“Quisimos aparentar artísticamente ser una pareja amorosa y esto funcionó. Para muchos éramos un matrimonio. En realidad, solo nos unía en la vida una gran hermandad, pero eso no lo sabía casi nadie. Nos creían esposos.”
“Es por eso que en algunas giras nos reservaban una sola
habitación a los dos, porque pensaban que Clara Morales y yo éramos un
matrimonio. Incluso cuando en el Festival de Varadero de 1970, nos dieron una
suite para los dos, y yo dije que no íbamos a dormir juntos, los organizadores
se lamentaron de que nos hubiéramos separado: ‘¿Por qué se han peleado?’ Tan bien
que se han llevado siempre en escena, duerman otra vez juntos.
“Y yo tuve que
confesarles que no éramos marido y mujer, pues, aunque artísticamente dábamos
esa imagen, en realidad no éramos una pareja de enamorados y Clara tenía su
esposo.”
Mucho gustaba de contar esta anécdota Mario Rodríguez
Marrero, -la mitad del popular dúo de Clara y Mario-, cuando ya en sus últimos
días, vivía entre los recuerdos de las incontables presentaciones que por años
y años hicieron por toda Cuba. Así lo contó el cronista musical Rafael Lam,
quien lo visitó más de una vez en su casa, en el querido pueblo de Regla.
La sala estaba repleta de fotos de los distintos momentos
del dúo, en especial, de la época de su juventud, cuando allá por la década de
1950 Clara y Mario saltaron a los grandes escenarios.
Nacidos en Regla, Clara -en noviembre de 1930- y Mario -en
marzo de 1934- se conocían desde niños. Vivían en casas contiguas y comenzaron
a cantar a dúo desde la infancia en actividades escolares y reuniones
familiares.
Mario se hizo maestro normalista, y Clara, profesora de
música. Pero nada pudo impedir que siguieran cantando en el terruño natal.
Pasado algún tiempo, lo hicieron, con Clara, al piano, sin imaginarse siquiera
que llegarían a ser uno de los más reconocidos dúos de la música popular
romántica cubana.
Al comienzo, no
tenían grandes pretensiones. Lo hacían solo para pasarla bien entre familiares
y amigos, aunque se lo tomaban con mucha seriedad. Tenían un amplio repertorio
sólidamente montado, pero de Regla, como quien dice, no habían pasado.
Y así, un día, - lo narró el propio Mario en una entrevista-
los dos amigos fueron a La Habana con la idea de ver una película en el cine
Wagner, -conocido después por Radiocentro, y ahora por Yara. Al salir del cine,
al mediodía, vieron una cola, y era que el mismísimo Gaspar Pumarejo estaba
probando en el edificio de la Ambar Motors, en la calle 23, en la Rampa, a
personas que quisieran presentarse en la televisión.
“No queríamos salir entonces en la recién inaugurada pequeña
pantalla, pero sí deseábamos cantar, que nos oyeran e irnos después para la
casa. Entramos. Nos sobraba tiempo. Dijimos que queríamos cantar a dúo. El
pianista acompañante era el muy conocido David Rendón, de La Corte Suprema del
Arte, pero Clara fue la que se sentó al piano.
“Cantamos algo de moda en ese momento, No me quieras tanto, de
Avilés, uno de los cantantes del trío mexicano Los Panchos. No estábamos
asustados, porque no pretendíamos ser seleccionados para la televisión. Pero el
jurado se quedó ¡pasmado! “¿De dónde salieron ustedes?”, nos preguntaron con
asombro.
Esa misma noche, los
jóvenes reglanos cantaron en el Canal 4, en Mazón y San Miguel, donde ahora
está el Canal Habana. El, de smoking, y ella, con un traje largo. De premio,
recibieron un contrato para cantar en el muy popular Club 21, frente al hotel
Capri, en el Vedado.
Sin duda alguna, habían entrado por la puerta grande.
“Recuerdo que, para ser artistas profesionales -contaba Mario-, nosotros tuvimos que presentarnos ante un jurado presidido por el actor Leopoldo Fernández, el Pototo de la pareja cómica Pototo y Filomeno. Así obtuvimos el carné de la Asociación Cubana de Artistas.”
Pasan los años y todavía hoy muchos se sorprenden al
escuchar las bien timbradas voces de Clara y Mario, quienes formaron el dúo
romántico de Cuba, como los llamó un periodista en sus días de gloria.
Clara -según los especialistas- tenía una voz segunda de las
buenas, y Mario hacía la voz prima, por cierto, lo contrario de otros dúos en
los que la voz segunda la hace el hombre.
Al decir de los especialistas, ellos conocían que, para
cantar en voces, no se puede gorjear la voz en lo más mínimo; otro detalle
importante es mantener la respiración al mismo tiempo siempre que se pueda, lo
que los reglanos mantenían rigurosamente.
Ellos habían
estudiado música en academias particulares de Regla. Clara, en el Conservatorio
Borges, y Mario, en el Bosch. Esto, por supuesto, los ayudó mucho a la hora de
escoger el repertorio, en el montaje de voces y los arreglos.
“Nuestro repertorio -al decir de Mario- eran canciones
antológicas, especialmente de la vieja trova, también de los buenos directores
de orquesta de la década de 1930: Rodrigo Prats, Gonzalo Roig… Llegamos a
cantar un segmento de la zarzuela de Cecilia Valdés. También hicimos cosas de
la gente del feeling y los contemporáneos: Leopoldo Ulloa, Carlos Puebla y de
nuestro coterráneo Juan Arrondo.”
El dúo de Clara y Mario era muy reclamado en toda la isla.
Se presentaron en muchísimos centros nocturnos, y también en la televisión y la
radio. Hacían giras por todo el país. Llegaron a grabar más de 10 LP, en
distintas disqueras, más los llevados a CD.
Pero un día la voz
femenina del ya famoso dúo enferma y muere en mayo de 1980. Para Mario
Rodríguez, aquel fue un golpe terrible.
Había perdido a la
compañera musical de toda su vida.
Cierto es que siguió cantando, -ahora en solitario-, incluso
en otros países, como Estados Unidos (Miami), México y Colombia, pero ya nunca
fue igual, ni para él ni para quienes nos acostumbramos a aplaudirlo siempre
junto a su inseparable Clara.
Mario falleció a los 75 años en su natal pueblo de Regla.
Del dúo Clara y Mario todavía se escuchan por la radio
algunas grabaciones, como los boleros: Cuenta conmigo, de Carlos Puebla; Si en
un final, de Juan Arrondo, y En el balcón aquel, de Leopoldo
Ulloa. (Tomado de Habana Radio)