Ya estamos celebrando el aniversario 504 de la fundación de La Habana, capital de la isla de Cuba. Me apetece comenzar con alguna metáfora comparativa sobre mi ciudad, y puesto que soy una mujer occidental nadie debería extrañarse por que acuda a las raíces de nuestra cultura y diga que, aunque todas las ciudades del mundo tienen múltiples rostros, La Habana es como la Hydra de Lerna, aquel animal mitológico de la antigua Grecia que ha sido descrita como
… un
antiguo y despiadado monstruo acuático ctónico
con forma de serpiente policéfala (cuyo número de cabezas va desde
tres, cinco, siete o nueve hasta cien, e incluso diez mil según la fuente) y
aliento venenoso a la que Hércules mató en el segundo de sus doce trabajos.2
Las cabezas eran humanas y la del medio era eterna. La Hidra poseía la virtud
de regenerar dos cabezas por cada una que perdía o le era amputada, y su
guarida era el lago de Lerna […] Bajo sus aguas había una entrada
al Inframundo
que la Hidra guardaba.
Mi metáfora me sirve
porque ilustra dos cualidades de La Habana al mismo tiempo: su existencia en el
doble plano del espacio y el tiempo, ya que la ciudad no solo tiene un mapa
espacial con sus municipios, sus barrios, sus avenidas, sus ríos, sus costas,
etc., sino que tiene un mapa en el tiempo del que casi nadie es consciente,
pero para aquellos habaneros profundamente enraizados en la historia, la
cultura y el imaginario de la urbe, ese mapa temporal viene a ser como su
segunda patria, y algunos hasta habitamos más en este espacio del recuerdo que
en la realidad pura y dura del presente.
Además, las cabezas de la
Hydra tenían cada una su propio rostro, pero si solo la cabeza central era
humana, ¿qué rostros tenían las demás? Mi respuesta en este caso es que La
Habana tiene unos dos millones de rostros, y existe para cada cual como un
reflejo estrictamente personal, modelado por las vivencias y experiencias de
cada uno de sus habitantes. Cada habanero tiene su propia ciudad y la lleva en el
alma. Yo tengo dos Habanas: la colonial,
que he hecho mi ciudad espiritual, mi morada intangible donde nunca estuve,
pero con la que me identifico tanto que a veces me parece estar paseando por
sus calles en quitrín o del brazo de un caballero de levita, o temblando de
emoción tras las persianas dobles de una ventana azul mientras escucho la
declaración de algún enamorado, y me estremezco solo de pensar que podría
encontrarme con Martí en la calle Paula o con Casal al doblar una esquina de la
calle del Obispo…; y La Habana de los 70 y los 80, donde fui adolescente y
joven estudiante universitaria, y es La Habana de mis recuerdos, por cuyas
avenidas transito en las muchas noches en que no puedo conciliar el sueño, de
la mano de todos mis amigos ausentes o muertos. Con ellos vuelvo a entrar en
los maravillosos jardines del hotel Nacional, en clubes como el Sheerezada y La zorra y el cuervo, el
Reloj Club, el Johny Dream, El gato
tuerto…, las galerías de arte, las librerías…, pero sobre todo me paseo por
las aulas y los corredores de mi secundaria Hermanos Saíz y de la Academia San
Alejandro, donde todavía percibo el olor del aguarrás y el óleo, y por lugares
como La Víbora, el Mónaco, El Vedado, a donde iba a pie con mis amigos desde el
Quinto Distrito, vistiendo sobre la blusa del uniforme escolar cualquier otra
prenda y llevando sandalias mientras escondía en la mochila mis tenis y medias
de escuela, escapada de algún turno de
clases o simplemente ausente a ellas para descubrir un mundo que todavía conservaba
en aquellos años el aroma de los 70 concentrado en la Cinemateca, en los
carteles del Icaic, en los conciertos dominicales del Amadeo Roldán, en los
portales de El Carmelo y El Potín, donde podíamos tomar una deliciosa merienda
mientras escuchábamos con disimulo la conversación de la mesa vecina, en la que
se sentaban destacados intelectuales y periodistas habaneros y extranjeros
enzarzados en alguna charla sobre el cine, la literatura, la filosofía…
Me veo en los salones de
la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, rebuscando en los tarjeteros con
ansia y emoción los títulos conocidos y otros por conocer, o andando Rampa
arriba y Rampa abajo triunfante en mi minifalda, hasta desembocar en el muro
del Malecón para sumarme a las canciones de mis amigos acompañados por una
guitarra…
Supongo que La Habana fue
quién decidió que yo, tras largos años en la Facultad de Filología de la
Universidad de La Habana, terminara en la de Periodismo. Sí, fue La Habana,
porque yo sentía que la ciudad me llamaba para conservar su memoria…
Pero esas son solo cabezas temporales de la Hydra. Sus cabezas
espaciales, los barrios, los repartos, etc. tienen divisiones muy marcadas en
las mentes de sus habitantes desde siempre, y se han ido perpetuando en el
tiempo.
Tal vez sea un error o
mera divagación hablar de “divisiones” administrativas de La Habana, sobre todo
porque no existen estadísticas conocidas sobre cuántos de quienes viven hoy en
la ciudad son realmente habaneros, pero me temo que el número de los
capitalinos “arrogantes” ha perdido esplendor desde hace décadas, batido por
las oleadas migratorias provenientes de las provincias.
Pero el cielo sigue
siendo igual de azul sobre La Habana, y el sol sigue tan radiante como el día
que la villa fue trasladada por primera vez a su actual ubicación cerca del entonces
puerto de Carenas.
El río Almendares ya no
puede exhibir la frondosidad de sus antiguos bosques, pero sigue siendo nuestro
río y nuestra sangre. La Rampa ya no es la mágica Rampa de las noches de mi
adolescencia, repleta de jóvenes habaneros que escuchaban a escondidas los
discos de Los Beatles, pero irradiaban alegría porque eran deliciosamente
felices, aunque entonces no lo sabían, mas, sigue siendo la calle más
emblemática de la urbe.
No pocas tumbas han sido saqueadas en el cementerio de Colón, pero no
hay vandalismo en el mundo capaz de borrar su magnificencia.
Ha perdido la ciudad su
glamour cultural, es verdad, pero seguiremos echando cabezas nuevas y
reinventándonos para desafiar el tiempo, los tiempos y todas las muertes de las
que puede morir una ciudad puerto de mar.
La Habana nunca ofrecerá su garganta a la espada de un Hércules matador de hydras. Eterna Habana ¡¡¡que cumplas muchos más!!! (Gina Picart Baluja)