Pérez de Zambrana, olvidada en la gran poesía de Hispanoamérica (III y final)


Gina Picart

En esa especie de resurgimiento a la vida, Luisa Pérez de Zambrana estuvo también entre los fundadores del Liceo Artístico y Literario de Regla. Tampoco le faltó el reconocimiento fuera de su tierra natal, pues España premió sus obras en los Juegos Florales de la ciudad de Madrid.

Entre esas obras se encuentra el libro de oraciones llamado Devocionario, La vuelta al bosque, Dolor supremo y Martirio. Su sensibilidad profunda, tan lacerada por la muerte, le valió a Luisa uno de los elogios más grandes que se pueden hacer a un poeta: Refiriéndose a ella, José Martí escribió: «se hacen versos de la grandeza, pero sólo del sentimiento se hace poesía».

Luisa Pérez de Zambrana murió en La Habana, en su casa de Regla, el 25 de mayo de 1922. Para figuras tan grandes de la intelectualidad cubana, como Martí, Varona, José María Chacón y Calvo, José Lezama Lima, José Antonio Portuondo o Cintio Vitier, ella es la única voz femenina cubana capaz de soportar la comparación con la Avellaneda, cuyo brillo deslumbrante, excesivo a mi juicio, es, tal vez, el causante de la oscuridad en que yace la poesía de Luisa Pérez de Zambrana.

No obstante, eso no ha animado a los estudiosos de la literatura cubana a prestarle la atención que merecen la persona y la obra de esta mujer que, a pesar de haber mantenido siempre lo que hoy conocemos como “perfil bajo”, fue no solo poetisa, sino también patriota vehementísima.

Pero todo el silencio que aún la rodea no pesa más que la opinión de Martí, que ha quedado para la posteridad y habla más alto que todas las mudeces. Ella, a su vez, fue una admiradora sincera del Apóstol, y en el poema que dedicó a su muerte, La tumba de Martí -que ella llama “sepulcro con nimbo de oro”- se encuentra uno de los lamentos más sinceros y profundos por la caída del héroe en Dos Ríos.

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