El Martí del Parque Central de La Habana

El Martí del Parque Central de La Habana

La estatua de José Martí, el Apóstol, que se yergue en el Parque Central habanero, es obra del escultor cubano José Vilalta Saavedra.

Se emplazó hace 118 años y se tiene como el primer monumento erigido a la memoria del Héroe Nacional. Fue develado por el mayor general Máximo Gómez y por don Tomás Estrada Palma, entonces presidente de la República.

Es un monumento de mármol de Carrara y se compone de pedestal, fuste y estatua. Una representación de la patria y de soldados del Ejército Libertador está tallada a relieve en la parte inferior del fuste, mientras que, en su parte superior, también a relieve, aparece el escudo de la República. Las figuras aludidas son de tamaño heroico, y la de Martí es la mayor. Aparece de pie, con su vestimenta habitual y como si pronunciara un discurso.

Fue inaugurada el 24 de febrero de 1905, en el décimo aniversario del Grito de Baire.

 

Isabel II, destronada otra vez

Durante casi 50 años la estatua de Isabel II, la de los tristes destinos y los alegres amores, presidió el majestuoso Paseo del Prado, hasta que el 12 de marzo de 1899 fue retirada de su pedestal sin miramientos de ningún tipo ni ceremonia de ninguna clase. La soberana, a la que la “revolución gloriosa” destronó en 1868, volvió a ser destronada, ahora de su pedestal habanero, que quedó vacío.

“La homología entre el pedestal vacante y la ausencia de una representación adecuada, tanto del presente ambiguo que se vivía como del futuro inmediato, es evidente”, escribió Marial Iglesias en su libro Las metáforas del cambio en la vida cotidiana: Cuba 1898-1902, 2003. No se pierda de vista que había cesado la soberanía española, pero la Isla vivía bajo la ocupación militar norteamericana y encaraba un futuro incierto. Realidad que una influyente revista habanera, El Fígaro, atrapó en un montaje fotográfico en el que, sobre el pedestal vacío, se alzó, en lugar de una estatua, un enorme signo de interrogación.

“¿Qué estatua debe ser colocada en el Parque Central?”, escribía la publicación el 30 de abril de 1899 y abría una encuesta con dicha interrogante. “Una encuesta -dice Marial- que lejos de reflejar la opinión popular, era expresión de las tendencias ideológicas de las ‘clases superiores’ de la sociedad cubana, y, en particular, las de la capital, hacia las cuales la revista estaba dirigida”.

El resultado de la indagación se supo el 28 de mayo y los votos dieron la victoria a la propuesta que sugería emplazar la imagen de Martí en sustitución de la de Isabel II. Por poco margen esa propuesta se alzaba con el triunfo. Le seguía, solo con cuatro votos menos, la de erigir una estatua de la libertad, sin que se aclarara si se trataba de una alegoría o una réplica de la famosa estatua neoyorquina. Detrás seguía la de dedicar el espacio a Cristóbal Colón. A partir de ahí, las propuestas de José de la Luz y Caballero, Carlos Manuel de Céspedes y Máximo Gómez compartían votos con la de la estatua del presidente norteamericano firmando la Proclama de la Independencia y la que sugería el emplazamiento de un grupo alegórico que representara a Cuba, Estados Unidos y España. La décima propuesta correspondía a Antonio Maceo. Era una de las figuras cimeras de la independencia, pero con el “defecto” insalvable de ser negro, algo intolerable en las concepciones racistas y clasistas de la época.

 

Una estatua provisional

En febrero de 1900, se creaba la comisión que encabezaría los trabajos del monumento a Martí. Se quería que estuviese listo para las fiestas por la instauración de la República. Se aproximaba la celebración y el pedestal continuaba vacío. Para llenar el espacio, y no deslucir la ocasión, se decidió adquirir en Estados Unidos, por 2 000 dólares, una estatua de la libertad que no era igual a la de Nueva York, pero se le parecía bastante y para muchos era símbolo de la vocación anexionista del gobierno de don Tomás, que accedería al poder el 20 de mayo de 1902. La imagen lucía el escudo de Estados Unidos en su brazo derecho y portaba una tea en la mano izquierda.

Tuvo una vida efímera. Marial Iglesias dijo: “Fue arrancada y destrozada por las ráfagas de un ciclón ‘nacionalista’ que azotó La Habana nada menos que el 10 de octubre de1903”.

Habría que esperar un poco más para que José Martí ocupara su puesto. La primera piedra del monumento se colocó el 6 de noviembre de 1904. Máximo Gómez fue el padrino de la ceremonia, a la que asistió una representación del Ayuntamiento habanero y en la que el licenciado Alfredo Zayas pronunció las palabras centrales.

 

Vilalta Saavedra, ese desconocido

El monumento, como ya se dijo, se encargó al escultor cubano José Vilalta Saavedra, un artista olvidado pese al relieve y significación de su quehacer. No faltan artistas que han insistido en que se organice un certamen que lleve su nombre o que se le recuerde de alguna manera. Bien lo merece. Hasta hoy la iniciativa no ha tenido éxito.

Era un mulato nacido en La Habana, en 1862. Gracias a la generosidad de su maestro Miguel Valls, escultor y marmolista con taller en la ciudad de Cienfuegos, pudo hacer estudios en la Academia de Bellas Artes de Ferrara, en Italia, donde sobresalió como uno de los alumnos más distinguidos.

Se dio a conocer en Cuba cuando el concurso para la ejecución del monumento a los ocho estudiantes de Medicina, el primero que acometía en la isla un artista cubano.

Son también obras suyas la representación de las virtudes teologales -Fe, Esperanza y Caridad- que corona la entrada principal de la necrópolis de Colón, y, en el mismo cementerio, la estatua de Amelia Goyri, la Milagrosa, así como el monumento a Francisco de Albear (constructor, entre otras muchas obras, del acueducto que lleva su nombre) frente al edificio de la antigua Manzana de Gómez, actual hotel Manzana.

Vilalta Saavedra falleció en Italia, en 1912. Fue en ese país donde tuvo taller propio, en la ciudad de Florencia, donde ejecutó sus más importantes encargos monumentales. (Cubadebate)

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