de la Real Fuerza, hizo construir sobre el peñón de El Morro una torre vigía de 12 metros de altura, de cantería blanca que refulgía bajo la luz del trópico y podía ser vista en ocho leguas a la redonda. Esa torre, además de alojar centinelas que mantenían una constante vigilancia sobre el litoral, servía de orientación a las embarcaciones que se acercaban a San Cristóbal. Sin saberlo, creó la edificación destinada a convertirse tiempo después en el faro de El Morro, célebre en el mundo entero por ser la imagen icónica de La Habana.
Antes de hablar de este castillo, hay que dedicar espacio a una breve biografía de su arquitecto jefe, quien también lo fue de la fortaleza de San Salvador de La Punta. El maestro Bautista Antonelli[2] era miembro de una familia italiana en la cual siete de sus integrantes fueron arquitectos civiles, hidráulicos y militares de gran prestigio, quienes sirvieron a cuatro monarcas españoles durante 90 años, y dejaron importantes obras en la propia España, Portugal, norte de África y las colonias españolas del Caribe.
Ingeniero real Bautista Antonelli, constructor de los castillos San Salvador de La Punta y Los Tres Santos Reyes Magos de El Morro. |
El Consejo de Indias lo escogió junto al maese de campo Juan de Texeda para elaborar un plan de fortificaciones que garantizara la seguridad de los puertos españoles del Caribe. Ambos llegaron a La Habana en 1539 para comenzar las obras en El Morro y La Punta y terminar los trabajos de la Zanja Real, encargada de llevar el agua a la villa.
No más llegar, Antonelli tuvo dos ideas que dejan en claro su lucidez como arquitecto militar. La primera fue comprender la importancia suprema de la loma de La Punta, de la que dijo que quien fuera dueño de ella lo sería del castillo de El Morro, y quien fuera dueño de la loma de La Cabaña lo sería de la villa. La segunda fue cerrar la boca del puerto con una cadena de gruesos maderos unidos por peines de hierro, la misma que aparece entre los símbolos del escudo original concedido por la Corona a la villa de San Cristóbal.
A pesar de su prestigio y de ser uno de los arquitectos favoritos de Felipe II, la estancia de Antonelli en La Habana distó mucho de ser placentera, pues, como otros antes de él, también fue víctima de intrigas y componendas por altos funcionarios de la villa. Adquirió, además, en el rostro una enfermedad de la piel, supuestamente por exposición al sol. Por ambas situaciones, pidió al rey que le permitiera regresar a España, o de lo contrario se obligara a los funcionarios que lo dejaran trabajar en paz sin interferir en sus decisiones. Lo primero no le fue concedido, pero la orden de respetar sus designios sí fue dada al gobernador que lo importunaba y vino acompañada, además, por un significativo aumento de salario para el solicitante.
Trabajó con Antonelli su sobrino Cristóbal de Roda, en calidad de ingeniero ayudante. No solo proyectaron y construyeron las dos fortalezas, sino que trabajaron también en los planos para la nueva iglesia parroquial, en un trazado de la San Cristóbal como ciudad y en la formación técnica del personal que convirtió la villa fundacional, sembrada de bohíos del siglo XVI, en la ciudad de obras de fábrica del siglo siguiente. Murió en España.
Las primeras obras comenzaron en El Morro en 1589 y tropezaron con las mismas dificultades que habían pesado sobre la construcción de la Fuerza Vieja y el castillo de La Real Fuerza: escasez de dinero, de materiales y de mano de obra, además de la malversación de recursos por los altos funcionarios coloniales. Solo bajo el mandato del gobernador don Pedro Valdés (1600-1607), el que más colaboró con Antonelli, se cerraron las bóvedas y se concluyó la plataforma sobre la cual se emplazó una batería de 12 cañones, llamados los doce apóstoles. Bajo el siguiente gobernador, fueron terminados los alojamientos de las tropas, los almacenes de municiones, los aljibes y las caballerizas. La fecha oficial de la terminación de este castillo quedó fijada en 1630.
La fortaleza fue concebida con forma de polígono irregular, con muros de 3 metros de grosor y fosos profundos, elementos todos ellos que la confirman como un ejemplo de arquitectura militar renacentista. Las partes de su estructura son inaccesibles hasta 60 pies de altura.
El castillo se adentra en el mar en ángulo agudo, en el que tenía un medio baluarte sobre el cual se alzaba una torre-fanal de 10 metros de altura. A partir de ella, una estructura de terrazas de 150 metros de profundidad se iba desplegando hasta unir la fortaleza con la tierra, donde esta se encuentra protegida de asaltantes potenciales por dos poderosos baluartes. Formaban parte de la defensa exterior que acompañaba el frente el foso, concebido sin agua y bien hondo para impedir el paso del enemigo, la contraescarpa, pared opuesta al muro escarpado del castillo, que tiene como intermediario al foso; un camino cubierto, el terreno natural inmediato a la contraescarpa, que se extiende en paralelo a la línea del frente de tierra y estuvo delimitado y protegido por una estancada y después por un parapeto, para la alineación de la tropa y la fusilería; el glasis, terreno continuo en declive que aumentaba la fuerza de atrincheramiento, dificultaba la bajada al foso y cubría la obra a los ojos del agresor.
Junto con la fortaleza de San Salvador de La Punta, la de El Morro costó al tesoro de la Corona española 700 mil ducados, el doble de lo calculada sobre los proyectos originales realizados en Madrid.
Hasta la construcción de la fortaleza de San Carlos de La Cabaña, El Morro cargó sobre sí la responsabilidad de ser la mayor y más importante defensa de la villa contra sus asaltantes, y a lo largo de siglos sus muros han soportado los embates de una mar embravecida durante los muchos ciclones que azotaron la ciudad.
También resistió con éxito los ataques de corsarios holandeses, franceses e ingleses por más de 100 años. Sobre su desempeño durante la toma de La Habana por los ingleses en 1762, ha escrito el célebre arquitecto cubano Joaquín Weiss en su imprescindible tratado La arquitectura colonial cubana:
Resistió durante cuarenta y cuatro días el asedio de la armada del almirante Pocok —la más formidable que actuara en las Indias en la época colonial—, y para ser tomado fue necesario que los ingleses, después de una larga y cruenta labor de zapa, dinamitaran el baluarte exterior y penetraran en él por vía de La Cabaña.
Los ingleses, quienes habían desembarcado por Cojímar, enviaron una parte de sus tropas a Guanabacoa, donde enfrentaron la feroz resistencia del célebre Pepe Antonio, al mando de los vecinos, y otra a la loma de La Cabaña, aún sin fortificar, y desde allí cavaron túneles hasta llegar a El Morro, colocaron explosivos en la brecha y dinamitaron una parte de los muros, por donde accedieron a la fortaleza, que de otro modo nunca habrían podido tomar, pues resultaba prácticamente inexpugnable para las posibilidades bélicas de la época.
En 1763 y tras ser devuelta La Habana a España a cambio de entregar a Inglaterra La Florida, ingenieros militares de la Corona comenzaron la reconstrucción de la fortaleza, dañada por el ataque inglés. En los próximos tres años y más tarde, de 1766 a 1771, fue transformado el cuerpo del edificio con la creación de un nuevo sistema táctico defensivo, que condicionó sus aspectos formales y funcionales a los nuevos requerimientos impuestos por la industria armamentista y los métodos establecidos por las normas de defensa de fortalezas propias del siglo XVIII.
Se crearon nuevos espacios funcionales que permitían conseguir mayor capacidad para situar plataformas, baterías, bóvedas para almacenes, etc., todo lo cual daba a la fortaleza la posibilidad de resistir un largo asedio y mantener una guarnición de centenares de hombres.
Se aumentaron los volúmenes de la construcción, al dársele mayor altura y espesor a las superficies de los baluartes, plataformas y parapetos, con sus respectivas troneras, merlones y banquetas, a fin de garantizar mejor protección a la soldadesca. Las garitas se colocaron nuevamente en los ángulos de los baluartes; el foso se profundizó aún más y se amplió, ofreciéndole mayor altura a la cortina de tierra; se mejoró la contraescarpa, se levantó el parapeto del camino cubierto y, en su plaza de armas, se construyó un pequeño alojamiento para el cuerpo de guardia.
En el interior del recinto, donde el bombardeo inglés había destruido las edificaciones destinadas a vivienda, se construyó un enorme bloque de cantería monolítica a prueba de explosivos, rodeado de estrechos caminos de ronda con piso empedrado y acanalado para el desagüe de las fuertes lluvias.
Al sur, y frente a la entrada principal de la fortaleza, se construyó un espacio que sería utilizado para fines militares, eclesiales y domésticos. Fueron añadidos dos baluartes, otro camino cubierto, aljibes, cuarteles, calabozos y más almacenes, asimilando siempre las irregulares características del terreno. Se perfilaron nuevos accesos hacia el este, con caminos cubiertos que comunican con la Cabaña, la batería de la Pastora y el Fuerte de San Diego[3]. Esta línea defensiva estaba colocada a lo largo de la única parte del terreno de El Morro que el enemigo podía atacar.
La torre original de 10 metros de altura, inicialmente conocida como El Morrillo, albergó el primer fanal alimentado con leña hasta el siglo XVII. A principios del XIX era encendido con gas, y más adelante con aceite. Finalmente, esta estructura fue demolida, y en 1845 el Real Cuerpo de Ingenieros levantó en su lugar el faro actual, “con fuerte material de sillares”, al que se dio el nombre del gobernador O’ Donnell. Sus gruesos muros tienen 7,5 pies en su base y cuatro ventanas que dispensan la ventilación y la luz. Tiene forma circular y su diámetro disminuye gradualmente desde la base hasta arriba a una altura de 108 pies; Se divide en dos cuerpos, el primero de 76 pies de alto, y el resto rematado por una cornisa donde se apoyan sobre una balaustrada de hierro la linterna y la cúpula. En 1945, el faro fue electrificado. Su luz alcanza unas 18 millas de distancia, y aún en nuestros días continúa guiando a las embarcaciones que navegan en las cercanías del primitivo puerto de Carenas.
Hoy, el castillo de los Tres Santos Reyes Magos de El Morro, la más emblemática de las construcciones militares cubanas, forma un conjunto arquitectónico con la fortaleza de San Carlos de La Cabaña. Luego de iniciarse su restauración en 1986, el Castillo pasó a integrar, junto con La Cabaña, el Parque o Complejo Histórico Militar Morro-Cabaña.
En la actualidad constituye un gran museo histórico con una valiosa colección de objetos y documentos que datan desde los “Los Grandes Viajes”, comenzando por las principales expediciones marítimas que España y Portugal realizaron en los siglos XV y XVI y el período posterior durante la época de la colonia. (Gina Picart Baluja)
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[1] Sin embargo, Pérez de Angulo hizo cosas buenas durante su mandato. Fue él quien validó la ordenanza real de disolución de las encomiendas, que ponía fin a la esclavitud de los aborígenes cubanos. En cuanto a su huida de la villa ante la presencia de Jacques de Sores, si fue por cobardía, como le achaca la historia, habría que preguntarse por qué reunió una partida de defensores entre los habitantes del poblado de Guanabacoa y regresó al frente de ellos para enfrentarse a los piratas. De cualquier modo, San Cristóbal no tenía, ni con Angulo ni sin él, recursos reales para vencer a los vándalos de Sores.
[2] El constructor de nuestras dos fortalezas no se llamaba Juan Bautista, confusión a la que ha dado lugar la repetición de los mismos nombres en tres generaciones de la misma familia, en la que era el menor de dos hermanos. Otra aclaración importante es que al parecer quien proyectó las fortalezas o sus planos originales fue el jefe de los arquitectos reales y lo hizo en Madrid, bajo la mirada del rey Felipe II. Antonelli pudo haber participado, tal vez se limitó a traer los planos a La Habana y trabajar, ajustándose a ellos en lo posible. Lo que sí es seguro es que fue él quien dirigió las obras.
[3] Ambas construcciones forman parte del segundo sistema defensivo de La Habana.