Arte y eternidad, el legado de los hermanos Camejo

A mi padre, Hugo Picart.

Hace algunos días estaba yo en la sala de mi apartamento acariciando a mi perrita, que responde al nombre singular de Carmelín Bebé de Arriba, y le cantaba una cancioncita que compuse para ella: “Carmelín, Carmelín de Arriba, Carmelín, Carmelín Bebé…”.

De repente, me di cuenta de que esa musiquita no la estaba componiendo yo, sino que la había escuchado antes en algún sitio. De momento no pude identificarla, pero la sensación de familiaridad se fue haciendo más fuerte y llegó a ser incómoda.

Registré con empecinamiento mis recuerdos hasta recuperar una imagen muy lejana: yo entre un grupo de niños sentados sobre honguitos de cemento coloreado en medio de un escenario natural, un parque con muchos árboles, y cerca de mí estaba mi padre con un traje claro de domingo y una de sus corbatas elegantes.

En medio del escenario, se movía una mujer de pelo oscuro que llevaba un títere en la mano, mientras cantaba: “Pelusín, Pelusín del Monte…”. No pude recordar el resto de la canción, pero sí el nombre de la mujer: Carucha Camejo, y yo estaba en medio de una función de guiñol en el Jardín Botánico, uno de los lugares donde mi papá me llevaba los domingos.

También recordé que aquella lejana noche de mi infancia obligué a mi mamá, después de llorar muchísimo, a que cosiera un títere para mí. Mi primer títere, con ojos de botones y cabeza rellena de harina.

Un domingo mi papá me dijo que ya no iríamos más al guiñol y jamás volví a ver a Carucha y su niño de trapo. O tal vez fue que yo crecí… No recuerdo su rostro ni el de Pelusín, salvo que era un pequeño muy travieso. Solo conservo esa visión instantánea, como un flash, una fotografía donde quedó atrapado aquel instante.

Caridad Hilda Camejo González, Carucha para los niños y para muchos adultos capaces de sentir la magia del mundo de las marionetas, nació en La Habana el 18 de noviembre de 1927. Ella fue la mayor sus cuatro hermanos, quienes más tarde se entregarían al mundo del teatro. Parece que su vocación por las tablas comenzó ya en la niñez, cuando comenzó a escribir cuentos e imitar los espectáculos de muñecos que veía en algún sitio del que seguramente ya nadie se acuerda.

Junto a uno de sus hermanos, José Camejo, inició estudios en la Academia de Arte Dramático (ADAD) de la capital, donde se graduó en 1947. Trabajó como actriz dramática hasta que en 1949 ella y su hermano Pepe decidieron crear un retablo ambulante para ofrecer funciones en las escuelas públicas habaneras.

Un año después, el proyecto de los Camejo fue contratado para las llamadas Misiones Culturales, y los hermanos recorrieron el país brindado funciones infantiles.

La agrupación lanzó un manifiesto que buscaba promover la cultura y las tradiciones cubanas a través de los títeres, además de utilizarlos como un instrumento escolar pedagógico, y explotarlos como un género de infinitas posibilidades entre espectadores de cualquier edad.

Poco después, comenzó a aparecer en la televisión con su espectáculo de títeres dirigido a los niños. Allí nació Pelusín del Monte, probablemente el más famoso de todos sus personajes. Durante algunos años, Pelusín fue un favorito de los horarios televisivos infantiles, una auténtica estrella. (Gina Picart)

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