El 27 de mayo de 1990, el destacado
intelectual y político cubano Armando Hart (1930-2017) tuvo a su cargo las
palabras de despedida de duelo de Mariano, en la necrópolis Cristóbal Colón.
Por la importancia de esta
personalidad de las artes, reproducimos a continuación una versión de aquellas palabras
de Hart, publicada en Cubadebate:
Entre los grandes fundadores de la escuela de pintura de La Habana figura, por derecho propio, Mariano Rodríguez Álvarez (La Habana, 24 de agosto 1912 – La Habana, 25 de mayo 1990), artista comprometido con la causa antiimperialista y, por tanto, con los ideales más profundos y ampliamente democráticos de la sociedad cubana. Una reflexión sobre su vida, en tanto ciudadano y artista, nos permite incursionar, en temas claves de la cultura cubana.
Nació en La Habana el 24 de agosto de 1912. Quizás su temprana vocación por la pintura le venga a través de su madre, quien fue pintora y discípula de los maestros Romañach y Menocal. Su padre era oriundo de Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias. La familia Rodríguez Álvarez viaja y permanece allí entre 1915 y 1920, año en el que regresan a Cuba.
Pintor autodidacta, inició su carrera artística en 1936, al calor del movimiento creado por los pintores muralistas de México. Viajó a ese país y allí se inició en el movimiento que representaba en ese momento esa línea de liberación plástica y social en América Latina. El muralismo mexicano, con su contenido artístico y su búsqueda de una renovación con raíces profundamente populares, fue una de sus inspiraciones más profundas.
Regresó a Cuba en 1937 y trabajó con vehemencia, integrándose al grupo que, con Víctor Manuel, había surgido con la exposición de la Revista de Avance en 1927. En 1943 realiza su primera exposición personal en Cuba y expone por primera vez, en el extranjero. Así se colocó entre el grupo de fundadores que, con Amelia Peláez, Abela, Carlos Enríquez, Portocarrero y Martínez Pedro, entre otros, conformó la llamada Escuela de pintura La Habana.
Desde comienzos de los años cuarenta incorporó al gallo entre los motivos de su pintura y realizó en esa década y en la siguiente varios murales en edificios de importantes instituciones, además de incursionar en la cerámica y viajar por varios países de Europa y por Estados Unidos, momento en que se pone en contacto con la obra de grandes maestros de la pintura de todos los tiempos.
Al triunfo de la Revolución, asumió a plenitud las responsabilidades de un artista comprometido con las radicales transformaciones que se llevaban a cabo en el país. Fue fundador de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, decisiva institución de la cultura nacional, trabajó durante año y medio como consejero cultural de Cuba en la India, donde creó una bella colección de dibujos y pinturas. A propósito, José Lezama Lima, refiriéndose a esa etapa de su creación, afirmó: “Dichoso Mariano que ha podido ver los cuatro grandes ríos: el Ganges, el Sena, el Amazonas y el Almendares”.[1]
La obra de Mariano está marcada por una notable variedad de temáticas y un sentido de búsqueda permanente. A los gallos, recurrentes y omnipresentes, se unen los desnudos, las frutas, las masas, las fiestas del amor, etcétera.
Refiriéndose a las masas como motivo de sus cuadros dijo el pintor: “A mí las masas en Cuba me han impresionado desde las iniciales concentraciones y movilizaciones de los primeros años de la Revolución. Nunca había visto algo semejante. […] En Cuba se manifiesta de una manera particular, sobre todo en ese diálogo que se establece entre Fidel y el pueblo”.
En 1975, reafirmando su vocación social como artista comprometido con su tiempo y con su pueblo, expresó, el artista plástico en nuestros países debe incorporar su arte a la vida, como los renacentistas, e incorporarlo para hacerlo participante y colectivo, poniéndolo al servicio de todas las necesidades del ser humano y ayudando a este a buscar la belleza y a crearla en todo lo que usa, en todo lo que utiliza para vivir.
Esas ideas guiaron su conducta de manera permanente. “Vivir y pintar, pintar y vivir” fue su divisa fundamental. Pintó hasta poco antes de su muerte, ocurrida el 26 de mayo de 1990. Su infatigable amor por lo que realizaba, su trabajo arduo, su talento excepcional nos han permitido recibir como legado una vasta obra de creación. Su colección de óleos, pasteles y dibujos ha quedado como patrimonio cultural de nuestro país.
Mariano no fue solo un artista eminente; como creador comprometido, no rehusó jamás ocupar una responsabilidad que implicara el enfrentamiento y el debate de ideas. Fue promotor, activista y combatiente ideológico. Asumió sin vacilaciones la vicepresidencia de la Casa de las Américas, y tras la desaparición física de Haydée ocupó la presidencia de esa institución hasta que decidió dedicarse por entero a pintar. Lo decidió para facilitar que se promovieran nuevas generaciones al frente de la Casa. Nunca rehuyó los enfrentamientos más complejos que se presentaron en el campo cultural en el curso del proceso revolucionario.
Tuve el honor de ser su amigo y de compartir con él los aspectos más profundos y delicados de la política en relación con el arte y, en especial, con la plástica. En Mariano tienen las nuevas hornadas de artistas formados por la Revolución un ejemplo a seguir en este grande de la pintura y aprender su lección de artista y ciudadano.
Desempeñó un papel protagónico en la plástica cubana y en su desarrollo, como una fuerza de enormes proporciones tanto en lo nacional como en lo internacional. A su figura está asociada la aprehensión de los elementos más significativos del arte moderno que llegó a nuestro país en los años veinte. Las nuevas técnicas y las búsquedas más actualizadas nacidas en los umbrales del siglo xx y que tuvieron en Pablo Picasso su más sobresaliente exponente, al influir en nuestro arte nos permitieron encontrar lo que hemos llamado lo real cubano a través del color y de las formas.
Así pudo hallarse el camino definitivo de la pintura cubana, porque antes no puede hablarse con profundidad y rigor de una pintura o de una línea de pensamiento plástico que correspondiera plena y profundamente a la identidad cultural de la nación cubana. La ruptura con las formas de la Academia no significó, desde luego, la negación dogmática de ciertos antecedentes. Representó la apertura y búsqueda de lo más genuino y profundamente cubano.
Como en la esencia de la cubanía está también la vocación universal, su pintura adquirió un mérito y un valor internacionales de primer orden. Fue fiel a sus concepciones artísticas y estéticas y a las ideas políticas y sociales más avanzadas. En él está presente la síntesis entre la vanguardia política y la vanguardia artística.
En 1981 recibió la Orden Félix Varela, la más alta distinción que otorga el Consejo de Estado a personalidades de la cultura, en reconocimiento a sus méritos como artista y como promotor de una creación artística inspirada en el pueblo y para el pueblo.
En su búsqueda permanente, figura como objetivo central la reafirmación de la cubanía. Sus gallos, junto a las naturalezas muertas de Amelia, los interiores del Cerro y las ciudades barrocas de Portocarrero, las figuras sincréticas de Lam, forman hoy parte inseparable del patrimonio de la imagen de lo cubano que se enriquece día a día con la obra de los nuevos pintores.
En nuestra tradición nacional figura el hecho de que los más altos exponentes del arte genuinamente cubano alcanzaron la riqueza y multiplicidad de sus formas cuando se acercaron, tuvieron en cuenta o, incluso, se comprometieron con el ideario social y político más avanzado de nuestro pueblo. Los cubanos nos hemos ganado el derecho de que la política influya sobre la cultura y que la cultura influya sobre la política, precisamente por esa tradición y porque la mantuvimos, la desarrollamos y porque en la Revolución alcanzó nuevas y más amplias formas de expresión.
[1] José Lezama Lima. “Mariano llega a la India”, en Mariano: uno y múltiple, catálogo de la Exposición Antológica (1937-1987), Canarias, 1988, p. 15.