A finales de marzo de 1960, el presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower, después de haber firmado "Programa de Acción Encubierta Contra el Régimen de Castro”, dio luz verde a sus acciones que incluían operaciones de inteligencia; bloqueo económico, comercial y financiero; aislamiento internacional; planes terroristas, de subversión, de propaganda y, finalmente, la agresión directa.
Tales propuestas fueron debatidas y perfiladas en varias sesiones del Consejo de Seguridad Nacional, compuesto por el vicepresidente, los secretarios de Defensa, de Estado, el director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y otros altos cargos del Gobierno.
Los principales objetivos del proyecto se basaban
en la creación de "una oposición cubana responsable, atractiva y unificada
al régimen de Castro", establecida en el exterior, bajo un presunto Consejo
de la oposición y que, además, crearía una organización secreta de inteligencia
y acción dentro de Cuba, la cual daría cobertura a las operaciones controladas
por la CIA y enviaría armas y explosivos para apoyar alzamientos en el país.
Mediante documentos desclasificados por Estados Unidos en la década de 1970, se conoce que una parte central del programa era el
asesinato del Comandante en Jefe Fidel Castro, su hermano Raúl, Ernesto Guevara
y otros importantes líderes para descabezar el proyecto cubano.
El plan incluía acciones de la Organización de Estados Americanos para condenar
a Cuba por facilitar la infiltración comunista en el continente y así
promover su aislamiento diplomático e internacional, al tiempo que el bloqueo
debería establecer el hambre y la desesperación en el pueblo, lo cual conduciría
a estallidos masivos, estrategia que se mantiene esencialmente inalterable en
la política estadounidense.
Sin embargo, esta organización superior de la
guerra contra la ínsula, establecida hace ya 64 años, no marcó el inicio de
las agresiones de Washington, que realmente comenzaron antes y pretendían evitar
el triunfo y el acceso al poder del movimiento revolucionario liderado por
Fidel.
Poco más de dos años antes de la aprobación de ese programa, el dictador Fulgencio Batista, en una de sus últimas actividades
públicas, asistió en un clima de total represión, el 24 de
diciembre de 1958, a la inauguración del Cristo de La Habana, en la ribera de la bahía cercana al pueblo de Casa Blanca, que fue tomado con un fuerte
despliegue de su escolta personal y agentes de la Policía y el Servicio de
Inteligencia Naval.
Pero lo que muy pocos sabían entre sus propios
cómplices era que realmente Batista, más que por su valor personal, se mostraba
seguro porque en realidad era una pieza importante en la operación de la sede
estadounidense en la capital cubana, el Departamento de Estado y la CIA, que
perseguían que escenificara un autogolpe de Estado, en componenda con los altos
mandos militares el 31 de diciembre, que impidiera la victoria del Ejército Rebelde.
También en los últimos meses de 1958, otra
operación estaba en marcha en la región oriental, adonde arribó, con el apoyo de
los mandos militares batistianos, un agente norteamericano de los servicios
especiales, armado de un fusil de mira telescópica y con la misión de
infiltrarse en la Columna 1 de Fidel y asesinarlo, lo que fue impedido.
Para entonces, la Estación CIA en La Habana maniobraba
con el propósito de escamotear el triunfo, apoyada en su red de agentes entre
las clases pudientes del país, sus medios de prensa y políticos, así como también por
altos ejecutivos de las compañías norteamericanas y, fundamentalmente, con las
organizaciones armadas, como el Segundo Frente Nacional del Escambray y fuerzas
aliadas al corrupto expresidente Carlos Prío Socarrás.
Tampoco la administración estadounidense le pidió ningún acto de heroísmo al presidente y le garantizó la huida -vía aérea- del país el propio 31 de diciembre, junto a sus principales colaboradores, con la protección del Gobierno norteño.
Es muy probable que el tirano marchara con la
esperanza de que tantos planes tuvieran éxito y la Revolución se frustrara, como
en 1933, y hasta tuviera un nuevo momento en el futuro de Cuba.
No obstante, la derrota de esos primeros planes
por evitar el triunfo de la Revolución sirvieron solo de plataforma a una
nueva y superior planificación estratégica, que vinculó, en la proyección
anticubana, a todas las instituciones oficiales estadounidenses desde ese lejano
marzo de 1960. (Redacción digital. Imagen: revista Política Internacional)
RSL