La historia de la presencia y fechorías de la mafia ítalo-estadounidense en Cuba y sus planes para el país caribeño es bien conocida, gracias al periodista Enrique Cirules y su célebre libro El imperio de La Habana, para el que realizó una investigación tan profunda como extensa.
Sin embargo, el hecho
editorial no agota el asombro que siempre causa el conocimiento de semejante
fenómeno, rara planta crecida en el pacífico suelo de esta isla.
Salvatore Lucania, más
conocido en el mundo del delito como Lucky Luciano, nació en Sicilia en 1897, y
su historial criminal es tan largo y complicado que hay que ser casi mago para
resumirlo en tres cuartillas, incluso si se le pone punto final cuando abandonó
Cuba para siempre.
Lucky, el “afortunado”,
como indica su apodo, fue el padre del crimen organizado en los Estados Unidos
y primer jefe oficial de la celebérrima familia mafiosa Genovese. Hijo de una
muy humilde y numerosa familia de mineros del azufre, lo que en su caso puede
asociarse justificadamente y según tradición esotérica, con el olor del Diablo.
Emigraron a Estados Unidos cuando el niño tenía nueve años. Al llegar, contrajo
la viruela, y su rostro quedó marcado para siempre.
La familia se instaló en
un barrio de Nueva York donde existía una colonia siciliana, pero también las
había irlandesas, judías y de otras nacionalidades. Allí conoció a dos niños
judíos, sus mejores amigos y futuros lugartenientes en el hampa de la mafia: Meyer Lansky
y Bugsy Siegel.
A los 14 años, dejó la escuela y trabajó
vendiendo sombreros, pero no tardó en formar su primera banda criminal para dar
protección a jóvenes judíos acosados por irlandeses e italianos, por solo 10 céntimos
semanales.
Durante años, protagonizó
detenciones por la Policía neoyorkina e, incluso, estuvo en un reformatorio,
sufrió agresiones de bandas mafiosas de varias nacionalidades y de otras
regiones de Italia; fue víctima de atentados tan graves que sobrevivir le valió
su apodo.
Sus principales
ocupaciones en esa época fueron el juego ilícito, el contrabando de alcohol, el
chantaje, el robo, la prostitución y el tráfico y venta de heroína, que posteriormente
él ampliaría a otros terrenos.
En 1936, fue juzgado por
lo penal y condenado a tres décadas de cárcel, pero corrían los años
precedentes a la Segunda Guerra Mundial y el Gobierno norteamericano decidió
aprovechar los valiosos contactos de Luciano en puertos y otros enclaves, donde
desarrollar un trabajo de inteligencia sería muy provechoso para el país y su
política militar internacional.
El cálculo fue brillante, y Luciano pensó que el trato también lo era y
aceptó, aunque con un pequeño inconveniente: su colaboración tendría que
hacerla fuera de los Estados Unidos. O sea, en calidad de exiliado.
Estrechamente relacionado
con importantes mafiosos como Vito Genovese, Frank Costello, Carlo Gambino, Joe
Masseria, Albert Anastasia, Al Capone y otros que, o fueron lugartenientes
suyos o jefes de las cinco familias mafiosas de New York, lo cierto es que en
su agenda figuraron los más prominentes hampones no solo norteamericanos, sino también
italianos, irlandeses y judíos, quienes en conjunto manejaban desde la sombra
un imperio que podría rivalizar en extensión y poder con la antigua Roma y
hasta con las conquistas de Alejandro el Grande; un auténtico pulpo con
tentáculos en casi todas partes.
Como es lógico, en
semejante grupo humano existían alianzas, pero también envidias, ambición de
liderazgo, traiciones… Pero por lo general las alianzas se imponían para
beneficio de los negocios. Un episodio de El Padrino I está basado en un hecho
real del que formó parte Luciano. Dejaré que el lector identifique la memorable
escena:
El 15 de abril de 1931, Luciano
invitó a Masseria y otros dos socios a comer en un restaurante de Coney Island.
Después de terminar la comida, los gánsteres decidieron jugar a las cartas. En
este punto, Luciano fue al baño. Cuatro pistoleros – Genovese, Anastasia,
Adonis y Benjamin "Bugsy" Siegel – entraron en
el comedor y dispararon contra Masseria y sus dos hombres.
Hay varios episodios de masacres
relacionadas con guerras entre familias que el filme también recoge, pero no
puedo extenderme, aunque sería muy interesante hacerlo.
Cuando Luciano quedó, por
fin, convertido en il cappi di tutti i cappi, título que rechazó para evitar
más fricciones y codicias, mantuvo, sin embargo, otras tradiciones de la Cossa
Nostra como los rituales de iniciación y la Ley de la Omertá, porque, dijo, los
primeros eran necesarios para inspirar a los jóvenes novatos, y la segunda para
la salvaguarda del secreto, uno de los pilares fundamentales de la mafia.
Oí muchas veces que la
cooperación de la mafia fue decisiva para las victorias estadounidenses durante
la Segunda Guerra Mundial. Es cierto. Impidieron,
con sus esquiroles, que los trabajadores portuarios hicieran huelgas durante la
contienda, lograron descubrir agentes alemanes e italianos que intentaban
infiltrarse por tal vía, y los contactos con la mafia siciliana que Luciano
proporcionó al Gobierno y la Armada norteamericanos fueron invaluables para el
éxito de la invasión a Sicilia. Sin embargo, la justicia de USA no le
perdonó sus 30 años de condena, sino que se la conmutó por el exilio, y fue así
como Luciano aterrizó en La Habana del presidente Ramón Grau.
La Habana de 1946 era
entones una ciudad portuaria espléndida, de gran prosperidad, y con una
ubicación geográfica privilegiada. Al avispado mafioso se le reveló al instante
el potencial de la urbe para el juego, la prostitución y la droga. Se instaló
con todo confort en una finca de Miramar, y de inmediato se vinculó con los
proyectos hoteleros de la ciudad sin perder de vista el enorme y brillante
futuro de los casinos. Pero el Gobierno estadounidense no estaba cómodo con la
solución y presionó al Gobierno isleño para que deportara a Luciano, amenazando
con embargar el envío de medicamentos a Cuba. La presencia del capo en La Habana debía pasar inadvertida, pero
Luciano se enamoró de una chica norteamericana con la que comenzó a exhibirse y
perdió la cabeza. Ella se volatilizó misteriosamente, mas ya la prensa cubana
había descubierto sus andanzas y fotos y noticias corrieron como pólvora.
Luciano estaba bien
relacionado con nuestra Policía Secreta y era amigo íntimo de Paco Prío,
hermano del vicepresidente, del esposo de una de sus sobrinas, y del dueño del
Hipódromo y el cabaret Monmatre, entre otras figuras influyentes. Tenía
guardaespaldas cubanos, ofrecía sobornos irrechazables… Con Grau a la cabeza,
apoyado por las declaraciones -y encubrimientos- de varios ministros
gubernamentales, el Gobierno cubano respondió al del Norte que, investigado
Luciano, nada en su contra había sido hallado.
Los Departamentos de
Estado y del Tesoro de la nación vecina se mantuvieron firmes: o el mafioso o
el embargo de medicamentos. Hasta Batista intervino, recomendando que Luciano
se trasladara a Caracas, donde Batista regentaba un hotel, y esperara allí
mejores tiempos, o de lo contrario responder al embargo con el cese de nuestras
ventas de azúcar al coloso del Norte, lo que no pasó de un farol.
Lo que sí era muy real era la jugosa tajada que Luciano pagaba a
Batista a través de su lugarteniente Meyer Lanski, pues, al parecer, no
mantenía relaciones directas con el futuro presidente de Cuba. O quizá sí,
¿quién sabe?
Porque, en realidad,
Luciano había venido a La Habana con el propósito de apuntalar su imperio amenazado
por la codicia de su segundo, Vito Genovese, en quien nunca había confiado, y
planeaba reunir en la ciudad de las columnas a los jefes de las cinco familias
mafiosas. El encuentro se realizó en el salón Taganana del Hotel Nacional de
Cuba, y todos los capos acudieron a la cita, menos Capone, quien se excusó por
enfermedad, pero envió sus respetos. El hotel cerró sus puertas para
salvaguardar la privacidad del evento, y la prensa fue silenciada.
La reunión se efectuó en
diciembre de 1946, y el pretexto oficial fue un concierto del entonces joven
cantante italiano Frank Sinatra, de paso por La Habana. Había, desde luego, un
orden del día de tres puntos: el negocio de heroína,
el juego cubano y qué hacer en relación con Bugsy Siegel
y el “trastabillante” proyecto del Hotel Flamingo en Las Vegas,
algo a lo que también se hace referencia en El Padrino I, para quienes lo
recuerden.
Por varios y obvios
motivos, se considera a esta conferencia, entre las muchas celebradas en la
historia de la mafia, como la más importante desde la de Atlantic City, en 1929. Duró una semana, y
los poquísimos capos que no pudieron acudir en persona enviaron sus
delegaciones de alto nivel.
Un hecho curioso es que,
en medio del evento, Luciano se reunió con Genovese en su suite del Hotel Nacional,
y este intentó convencer a su jefe de que se convirtiera en jefe de jefes
titular y traspasara a Genovese el manejo de todos los negocios, o lo que es lo
mismo, del imperio de la mafia. Digo que es un hecho curioso porque apenas
puedo creer que Genovese fuera tan estúpido. Luciano declinó cortésmente la
propuesta.
La reunión terminó, se ha contado, igual que en el filme: con los
principales jefes compartiendo un pastel con la forma de Cuba, y a cada cual
Luciano le sirvió la porción de isla que le tocaría para hacer sus “cositas”.
¿Es cierto o solo un gag cinematográfico?
El Gobierno
estadounidense, enterado de las actividades de los mafiosos en La Habana,
volvió a presionar al de Cuba con la amenaza del embargo medicamentoso, y
finalmente Luciano fue embarcado en una nave turca que se dirigía a Génova.
Asegura el cronista Ciro Bianchi, en su libro La Habana de Hemingway y otras
historias, que algunos amigos fieles de Luciano, entre ellos Paco Prío,
acudieron al muelle a despedir al gran capo. No sé si hubo un adiós con flores
y pañuelos de despedida, pero así terminó la aventura habanera de Lucy Luciano,
el padre de la mafia estadounidense.
Desde luego que su vida
no acabó con su destierro cubano. Vivió en Italia y continuó con sus negocios
turbios en medio mundo. Nunca se casó, pero en 1949 conoció a Igea Lissoni,
una bailarina 20 años más joven, con quien vivió un amor de novela en su
residencia napolitana hasta que ella murió de un cáncer de mama.
Nunca tuvo hijos. “No
quise –declaró en una ocasión- que un
hijo mío tuviera que vivir como el hijo de Luciano, el gánster”. En 1962,
Luciano debía encontrarse con el productor estadounidense Martin Gosch en el aeropuerto internacional de Nápoles para
discutir los términos de una película sobre su vida, pero murió de repente de
un ataque al corazón.
No una, sino muchas películas cuentan la historia de esta leyenda
urbana o se inspiran en sus acciones: Los Intocables
(1959-1962); The Valachi Papers (1972); Lepke, la única que
logra el parecido físico del actor con el mafioso real; The Cotton Club (1984); Mobsters
(1991); Billy Bathgate (1991); White Hot: The
Mysterious Murder of Thelma Todd (TV 1991); Hoodlum (1997), donde el actor
cubano Andy García interpreta a Luciano, así como también otras muchas, además
de series de televisión y libros.
No es poca memoria para
alguien cuya única postura patriótica fue su ayuda interesada a los Aliados
durante la Segunda Guerra Mundial, tal vez el más inteligente de sus negocios.
Una vez más, se demuestra
que las figuras con mucho más de una mitad en la sombra mueven el imaginario
colectivo con los envites de algo muy semejante a la pasión, y véase, si no,
entre nosotros el caso del habanero Alberto Yarini, rey de los chulos de San
Isidro, cuya tumba jamás carece de flores frescas y que aún inspira como un dios
algún que otro adolescente descarriado.
Historia aparte merecen los quehaceres de la mafia nacional seudorrepublicana, pero eso será en otra ocasión. (Gina Picart Baluja)