El 8 de noviembre, de años diferentes, murieron dos de las más representativas personalidades de la cultura de Cuba en la república neocolonial: Alfonso Hernández Catá y José María Chacón y Calvo.
Nacido en Santa María del Rosario el 28 de octubre de 1892, Chacón y Calvo era el último descendiente de una de las familias aristocráticas más antiguas de Cuba y ostentaba el título de VI Conde de Casa Bayona.
Tras realizar estudios en Nueva York, se doctoró en las carreras de Filosofía y Letras y Derecho por la Universidad de La Habana. Ejerció la abogacía, y también la diplomacia, cuando en 1918 viajó a España como secretario de la legación de Cuba en Madrid.
Gozó de gran prestigio y reconocimiento, fue condecorado con varias distinciones otorgadas por el mundo cultural y se le consideraba una figura americanista de suma importancia en las letras de Hispanoamérica.
Chacón y Calvo vivió en España durante los primeros meses de la Guerra Civil, y ayudó a ocultar perseguidos de ambos bandos. Escribió el Diario íntimo de la Revolución española, que no vio la luz hasta mucho después, texto en el que se propuso realizar un análisis imparcial y objetivo de ese fenómeno político-social que conmocionó al mundo y fue el pórtico de la Segunda Guerra Mundial.
Desde ese momento, hasta el final de su vida, llevó a cabo una profunda labor como investigador en campos como la filología, la literatura y la historia.
Fue director de la Sociedad de Conferencias de La Habana, en 1923, así como también de la Sección de Cultura del Ministerio de Educación de la República de Cuba, cargo que desempeñó de 1934 a 1944.
Fungió como vicepresidente de la Academia Nacional de Artes y Letras desde 1948 hasta 1964, año en que fue disuelta la institución.
También fue miembro de la Academia de Historia de Cuba, de la Academia Cubana de la Lengua y del Instituto Cubano de Genealogía y Heráldica.
Presidió la Sección de Literatura del Ateneo de La Habana y fue cofundador de la Sociedad de Folklore Cubano. Dio impulso decisivo como colaborador a importantes publicaciones sobre Educación.
Compiló la antología titulada Las cien mejores poesías cubanas y la selección y prólogo de la obra del poeta José María Heredia.
De 1946 a 1961, ejerció la docencia en la Cátedra de Literatura Cubana, de la UniversidadCatólica de Villanueva. Fue amigo de la gran poetisa cubana Dulce María Loynaz, y sus ensayos sobre la poesía y la narrativa de Dulce, muy en especial de su novela Jardín, están entre los más lúcidos y de mayor percepción psicológica y espiritual que he leído.
Colaboró con las publicaciones más importantes de su tiempo, como fueron El Fígaro, El Mundo, Diario de la Marina, Revista Bimestre Cubana, Revista Cubana, Cuba Contemporánea, Universidad de La Habana y Revista Lyceum.
Chacón y Calvo fue un hombre modesto, de trato suave y exquisito, que vivió para la cultura y por ella respiró cada instante de su existencia. Sus colaboradores y amigos más cercanos fueron el gran etnólogo don Fernando Ortiz, el historiador Emilio Roig de Leuchsenring, el filósofo Jorge Mañach y el investigador y crítico Max Henríquez Ureña, entre las personalidades más destacadas de la cultura cubana de la época.
Dejó como legado a Cuba una extensísima, rigurosa y elegante obra intelectual, en la que combinó su trabajo como investigador, lingüista, ensayista y escritor.
Pocos intelectuales cubanos pueden exhibir un conjunto de trabajo tan homogéneo en calidad como trascendente en su significado, y todavía como bibliografía imprescindible sobre la cultura cubana, aunque hoy sea prácticamente un desconocido para los estudiosos jóvenes en el país.
No fue un intelectual adscrito a grupos o movimientos. No formó parte del movimiento Minorista, aunque siguió con atención la trayectoria de sus principales miembros. Tampoco formó parte de la generación de Orígenes ni del grupo del mismo nombre, pero reconoció el importante papel de José Lezama Lima, Cintio Vitier y el resto de los creadores vinculados a la revista Orígenes.
La crítica y la historiografía lo estiman como uno de los investigadores literarios más relevantes de toda la historia intelectual cubana.
El profesor y crítico Salvador Bueno escribió:
“Quien penetre en los vericuetos y senderos de la literatura cubana, desde aquel agreste poema de Silvestre de Balboa, debe ponerse en contacto con los sabios estudios y las apreciaciones valiosas de Chacón y Calvo. Muchos aspectos esenciales de nuestros poetas y escritores fueron esclarecidos a través de sus análisis y observaciones.”
Y José Antonio Portuondo lo definió con estas palabras:
“Ofrece el más alto ejemplo de acuciosidad y severidad científica entre nosotros.”
Son sus obras Gertrudis Gómez de Avellaneda, las influencias castellanas, La Habana, A. Miranda, 1914; Vida universitaria de Heredia, La Habana, Imprenta El Siglo XX, 1916; Diario manuscrito, Madrid, España, Ediciones Cultura Hispánica, 1918; Hermanito menor, San José de Costa Rica, García Monge y cía., 1919; Las cien mejores poesías cubanas, Madrid, Editorial Reus, 1922; Ensayos de literatura cubana, Editorial Saturnino Calleja, S. A., 1922; Ensayos sentimentales, San José de Costa Rica, J. García Monge, 1923; Ensayos de literatura española, Librería y casa editorial Hernando (S. A.), 1928; El documento y la reconstrucción histórica, conferencia impartida en el Instituto Hispano-Cubano de Cultura el 10 de febrero de 1929. La Habana, Cuba, Editorial Hermes, 1929; Criticismo y colonización, La Habana, Cultural, S. A., 1935; Cedulario cubano (Los orígenes de la colonización) I (1493-1512), Colección de Documentos Inéditos para historia de Hispano-América, tomo VI. La Habana, Cuba, Compañía iberoamericana de publicaciones, S. A., 1935; Cartas censorias de la conquista, Habana, Secretaría de Educación, 1938; Estudios heredianos, La Habana, Editorial Trópico, 1939; El horacionismo en la poesía de Heredia, La Habana, Molina y Cía., 1939; Don Raimundo Cabrera: o, La evocación creadora, La Habana, Imprenta El Siglo XX, 1952; El padre Varela y su apostolado, La Habana, Comisión Nacional Cubana de la Unesco, 1953; Evocación de Pichardo, La Habana, Cuba, Publicaciones de la Secretaría de Educación, Dirección de Cultura, 1980; Visión de autores españoles, La Habana, Centro de Estudios Hispánicos José María Chacón y Calvo, 1998; Romances tradicionales de Cuba, México, Frente de Afirmación Hispanista, A.C., 2001; Diario íntimo de la revolución española, La Habana, Instituto de Literatura y Lingüística, 2006.
Alfonso Hernández Catá nació en Aldeadávila de la Ribera, España, el 24 de junio de 1885, y murió en Río de Janeiro el 8 de noviembre de 1940.
Periodista, escritor, dramaturgo y diplomático hispanocubano, es uno de los más reconocidos narradores de la Primera Generación Republicana de Cuba.
Tuvo una vida digna de una novela de aventuras. Su historia familiar es harto romántica: su padre, un oficial español destacado en Santiago de Cuba, se enamoró de su madre, hija de un cubano que colaboraba con los jefes de la Guerra de Independencia. El militar español tuvo que visitar en la cárcel a su suegro para pedir la mano de su amada, y pocos días después de la boda el independentista cubano fue fusilado.
A los 10 años, Alfonso asistió al entierro de José Martí, y era de temperamento tan impetuoso y amigo de las revueltas que su madre, preocupada por la situación política imperante en Cuba, lo envió a un colegio en Toledo, de donde el adolescente se fugó con unos amigos para viajar a Madrid.
Según su propio testimonio, la bohemia madrileña fue para él muy dura, y “tuvo que dormir en plazas”. Trabajó como aprendiz de carpintero, estudió idiomas y trabajó como traductor. También estudió psicología e historia. Volvió a Cuba en 1905 y se estableció en La Habana, donde trabajó como lector de tabaquería.
Ya en La Habana tomó la ciudadanía cubana y trabajó y dirigió diarios nacionales de primera importancia, como La Discusión y el Diario de La Marina.
Su primer libro, que tituló Cuentos apasionados, tuvo un gran éxito entre los lectores.
Debido a su formación cultural fue un escritor cosmopolita atraído por el sensualismo decadente propio de los escritores franceses de la época.
Ejerció la diplomacia como cónsul de Cuba en Le Havre, Birmingham, Santander, Galicia y Madrid. Durante esos años, escribió para el teatro, y una de sus obras fue representada por la gran actriz española Margarita Xirgu. Continuó escribiendo narrativa y ejerciendo el periodismo. Su simpatía por la causa independentista del pueblo marroquí y su negativa a colaborar con el dictador Gerardo Machado le valieron un retroceso en su carrera diplomática. Luego de la salida del poder del “Asno con Garras”, Catá regresó a la diplomacia y se desempeñó como embajador de Cuba en Madrid y, posteriormente, en Panamá, Chile y Brasil, donde perdió la vida en un accidente aéreo.
El célebre escritor Austríaco Stephan Zweig, exiliado en Brasil para escapar del nazismo, fue su amigo y escribió:
Necesidad vital era en él dar a todo ser humano, aun al más extraño, algún signo de su buena voluntad, una palabra amable, un gesto cordial. Para sentirse dichoso había de sentir dichosos a cuantos le rodeaban. No podía vivir si no era en medio de la gran cordialidad humana, y dondequiera que se hallase, creaba en rededor suyo una atmósfera limpia y bienhechora.
En el plano linguoestilístico, la prosa de Catá estuvo muy influida por los decadentes franceses y el fastuoso preciosismo de los modernistas.
Sus personajes fueron siempre criaturas con personalidades anormales o trastornos mentales patológicos. Su obra más conocida es El ángel de Sodoma, donde abordó el tema de la homosexualidad, atrevido para la época, pero no insólito.
Escribió novelas, cuentos, piezas teatrales, crónicas, y dejó un epistolario muy interesante, en el que sobresale la correspondencia que cruzó con José María Chacón y Calvo.
Su novela Los muertos, cuya trama se desarrolla en un leprosorio, tiene llamativos puntos de confluencia en sus tesis y sus atmósferas con el mundo construido por el alemán Thomas Man en su gran novela La montaña mágica.
Fue un hombre apuesto, con una midriasis que daba a su mirada una expresión de ausencia y lejanía que, de inmediato, lo definía como un servidor de las Musas. De temperamento arrebatado y romántico, es una de las personalidades más pintorescas de nuestra historia cultural.
A pesar de su posición dentro de la diplomacia cubana y de su educación y su estilo cosmopolitas, vivió en la pobreza y siempre preocupado por el destino de Cuba En una carta fechada en Madrid a comienzos de agosto de 1934, dirigida a su amigo y colega José Antonio Ramos, escribió:
Renuncio a hablarte de mi situación: pésima desde todo punto de vista —enfermedad, miseria y miserias, desilusión. Como no quiero que me vean con las suelas rotas aquí, donde he representado a nuestro país, a fines de agosto saldré para Cuba. ¿A qué? No lo sé. A morir tal vez, y lo digo sin demasiada solemnidad y sin ninguna melancolía […] Yo ya a lo único que aspiro es a que Cuba recobre bajo no importa cuál grupo de hombres, la cohesión social, la disciplina de constancias necesarias para ser un pueblo. ¡Cuánto mal le ha hecho en un cuarto de siglo sus gobernantes!
El inmenso carisma de Alfonso Hernández Catá recuerda la personalidad imantadora del poeta Federico García Lorca; y el fervor de sus amigos, el que también inspirara a los suyos el poeta Julián del Casal.
Como la de Lorca, la muerte de Catá resultó un acontecimiento estremecedor dentro y fuera de Cuba. Sus restos, recuperados del avión caído en una bahía, fueron velados en Río de Janeiro, y el duelo, despedido por relevantes figuras de las letras hispanoamericanas, como Stephan Zweig y Gabriela Mistral.
Con posterioridad, fue trasladado a Cuba, donde descansa en la necrópolis Cristóbal Colón.
Su gran amigo, el magistrado Antonio Barreras, para honrar la memoria del escritor, creó en 1942 el premio anual de cuento Alfonso Hernández Catá, concurso de carácter internacional entre cuyos ganadores estuvieron escritores de gran talla, como Onelio Jorge Cardoso, Félix Pita Rodríguez, Lino Novás Calvo, Dora Alonso y el dominicano Juan Bosch, además de una escritora menos conocida, pero fundadora de la narrativa fantástica en Cuba, Esther Díaz Llanillo.
Sus amigos también editaron los ocho números de una publicación que titularon Memoria de Alfonso Hernández Catá, donde recogieron tanto los trabajos del escritor como toda la bibliografía pasiva escrita sobre él y su obra hasta 1953. (Gina Picart Baluja)