El 16 de enero de 1934, Rubén Martínez Villena perdió en La Habana su última batalla contra la tuberculosis a la edad de 35 años, con lo cual concluyó la existencia física del destacado dirigente revolucionario e intelectual cubano.
Al decir de Raúl Roa,
su compañero de lucha, “desafió mil veces la muerte y quemó alegremente su vida”.
Poco antes, estuvo en un sanatorio del Cáucaso, en la
extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), adonde prácticamente
le obligaron a ir sus compañeros del Partido Comunista, con la esperanza de que
se recuperara de la cruel enfermedad. Aunque los médicos le pronosticaron que
no tendría una cura absoluta, le confirmaron que podía alargar la vida con
descanso y un tratamiento sistemático en ese lugar.
Para asombro de los galenos, al conocer el diagnóstico,
decidió regresar a su convulsa Cuba y dedicar sus últimas energías a la causa
revolucionaria.
Desde el tranquilo centro de salud, de aires limpios,
retornó clandestinamente a La Habana de los postreros años de la dictadura de
Gerardo Machado.
En su corta existencia, se consagró como importante poeta,
reconocido por contemporáneos e intelectuales de generaciones posteriores y
distintas filiaciones políticas entre las figuras de la cultura más
significativas de esa etapa.
Su talento le hubiera asegurado una brillante carrera, pero
para él estaban por encima de cualquier lauro la lucha revolucionaria y los
ideales marxistas leninistas, lo cual reflejó en carta a un colega, en la que
expresó: “Yo destrozo mis versos, los desprecio, los regalo, los olvido: me
interesan tanto como a la mayor parte de nuestros escritores interesa la
justicia social”.
Así, aquel poeta de aspecto frágil y mirada profunda
estableció, sin pretenderlo, un ejemplo que trasciende hasta nuestros días del
verdadero intelectual comprometido.
Se inició en la vida política con solo 23 años en 1923, como
uno de los protagonistas principales de la Protesta de los Trece, realizada por
un grupo de intelectuales que se manifestaron en un acto oficial contra un alto
funcionario corrupto del régimen de turno, quien fue interrumpido en su
discurso por el joven revolucionario para echarle en cara su falta de autoridad
moral.
Aquel hecho significó la irrupción a la escena política de
la nación de una nueva generación, que escenificó lo que se llamó el despertar
de la conciencia nacional, después de casi un cuarto de siglo de creada la
seudorrepública.
Martínez Villena y Julio Antonio Mella radicalizaron en
pocos años su pensamiento revolucionario, lo cual los llevó a abrazar la
ideología marxista leninista y estar a la vanguardia en el enfrentamiento a
Machado desde el Partido Comunista, organizado en 1925.
Después de su regreso
del sanatorio del Cáucaso, el joven poeta, desde su lecho de muerte en un
hospital antituberculoso en La Habana dirigió, en su condición de líder natural
y más capaz del Partido Comunista, la huelga general de agosto de 1933 que
conllevó a la derrota de la dictadura machadista.
Según recuerdos de sus compañeros, en los últimos meses de
vida, a pesar de su enfermedad, concibió importantes análisis críticos y
proyectos para el movimiento obrero y comunista de la Cuba y América Latina,
con lo cual hizo una gran contribución a la aplicación creadora del marxismo a
las realidades del continente.
En su poema Mensaje lírico civil, afirmó: “Hace falta una carga para matar bribones/,
para acabar la obra de las revoluciones/, para vengar los muertos que padecen
ultraje/, para limpiar la costra tenaz del coloniaje/ (…)”.
Muchos años después, en 1973, el Comandante en Jefe Fidel Castro, en su discurso por el aniversario 20 del ataque al Cuartel Moncada, destacó los ideales y la vida de aquel insigne revolucionario. El líder histórico de la Revolución cubana, al recordar aquellos versos, dijo, dirigiéndose imaginariamente a Rubén Martínez Villena: “El 26 de Julio era la carga que tú pedías”. (Redacción digital. Con información de la ACN)