Algo de historia sobre un teatro de La Habana inmortal

Algo de historia sobre un teatro de La Habana inmortal

El 17 de diciembre de 1870, apenas dos años después del Grito de Yara y el levantamiento en armas de los cubanos para la Guerra de los Diez Años, se inauguraba en La Habana el teatro Albisu, uno de los más antiguos de la ciudad colonial.

Su construcción corrió a cargo de don José Albisu, ciudadano vasco, natural de Guipuscoa.

Mucho dinero debió tener, pues el teatro podía acoger dos mil 500 personas, mil 734 sentadas (en 494 lunetas, 88 butacas y 42 palcos), mientras que en tertulia y cazuela había capacidad para 800 espectadores que, generalmente, eran mozos del comercio español capitalino.

Ignoro si fue un teatro con la magnificencia del “Tacón”, pero constituyó el último más importante del siglo XIX habanero y las dos primeras décadas del XX.

Como mismo el pueblo italiano, desde los príncipes hasta los mendigos, ha sentido siempre fervor por la ópera, el español lo ha hecho por la zarzuela, incluso ahora en tiempos de globalización. Según Wikipedia, la zarzuela es:

forma de música teatral o género musical escénico surgido en España que se distingue principalmente por contener partes instrumentales, partes vocales (solos, dúos, coros...) y partes habladas, aunque existen excepciones en las que estas últimas, las partes habladas, están completamente ausentes. El término «zarzuela», aplicado al género musical y teatral, procede del Palacio de la Zarzuela, palacio real español situado en las proximidades de Madrid y en el que se hallaba el teatro que albergó las primeras representaciones del género.

La inauguración fue una noche brillante, con la presentación de una compañía lírica que interpretó la ópera Otello, de Rossini, en los roles protagónicos la señora Vizconti y el tenor Villani, y el espectáculo fue muy celebrado por el crítico y musicógrafo habanero don Serafín Ramírez y toda la prensa de entonces.

Hay que decir que la vida cultural habanera durante la colonia fue tan rica como después de fundada la república y lo sigue siendo hasta hoy, así que la gala premier del “Albisu” estaba muy en consonancia con el estilo suntuoso y fastuoso de la ciudad.

No estuvo el “Albisu” únicamente dedicado a la zarzuela, pero es lógico entender que fuera el género predominante, y por ello, en atención a los tiempos que corrían y al momento histórico, se convirtió en la sede del integrismo español, el cual “rememoraba, a través de autores, músicos y actores, la España lejana y se entusiasmaba con los estrenos más famosos de Madrid”.

Y ya se sabe que el integrismo español estaba conformado en su inmensa mayoría por los comerciantes españoles, ricos y pobres, y… por los muy agresivos y crueles Voluntarios, aunque no faltaban habaneros convencidos de que su nacionalidad o ascendencia peninsular los dejaba más del lado de la Madre Patria que de la naciente nacionalidad criolla que tomaba cuerpo con la guerra.

Las intérpretes de zarzuela eran, por lo general, tiples, y cada una tenía un delirante séquito de devotos, de esos que aplauden aún antes que comience la función, mandan o llevan flores a los camerinos y gritan “¡Olé!” cada un segundo desde su asiento, y también en la calle al paso de las divas.

Uno de estos fans tenía una tienda en la calle Obispo y le puso como rótulo el apellido de su artista favorita, entonces muy en boga por su gracia y belleza. El establecimiento, llamado La Rusquella, tuvo larga vida, y no sé si existe todavía, pero sí que conservó su nombre por mucho tiempo.

En el “Albisu” se representaron miles de zarzuelas, como La Verbena de la Paloma, que conocimos a través de la rutilante diva Rosita Fornés (1923-2020).

La compañía zarzuelera que actuaba en sus escenarios se renovaba con frecuencia, y muchos de sus actores fueron ídolos del público, como Luis Robillot, considerado en la época como el introductor del género chico en Cuba.

Otras zarzuelas puestas en escena fueron El Dominó Azul, Jugar con Fuego, La Bruja y El anillo de hierro.

Pero no todo fueron albricias y brillo de lentejuelas, porque también se representaron dos zarzuelas, El Tambor de Granaderos y Cádiz, cuyo argumento y letras fueron considerados por los cubanos como ofensivos e irrespetuosos para Cuba criolla, y aunque yo no conozco nada sobre estas piezas, sí conozco Historia y no dudo que tuvieran toda la razón, lo mismo que El perro huevero, obra costumbrista cubana, fue considerada una traición a España y provocó la masacre del teatro Villanueva a manos de los Voluntarios, en la que se vio envuelto el adolescente José Martí.

Aquellas dos zarzuelas costaron caro al “Albisu”, como era de esperar, porque es lo que siempre acontece cuando la cultura se convierte en tribuna de ideologías en pugna. Durante la Guerra del 95 y según se hacía evidente la derrota de España, los directores del teatro ordenaron a los artistas que interrumpieran las funciones a cada tanto y noche tras noche, para anunciar los éxitos de los soldados españoles en la manigua y los desastres cubanos, como la muerte de Maceo.

En revancha justísima, y en mi opinión hasta comedida, tras el fin de la Guerra del 95 y durante la Primera Ocupación Militar norteamericana, el primer alcalde habanero, Perfecto Lacoste, prohibió que las dos zarzuelas hostiles volvieran a ser representadas, y el público criollo se mostró reacio a acudir al teatro.

Pero, como predicaba Martí sobre la Cuba posterior a la victoria, “Sin odio”, el resentimiento de los vencedores duró poco.

El “Albisu” conoció una segunda alborada con nuevas tiples, como Lola López, quien hizo furor en los primeros años del siglo XX, y también Esperanza Pastor y Soledad Álvarez, rivales estas dos encarnizadas que tenían cada una su propio partido de fervorosos.

De ese modo, la cruenta batalla política pasó a ser más “chocarrera”: los partidarios de la una arrojaban a la otra monedas de calderilla, mientras la víctima elegida estaba en escena, y ocurría entonces el susses de la noche: la malquerida se desmayaba dramáticamente entre suspiros y lágrimas, y como el desastre ocurría con harta frecuencia, presumo que estas expresiones de sufrimiento atroz tenían mucho de recursos de camerino y maquillaje, ¿o acaso no sabe desmayarse una actriz o llorar a raudales, si el acto lo requiere? ¿Acaso no se recuerda todavía cómo en las compañías de ballet aparecían de repente misteriosos tapices de astillas de cristal, puntillas y clavos sobre los escenarios?

Quién sabe si estas enconadas rivalidades, que entre féminas suelen alcanzar las más altas cotas de alevosía, fueron la causa del tremendo incendio que destruyó aquel teatro colosal en una mañana de 1918, cuando solo los operarios y tramoyistas se encontraban dentro. No es más que especulación…

Pero como la Villa de San Cristóbal nació con la increíble capacidad de reinventarse para seguir su camino a la inmortalidad —un don que otorgan las buenas hadas—, no tardó en alzarse de aquellas ruinas calcinadas un nuevo teatro, el “Campoamor”, cuya inauguración estuvo a cargo de la última gran compañía de zarzuelas que visitó La Habana.

Y cuando el “Campoamor” fue llamado a mejor vida, en sus terrenos se erigieron el Museo de Bellas Artes y otras construcciones, luego icónicas de la capital.

Hoy ya no quedan habaneros vivos que puedan recordar ni describir al “Albisu”, pero quedan cronistas cuya tarea, asumida como sacerdocio, es conservar la memoria del pasado en los buenos y en los malos tiempos. Solo así se impide que se diluya la verdadera savia, la auténtica fibra de una nación. (Gina Picart Baluja)

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