La Florida tuvo una guarnición permanente compuesta por soldados españoles y por otros efectivos procedentes de la isla de Cuba.
Ocurre que una de
las más importantes fuerzas auxiliares, hoy diríamos “paramilitares”, con que
contaba la Corona española en la isla estaba en La Habana y era el famoso
batallón de Pardos y Morenos, soldados muy bien entrenados y de coraje sin
límites, pero mandados por una alta oficialidad blanca.
Entre sus pocos oficiales negros estuvieron
el padre y el abuelo de José Antonio Aponte, y él mismo vistió el honroso
uniforme antes de consagrarse a luchar por la liberación de Cuba.
En otra ocasión
contaremos más sobre los orígenes, hazañas y triunfos de este batallón
aguerrido tenido en tan alta estima por la Corona española.
La condición
imperial de España explica que su política exterior colonial fuera tornadiza y
se moviera de acuerdo con las circunstancias, y La Florida en más de una
ocasión fue objeto de negociaciones e intercambios entre las tres potencias
europeas que en aquel tiempo se disputaban los territorios del llamado Nuevo
Mundo, en especial los de los actuales Estados Unidos.
Sin embargo, España,
desde Cuba, hizo vitales aportes a las Trece Colonias durante su guerra de
liberación contra Inglaterra.
Un detalle solo
conocido por historiadores es que durante esa contienda puso el Arsenal de La
Habana a disposición de los rebeldes norteños. Y no solo eso. El general
Washington, líder de los independentistas, no disponía de suficientes tropas ni
de dinero para pagarlas, por lo que fueron criollos y españoles de La Habana
quienes donaron no solo efectivo, sino también sus joyas para la causa de la
libertad del vecino del Norte.
La recaudación
estuvo a cargo del venezolano Francisco de Miranda, figura luego destacada en
la independencia de las naciones americanas, pero entonces todavía un joven
ayudante personal del gobernador español de Cuba, Juan Manuel de Cajigal.
El historiador
norteamericano Stephen Bonsal, escribió:
“…los millones que fueron entregados a Saint Simon para pagar a las
tropas, por las señoras de la Habana, pueden con certeza ser considerados como
los cimientos de dólares, sobre los cuales se erigió el edificio de la
Independencia de América…”
España le declaró
oficialmente la guerra a Inglaterra en mayo de 1779. De inmediato, las tropas
hispanocubanas asaltaron y capturaron los fuertes ingleses en Mississpi, y
conquistaron Mobila y Pensacola.
Entre las tropas
salidas de Cuba se encontraban los hombres del Batallón de Pardos y Morenos.
Más tarde, cuando ya
los primeros trece Estados de la futura Unión se encontraban bajo total dominio
de Inglaterra, fuerzas militares españolas, entre las que se encontraba aquel batallón,
combatieron denodadamente junto al general George Washington en la batalla de
Yorktown, en 1781, y contribuyeron a la derrota decisiva de los soldados
ingleses, los casacasrojas, convirtiéndose así en un elemento de importancia
capital en la independencia de las Trece Colonias.
En total, el gobierno de España en La Florida
se extendió por casi tres siglos, desde su descubrimiento en 1513 hasta 1821.
Ya en 1819, mediante el tratado de Adams-Onís, se comprometió a ceder sus
derechos a los estadounidenses, y en 1821 lo entregó de manera definitiva a la
naciente nación que tanto había luchado por su independencia.
El presbítero Félix
Varela, de quien se dice que enseñó a pensar a los cubanos y fue uno de los
fundadores del ideario independentista nacional, pasó parte de su infancia en
San Agustín. En 1792, cuando contaba tres años de edad, su abuelo Bartolomé,
militar de carrera, bajo cuya tutela se encontraba el niño tras la muerte de su
madre, fue trasladado a San Agustín de la Florida, aun en posesión de España,
como oficial del Ejército en servicio, llevando consigo al pequeño, quien
permaneció en esa ciudad hasta el fin de sus estudios primarios.
Varela regresó a
Cuba y, perseguido, tuvo que huir a los Estados Unidos, donde, tras un largo
exilio, murió en San Agustín en 1853.
También José Martí, Apóstol de la
Independencia de Cuba, visitó San Agustín, donde prodigó su verbo encendido
entre los cubanos emigrados. La ciudad ha erigido un monumento a su memoria y
se le reverencia con toda la pasión de que el espíritu latino es capaz.
La presencia española es tan fuerte aún en San Agustín, primera urbe estable fundada por España en América del Norte, que, además de su arquitectura típicamente hispana, todavía los nombres de las calles se aferran a la memoria del pasado: Valencia, Granada, Córdoba, De Soto, Avilés, Cádiz, Zaragoza.
Edificaciones, como el Hospital Militar, la casa de los Mesa, la de los Peso de Burgo, la de los Ximénez-Fatio, la de los Hita, la de los Gallegos, y hasta la catedral, que exhibe los escudos español y norteamericano, conservan sus blasones y hablan en el lenguaje sin palabras de la memoria histórica, del pasado español de la ciudad.
Aunque en San Agustín se habla inglés, en el
habla local se conservan palabras y formas del español colonial, y la vida y
costumbres de sus moradores resultan más cercanas al espíritu y el pensamiento
españoles que en cualquier otra ciudad norteamericana.
Se conservan las
calles estrechas; hay terrazas junto a los bares; los parques están siempre
repletos de visitantes, sobre todo de niños, y la gente sigue acudiendo a las
iglesias católicas y a misa de 12, sin hablar de la cocina típica del lugar.
En el Castillo de San Marcos, se conserva una tradición gemela en parte de nuestro Cañonazo de las Nueve en La Cabaña: siempre puede verse allí una guarnición, luciendo con orgullo el uniforme español de la época de la fundación de la ciudad, tributo a la memoria de un pasado hispano-cubano al que San Agustín no quiere renunciar. (Gina Picart Baluja)