Hay edificios que se habitan, se escuchan, se sienten. El Hotel Inglaterra, que hoy cumple 150 años, es uno de ellos. Basta cruzar su umbral para entender que allí no duerme únicamente un huésped, sino también la memoria de La Habana, una ciudad que ha conversado consigo misma durante siglo y medio.
Ubicado en el corazón del Paseo del Prado, frente al Parque
Central, el Inglaterra no presume de ser el hotel más antiguo de la capital en
funcionamiento –y de Cuba– como una cifra fría, sino como una experiencia que
se renueva. A sus 150 años llega con más visitantes, con obras en marcha y con
la voluntad clara de seguir siendo un espacio donde la historia no se conserva
en silencio, sino que se vive, se siente y se respira. Ese es su mayor
atractivo.
Perteneciente al Grupo Empresarial Hotelero Gran Caribe y
administrado y comercializado por Blue Diamond, el Inglaterra cerró hasta
octubre de 2025 con un incremento del 10 % de turistas respecto al año
anterior. Ese crecimiento no ocurre por azar. Mientras cientos de visitantes
recorren sus pasillos, el hotel se preparó para la temporada alta y para su
aniversario con un conjunto de acciones que buscan elevar la satisfacción del
cliente sin traicionar el alma del inmueble.
Hoy se pinta, se repara, se restaura. Se devuelven colores, se rescatan piezas patrimoniales, se ajustan detalles que no siempre se ven, pero se sienten. Las áreas públicas recibieron mantenimiento, la fachada recuperó brillo, los balcones volvieron a dialogar con la ciudad, y puertas nuevas aportan imagen e insonorización a las habitaciones. En los baños públicos, en la cocina, en los pisos y el mobiliario de restaurantes y lobby, el trabajo es constante.
Pero el Inglaterra no entiende la restauración como un simple
acto técnico. Aquí, mejorar también es crear. Las sillas del emblemático Louvre
renacen gracias al proyecto de desarrollo local Plaza Paint; la terraza suma
mobiliario concebido por la artista María del Carmen Pérez Preces; y los
ascensores –testigos de generaciones– se transforman en una obra de arte
funcional de la mano de Andrés Bazabe y Loyda.
Bazabe, carpintero ebanista, dibujante, escultor y restaurador,
interviene superficies deterioradas y recompone miradas. Donde antes había
metal desgastado, molduras dañadas y pintura desprendida, ahora se recupera el
esplendor original de estos elevadores históricos, respetando el diseño y el
estilo de finales del siglo XIX. La intervención devuelve carácter,
autenticidad y distinción a un símbolo del hotel, mientras se proyecta la
sustitución de partes y piezas para optimizar su funcionamiento.
En el lobby, otra obra patrimonial vuelve a respirar. La Sevillana, junto a otras piezas de alto valor, es restaurada por Octavio Aruca Vázquez, escultor avalado por la Oficina del Historiador y colaborador cercano de Eusebio Leal. Su trayectoria –que incluye la campana del aniversario 500 de La Habana, restauraciones para subastas, museos y el Memorial José Martí– dialoga con el espíritu del Inglaterra, donde cada objeto cuenta algo más que su propia forma.
También las mesas del Louvre, intervenidas por Olivia Torres y Georgina María Ravelo López, recuperan su esplendor. En sus superficies descansan obras originales de artistas plásticos cubanos hoy consagrados. El paso del tiempo había dejado huellas visibles; la restauración devuelve valor estético y memoria cultural.
La pintura también encuentra manos expertas. El cuadro de Martí
renace gracias a Leandro Grillo, conservador del Museo Nacional de Bellas
Artes, y Juan Carlos Bernejo, restaurador de piezas emblemáticas del patrimonio
cubano, desde El Templete hasta el Museo Napoleónico. Las lámparas –tres de
ellas consideradas patrimonio– reciben atención especializada de Humberto
Piñeiro y Marcos Leonel Oliva, junto al equipo MIDOBLEL, reconocidos por su
trabajo en iglesias, instituciones culturales, embajadas, cine y televisión.
Nada de esto ocurre de manera aislada. El proceso ha contado con
el acompañamiento de Martha María Samuel, del Plan Maestro; de la Dra. Arq.
Vilma Rodríguez Tápanes, presidenta de la Comisión Provincial de Monumentos; y
de los arquitectos Pedro Delgado Gómez y Bárbara Remedios Peraza, cuyo celo ha
sido decisivo para proteger a este Monumento Nacional y hacerlo posible en un
tiempo limitado.
Esa protección no es caprichosa. Por los pasillos del Inglaterra
caminaron Winston Churchill, Ana Pavlova, Gabriela Mistral, Rubén Darío y
Julián del Casal. Antonio Maceo se hospedó allí entre febrero y julio de 1890,
en una habitación cercana a la escalera, por si debía escapar de un atentado.
Desde los altos del Café El Louvre, José Martí pronunció su discurso en
homenaje a Adolfo Márquez Sterling. En sus salones se fotografiaron Capablanca,
Alfredo de Oro, Armando Marsans y Ramón Fonts. Intelectuales, periodistas,
artistas y revolucionarios confluyeron en un mismo punto de la ciudad.
El Inglaterra fue también pionero: el primero con energía
eléctrica y elevadores, símbolo de confort y lujo en su tiempo. Inaugurado el
23 de diciembre de 1875, levantó su imponente fachada con balcones de hierro
fundido, vitrales y ornamentos criollos. Conserva aún azulejos sevillanos,
mosaicos valencianos y alicantinos, losas andaluzas y hasta piedras con
grabados árabes de La Alhambra.
Su historia comienza cuando Joaquín Payret vende el Café El Louvre al arquitecto Juan de Villamil, quien unifica el café con el hotel Americana y da vida al Inglaterra. En 1899 ya lucía dos plantas; poco después fue reconstruido para responder a la vida moderna sin perder su esplendor. Llegaron los baños privados, el teléfono, el telégrafo, el dominio de idiomas del personal. En 1914 creció hacia arriba; en 1989 se sometió a una reparación capital que reafirmó su valor patrimonial.
Hoy, mientras la música cubana sigue marcando el pulso desde
cualquier rincón, el hotel renueva colchones, cojines, mobiliario, suma
tecnología, cuida la iluminación y reabre espacios como la terraza, con 250
sillas y ambiente colonial. Todo ejecutado por manos cubanas, con recursos
nacionales y financiado por los propios ingresos del hotel.
Así, el Inglaterra llega a sus 150 años sin nostalgia inmóvil.
Llega en movimiento. Con historia, sí, pero también con presente. Con pasado
ilustre y con un futuro que sigue escribiéndose entre arte, hospitalidad y
memoria viva porque hay lugares que no envejecen: se vuelven imprescindibles.
Hay edificios que se habitan, se escuchan, se sienten. El Hotel Inglaterra, que
hoy cumple 150 años, es uno de ellos.
https://rciudadhabanaoficial.blogspot.com/2025/12/remozan-hotel-inglaterra-por-su.html
(Thalía Fuentes Puebla – Cubadebate)
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