El rey Felipe II, de España, consciente de que el puerto de la villa San Cristóbal de La Habana se encontraba situado en una estratégica posición en el Caribe, donde recalaban los barcos en su ruta hacia la península Ibérica, y que el Castillo de la Fuerza no era suficiente para la adecuada defensa frente a los ataques enemigos y de los corsarios y piratas, dispuso que se edificara una fortaleza capaz de proteger la importante rada.
Consta que el 2 de diciembre de 1563, el gobernador Diego de Mazariego ordenó construir en El Morro "una torre de cal y canto, de seis estadios y medio de alto y muy blanca. Está el capitel de la torre a 15 estadios sobre el nivel del mar y sirve de atalaya contra corsarios, puesto que se alcanza a ver ocho leguas", pero esto no era suficiente para resguardar la dársena de la villa habanera.
Por tanto, la Corona española comisionó al ingeniero militar Juan Bautista Antonelli para que, bajo la dirección del maestro de campo Juan de Tejeda, comenzara a edificar una inexpugnable fortaleza en las alturas de El Morro, lo que ocurrió el 20 de septiembre de 1589, al unísono que la del Castillo de San Salvador de la Punta.
La edificación se proyecta hacia el mar en un ángulo agudo, teniendo allí medio baluarte sobre el cual se eleva una torre con faro, desde aquí en una profundidad de 150 metros que se van escalonando hasta el lado posterior.
La torre original que alcanzaba 10 metros de altura fue sustituida en 1844-1845 por otra de 5 metros de diámetro y 30 metros de altura.
Los constructores asentaron la fortaleza defensiva, siguiendo la superficie de las rocas, de ahí su forma de un polígono irregular, compuesto por tres baluartes unidos por cortinas y un cuartel acasamatado. En lo más angosto de la punta, uno de los baluartes tiene un "torreón de doce varas de alto, al que llaman El Morrillo".
Se concibió, dentro de las murallas del Castillo de los Tres Reyes del Morro —como así también se le llama—, la construcción de fosos y de dos grandes aljibes, los que consideraban suficientes para abastecer la guarnición ante un largo sitio; una iglesia, casa del comandante, capellán y oficiales, tres cuarteles para la tropa, oficinas, calabozo y bóveda.
Para su defensa situaron los cañones en los tres puntos que consideraban más efectivos: las piezas de grueso calibre mirando al mar; los de menor calibre a la entrada del canal; una batería en forma de media luna con doce cañones, que se conocían con el nombre de "Los Doce Apóstoles", y que podía cerrar con su mortífero fuego la entrada de la bahía. A unas 500 varas y hacia dentro del canal se armó otra muy poderosa, llamada "La Pastora", con igual número de piezas, que fue construida por don Francisco Cagigal de la Vega.
La fortaleza de El Morro mantuvo la defensa del puerto y de la ciudad de La Habana, durante más de un Siglo. Los efectivos disparos de sus cañones mantuvieron a raya los asaltos de las escuadras holandesas, francesas e inglesas, entre estas últimas las de los almirantes Hossier, Vernon y Knowles.
Sin embargo, no pudo resistir el ataque iniciado el 6 de junio de 1762 por el ejército y la escuadra británica, al mando respectivamente del Conde de Albemarle y de Sir George Pocok.La muerte del heroico jefe de la fortaleza, don Luis V. de Veláscoy el estado desastroso de las fortificaciones obligaron a sus defensores a rendirse a las “Casacas Rojas”. Luego de cuarenta y cuatro días de sitio los invasores pudieron izar allí la bandera de la Unión Jack (Británica).
El Tratado de Versalles del 6 de julio de 1763 puso término a la dominación inglesa en Cuba, y España recuperó la ciudad de La Habana. Sus fortalezas presentaban importantes destrozos, principalmente la de El Morro, por lo que el capitán general Conde de Ricla inició su reconstrucción, ejecutada por el oficial Antonio Trebejo, bajo la dirección de los brigadieres Silvestre Abarca y Agustín Cramer.
El Castillo de El Morro era la principal defensa del puerto habanero hasta la construcción de la fortaleza de La Cabaña a fines del siglo XVIII. Además, tenía otra misión no menos importante, con su torre y su faro: la de servir de guía durante la noche con su luz emplazada en lo alto de la torre a los navegantes que se dirigían a este puerto o a los que surcaban por estas aguas. La obra se terminó cuarenta años después, en 1629, aunque algunos historiadores dan una fecha posterior a esa.
La torre comenzó a utilizarse como faro desde 1764, y en 1844 la vieja atalaya fue demolida y se levantó otra, que es la que llega a nuestros días.En sus inicios la luz del faro se alimentaba con leña. En 1819 se empleaba el aceite; en 1845 el llamado aceite de colza; en 1928 el acetileno y en 1945 se inició la iluminación eléctrica.
Luego del triunfo de la Revolución cubana, en la vetusta zona intramuros de La Habana Vieja y sus fortificaciones se inició un amplio y meticuloso trabajo de reconstrucción de su patrimonio realizado por técnicos y especialistas, bajo la rigurosa dirección del doctor Eusebio Leal Splenger, quien fuera durante muchos años Historiador de la Ciudad de La Habana, a tal punto que el 14 de diciembre de 1982 la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) reconoció la condición de Patrimonio Cultural de la Humanidad al centro histórico de la ciudad de La Habana y su sistemas de fortificaciones.
Fuentes:
La Habana, apuntes históricos, T1, por Emilio Roig de Leuchsenring.
Revista Bohemia, 19 de octubre, 1962
(Tomado del diario Granma)
RSL