Un cineasta de La Habana dio a la filmografía cubana una de sus mayores y más perfectas y admiradas joyas: La bella del Alhambra, y también, probablemente, la más polémica y rechazada: Verde verde. Se trata de Enrique Pineda Barnet (1933-2021).
Perteneciente a una familia
ilustre del patriciado colonial y de la alta oficialidad del Ejército
Libertador, desde muy joven fue un apasionado del arte y la cultura, lo que
evidenció con su asombrosa versatilidad que lo llevó a expresarse como actor,
cantante, escritor de radio y televisión, publicista, teatrista, crítico,
periodista cultural, cuentista, poeta, autor de textos para cine, video y
ballet, locutor y maestro.
Fue uno de los primeros alfabetizadores que llegaron a la Sierra
Maestra, y en 1962 se incorporó al Instituto Cubano del Arte e Industria
Cinematográficos (Icaic), iniciando así una larga carrera cinematográfica, como
director de documentales, filmes experimentales -Cosmorama, 1964- y
largometrajes como La Bella del Alhambra (1989), su gran filme, Premio Goya de la
Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de España, aspirante al Oscar a
Mejor Película Extranjera en 1991 y ganador de innumerables reconocimientos
más.
En 1963, se hizo sentir con su documental Giselle, logrado gracias
al conocimiento que tenía sobre el ballet, y con el guion de Soy
Cuba, coproducción con la entonces Unión Soviética, obra que fue
incomprendida cuando se estrenó y, décadas después, fue redescubierta y
elogiada en 1995 por Martin Scorsese y Francis Coppola.
Fue fundador de la Sociedad
Cultural Nuestro Tiempo, de la Escuela Profesional de Publicidad, del
Teatro Estudio y de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac).
En 47 países, ofreció cursos, maestrías, seminarios y talleres, y fue
jurado y ponente en numerosos eventos de cine en el extranjero.
De su extensa cinematografía, pueden mencionarse igualmente Aire
frío, Crónica cubana, David, Che, Guillén, Rodeo,
Mella,
Versos
sencillos, Aquella larga noche, Tiempo de amar, Angelito mío, Somos
arte, La Anunciación, Verde verde y Mi Virgen de la Caridad.
En 2006, se le otorgó el Premio Nacional de Cine por el conjunto de su
carrera y de su obra, y en 2016 el Premio Coral de Honor del XXXVIII Festival
Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, por la obra de la vida. Recibió
también la Medalla Por la Cultura Nacional
y la Medalla José Manuel Valdés Rodríguez, de la Universidad de La Habana.
Verde verde no
es, como la historia ha demostrado recientemente, un filme demasiado anticipado a su momento social. El tema gay, que ya
parece definitiva y legalmente zanjado en la sociedad cubana, si bien fue
siempre tabú, no por eso dejaba de estar vivo, palpitante y hasta sangrante.
Su director dijo que había filmado esa película para poner ante los
ojos de la isla el drama de muchos homosexuales que en algún momento de sus vidas,
casi siempre ya cercanos a la vejez o francamente inmersos en sus garras,
sufren muertes trágicas, asesinados por criaturas inescrupulosas cuya única
intención al acercárseles fue el móvil del robo y, en no pocos, casos la
sevicia de un sadismo sin límites, como ya antes había mostrado la excelente
telenovela cubana El año que viene, al llevar a la pantalla la tortura y muerte
del homosexual Bolito, a manos de un camaján chulo, machista y criminal.
A la larga, lista de intelectuales cubanos enumerada por Barnet en
aquella entrevista sumo yo dos nombres: el cineasta italiano Pier Paolo
Passolini y el escritor habanero Alberto Yáñez. El hecho ha ocurrido muchas
veces y va a seguir ocurriendo, pues es la clase de crimen que no puede
llevarse a cabo sin la complicidad de la víctima, que abre su casa y su
identidad a la persona equivocada, hasta que llega, con la decepción, también
la muerte.
Aunque comprendo perfectamente que la crudeza descarnada de Verde
verde la hace un audiovisual
difícilmente tolerable para muchas sensibilidades, siempre he creído que tiene
grandes aciertos, como fue el de elegir para el papel del marinero gay a un
actor como Héctor Noa, icono de virilidad, a tal punto que también fue
elegido para el elenco del filme Los dioses rotos, del realizador
cubano Alberto Daranas, basado en la historia del rey de los chulos habaneros, Alberto Yarini y Ponce de León, donde
Noa tuvo a su cargo el papel del chulo machista y matón que da muerte al
protagonista, o sea, el proxeneta francés Lotot, el asesino de Yarini.
Que la concepción del guion es teatral y hasta expresionista,
concuerdo, pero ello da al ambiente un raro sabor que desconcierta, y el
espectador no sabe reconocer. En fin, de Verde verde y la osadía de Pineda
Barnet se podría hablar mucho, pero no aquí.
En mi modesta opinión, el cine cubano tiene una especie de Santísima Trinidad formada por Tomás
Gutiérrez Alea, Enrique Pineda Barnet y Fernando Pérez, con sus obras Memorias
del subdesarrollo, La bella del Alhambra y Suite
Habana.
Mucho y muy bien cine se ha hecho y se hace en Cuba, pero las testas que han ganado una corona lo han hecho para la eternidad y la memoria. (Gina Picart Baluja)