A Dancing Island es un
reciente ejemplo de lo que es capaz de lograr el natural engranaje entre música
y danza. La pieza, compuesta por Osnel Delgado y con música original del
pianista Alejandro Falcón, será una de las protagonistas de la jornada
inaugural de la edición 39 del Festival Internacional Jazz Plaza 2024, en La
Habana.
Para entonces, sobre la escena del capitalino teatro Martí
se unirán, nuevamente, la compañía de danza contemporánea Malpaso, Falcón y sus
muchachos de Cubadentro, junto al saxofonista y compositor estadounidense Ted
Nash.
Se trata de una obra de
poco más de media hora dividida en tres movimientos que, al decir del creador,
son pequeñas historias que apelan a elementos raigales de la identidad cubana.
«Hablar de un lugar como el nuestro, de una isla como la nuestra, no se puede
hacer sin pensar en la música y en la danza cubana, en la herencia
transcultural de esos bailes y ritmos que como oleadas han marcado nuestra
tradición. Lo importante ha sido imaginar y recrear pequeñas historias de los
orígenes de esos bailes cubanos, usando la ficción, los referentes, las
historias urbanas, lo que narra cada uno de ellos y mostrar al grupo de
individuos que habitan en nuestra Isla durante su evolución», comenta el
coreógrafo a Juventud Rebelde sobre la obra que estrenara el año pasado en
Filadelfia, Estados Unidos.
Si bien el estreno en
Cuba de la composición coreográfica de Delgado sucedió recientemente como parte
del programa de celebración de los 11
años de la agrupación Malpaso, será
la primera vez que estén juntos todos los componentes que intervinieron en las
presentaciones que tuvieron en Nueva York, donde luego del estreno mundial,
la pieza fue disfrutada con música en vivo. Allí, en la llamada Gran Manzana,
estuvieron durante siete noches en el Joyce Theatre de Manhattan. «El Joyce es
como nuestra casa, allí (Malpaso) nos presentamos casi todos los años y llevar
esta pieza con mucha cubanía a ese escenario, sin dudas fue algo importante.
Cada baile en A Dancing Island proviene de una verdad de pueblo, de un barrio,
de una tonada o tumbao. Para mí, que llevo tanto tiempo bailando y estudiando
la danza, es cada vez más importante tomar de las raíces, beber de esa agua.
«La danza no es más que
una recreación simbólica de la vida y cada baile es una estilización de cómo
nos movemos de manera ordinaria. Así pasamos de la rumba, al chachachá, al
mambo, al son, a la conga, al bolero y la salsa como en una suerte de oleadas
temporales. El mar, la canción, los recuerdos y las vivencias de los
intérpretes durante el proceso también son elementos importantes. Tenemos la suerte de ser nosotros mismos,
aunque bailemos danzas originadas en otros tiempos y eso hace que la obra
cambie y evolucione cada vez. Creo que ahí está lo novedoso de la propuesta»,
explica Delgado.
La música y la danza
juntas, en vivo, sobre el escenario, conforman un cuadro que le da color, forma
y movimiento a las convergencias que posibilita el jazz. La cita del 21 de
enero, a las 5:00p.m. en el teatro Martí, es un acontecimiento sui géneris
dentro del Jazz Plaza, arropado por elementos de la música y los bailes
autóctonos de nuestro país. Además de A Dancing Island, el programa incluye
otras piezas, como Nana para un insomnio, de Daile Carrazana y Vértigo de
Susana Pous, junto a las intervenciones del pianista Arturo O’Farrill y el
cuarteto de cuerdas Alma, una fiesta entre artistas que ya saben, juntos, de lo
que son capaces.
Convergencias para nutrir la creación
Podría decirse que el
responsable de las conexiones fue el pianista y compositor Arturo O’Farrill. Él
ya tenía experiencias de colaboración con la compañía Malpaso y cuando Ted Nash
vino para participar en la pasada edición del Jazz Plaza, fue O’Farrill quien
allanó el camino para que Alejandro Falcón y Cubadentro se integraran, junto a
otros artistas, en aquel proyecto singular, Jazz x art, donde se vieron las
caras todos estos creadores.
Osnel Delgado cuenta que
«en ese momento, desde la danza, solo trabajamos una improvisación con los
temas musicales basados en algunas obras del museo, principalmente de Wifredo
Lam. Ese fue el punto de partida de esta colaboración, pero no el definitivo,
porque la obra habla de la música cubana en lo cual Alejandro tomó un papel
importante en la composición y arreglo de la partitura que hoy existe para la
pieza. El jazz siempre estuvo presente
como un elemento importante, pero la creación pasó por muchas etapas para
llegar a lo que estábamos buscando».
Alejandro Falcón ya había
trabajado con el Conjunto Folclórico Nacional, en piezas como Obba Meyi, de
Yandro Calderón y Vals para Oshún, de Leivan García, pero estas eran
composiciones coreográficas nacidas a partir de la música de Falcón (Mi monte
espiritual; Colibrí, 2016). Con A Dancing Island la cosa fue al revés: la
música fue creada exclusivamente para la pieza de Osnel Delgado.
Cuenta el pianista cubano
que «la pieza tiene toda esa amalgama de géneros de la música cubana y
afrocubana fusionadas con el jazz, la improvisación, el guaguancó, el yambú, el
mambo. Esos son más bien los elementos sonoros que caracterizan A Dancing Island,
también la manera de interpretación de cada músico, mis armonías como
compositor y por supuesto, los bailes que, aunque tengan toda esa fuerza de la
danza contemporánea, tiene también sus influencias directas de los géneros
danzarios cubanos tradicionales».
Componer música original
para una obra danzaria, asegura el intérprete matancero, era un deseo que tenía
pendiente desde hace algunos años. Para
quien ha compuesto música para telenovelas, series, programas musicales y
explorado los más diversos géneros sobre las teclas del piano, esta oportunidad
«era un motivo para salir de las zonas de confort y ser un músico un poco más
completo».
El talento y
desdoblamiento creativo de este pianista, así como de los componentes de su
agrupación Cubadentro, lo vio el público en el concierto ofrecido en el pasado
Jazz Plaza en el Museo Nacional de Bellas Artes, durante el cierre de taller de
creación que ofreció el músico estadounidense Ted Nash. Allí demostraron una
sintonía que había sido amasada durante días de trabajo creativo en la
institución museable. Pero querían más, deseaban mostrarlo al público y ahí
está A dancing Island.
Fueron a Nueva York, al
encuentro con Malpaso y Nash en el Joyce Theatre y demostraron ese feeling, una
vez más. Falcón recuerda ese momento como algo mágico y rememora lo que junto a
sus compañeros de viaje —Ruy López-Nussa en el drums y Arnulfo Guerra al bajo—
aprendieron de Ted Nash, así como el estadounidense también aprendió de ellos.
«He podido tocar su música y que él toque la mía y ver cómo se fusionan
nuestros estilos, que al final tenemos las mismas raíces musicales. Es algo muy
bello. También estuvimos con el
trompetista Chris Rogers y el percusionista venezolano Carlitos Padrón. Aquello
nos abrió la puerta para otras presentaciones en Denver, así como clases
magistrales en escuelas de Nueva York y Colorado».
Ahora llega una nueva
parada en este rico intercambio durante el Jazz Plaza 2024, entre creadores de
aquí y de allá, con distintas visiones y áreas de creación. Lo que veremos
sobre las tablas del Teatro Martí será eso: una nutritiva expresión de la unión
y Osnel Delgado está convencido de ello. «Un bailarín y un músico tienen muchas
cosas en común, ambos ajustan su instrumento antes de cada ensayo o
presentación. Ellos pueden cargar con su instrumento, que es lo que más
envidio. Yo necesito de un lugar y un medio para poder bailar y entrenarme,
pero hay una conexión entre el uso de la inmediatez, la improvisación y el
diálogo con el otro. Ahora nos verá mucha gente que no solamente aprecia la
danza, sino también la música y son conocedores, además. Lo hermoso será que
además Ted estará con nosotros. Ojalá les guste, nosotros pensamos hacer
simplemente lo mismo con la misma pasión y entrega: otro día, otra función». (Redacción digital. Con información de Juventud
Rebelde)