En 2023 se cumplen 107 años de la muerte del escritor nicaragüense Rubén Darío, recordado en todo el mundo de habla española, quien visitó La Habana en varias ocasiones y se declaró admirador y amante de Cuba.
Su obra per se (príncipe
de las letras castellanas se le ha llamado) y trascendencia como una de las
figuras cimeras del movimiento modernista en la literatura, explican el porqué
de una permanencia sostenida en la preferencia de críticos y lectores. Aun
cuando fue un renovador del lenguaje poético, dejó también una importante
producción en prosa de relatos, crónicas, crítica literaria…
No es propósito de estos
apuntes reseñar su vida, intensa en diversos aspectos, digna de las varias
biografías que se le han dedicado. Rubén Darío tuvo admiradores, epígonos y amigos
en Cuba, país que visitó en más de una ocasión y donde se sintió como en casa
propia.
La primera visita se remonta al 27 de julio de 1892, época en que Cuba
vive una larga tregua —espera que los más entusiastas y avezados patriotas
reconocían como inevitable—, en tanto ya José Martí prepara “la guerra
necesaria” desde el exilio heroico y laborioso.
Darío desembarca del
vapor México, en tránsito hacia España, como representante de Nicaragua a los
festejos por el cuarto centenario de la aparición de Colón por estas tierras
americanas.
En la redacción del
periódico El País, se estrechan las manos Rubén Darío y Julián del Casal,
quienes se conocían —gracias al correo— desde 1887, por medio de las páginas de
la revista La Habana Elegante, que el poeta nicaragüense recibía con cierta
frecuencia y en la que aparecieran trabajos de ambos.
La redacción de El Fígaro
ofreció un banquete a Darío, al que asistieron Casal, Enrique Hernández Miyares
(que en el número del 31 de julio de 1887 publicó un artículo sobre Darío en La
Habana Elegante), Manuel Serafín Pichardo y otros.
Uno de los comensales de
aquel mediodía, Raoul Cay, redactor de El Fígaro, cuenta que “Casal apenas
almorzó, la admiración que siente por Rubén y el regocijo de tenerlo cerca,
quitaron el apetito al sombrío poeta de Nieve”.
Los días habaneros de Darío transcurrieron en continuos paseos,
tertulias, agasajos y correrías. Al partir en la tarde del 30 de julio en el
vapor Veracruz, dejaba una estela de encanto entre la intelectualidad cubana.
Sin embargo, el 5 de
diciembre de aquel mismo año, de regreso de España en el vapor Alfonso XIII,
Darío hizo una segunda escala de solo pocas horas, pues al día siguiente
embarcó en el “México”, el mismo que lo trajo la primera vez, aunque dejó
algunos textos inéditos en la redacción de El Fígaro.
Pero, además, ocurre un
episodio significativo en su vida que no puede quedar al margen, aun cuando no
tiene lugar en Cuba. En 1893, en Nueva York, Darío es presentado a José Martí,
por quien siente profundo respeto. Martí tiene la gentileza de invitarlo a la
velada que se celebra en Hardman Hall, donde él hablará. Al escucharlo, al
departir con él, se acrecienta la admiración de Darío por el pensador y
político cubano.
Tuvo Darío estrechos
vínculos con personalidades cubanas de las letras. Sintió igualmente marcada
atracción por sus mujeres. Juan Marinello ha señalado que “los poemas cubanos
de Rubén nacen del trato con nuestros compatriotas o de sus visitas a la Isla.
La amistad y la galantería apuntan siempre y las cubanas, escritoras o no, se
abren paso en sus versos”.
Pasan los años. Atrás ha quedado la segunda intervención norteamericana
en Cuba. El Partido Liberal gana las elecciones, y José Miguel Gómez ocupa la
presidencia desde el 28 de enero de 1909. Su gobierno se hace célebre por
entronizar algunas “costumbres”: la lotería nacional, la lidia de gallos, los
negocios de dudoso carácter.
Este es el panorama
prevaleciente el 2 de septiembre de 1910, cuando Darío está en La Habana por
tercera vez. Acuden a recibirlo don Ramón Catalá, de El Fígaro; Max Henríquez
Ureña, dominicano que mucho amó a Cuba; Eduardo Sánchez de Fuentes, autor de la
inmortal habanera Tú, y otros. Un periodista de La Discusión obtiene el siguiente
autógrafo:
“Paz y progreso y gloria
a Cuba, país que admiro y que he amado siempre. Rubén Darío”.
Durante su brevísima
estancia, visita al patriota y diplomático Manuel Sanguily, en cuyo despacho
conoce al periodista Márquez Sterling. Los círculos intelectuales se disputan
las horas de Darío. En la noche, se le ofrece un banquete en el hotel
Inglaterra. Se llega hasta la legación de Santo Domingo en La Habana. Al día
siguiente, parte rumbo a México, en La Champagne.
Pero, para sorpresa de sus admiradores, Darío está de nuevo, el día 4,
de vuelta en La Habana, pues llega apenas hasta Veracruz y retorna en el mismo
vapor.
Permanece en la capital
de Cuba, deprimido y con poca salud, hasta el 8 de noviembre, cuando embarca
con destino al Havre, en el vapor Ipiranga, de bandera alemana. Durante este
lapso el poeta se alojó en el hotel Sevilla y luego en una pensión de El
Vedado. Asistió al acto celebrado el 21 de octubre ante la tumba de Casal,
ocasión en que leyó sentidas palabras preparadas para ese acto.
Que sepamos, fue aquella la última vez que nos visitó. Tenemos pues los cubanos motivos especiales para recordar a este nicaragüense universal. (Redacción digital. Con información de La Jiribilla)