Cuando mi hija era pequeñita, yo
acostumbraba a pasear con ella por el Malecón habanero.
Le mostraba el mar, el oleaje,
las fortalezas y los arrecifes, pero a mi niña lo que le llamaba la atención
eran los botecitos de pescadores que
solían mecerse suavemente sobre el agua, proyectando en la superficie algo
turbia sus colores.
Los había rojos, amarillos, y
modestamente grises, algunos muy pequeños y deteriorados, y otros un poco más
grandes y bonitos.
Uno, en especial, le gustaba
mucho a mi niña. Se llama Bernabela, y tenía el raro nombre escrito con pintura
blanca sobre su maderamen de un verde brillante.
Yo le dije que ese bote era de nosotras dos y que cuando ella creciera
un poco más, saldríamos en él de pesquería.
Ya no se ven los botecitos
amarrados con cuerdas. En nuestro último y más reciente paseo, veinte años
después, solo pude mostrarle una enorme y feísima cantidad de latas escachadas,
botellas vacías y nailons desgarrados cubriendo los arrecifes como una nata
perversa.
Pero el recuerdo del botecito
Bernabela nunca me ha abandonado, y a veces, cuando pienso en él, me pregunto
cómo habrá sido el faenar de los pescadores de La Habana colonial.
Nunca he tenido tiempo suficiente
para investigar sobre el tema, pero días atrás encontré algunos datos que me
gustaría compartir con quienes sientan interés por la vida cotidiana de la
ciudad antigua y deseen conocer sobre el pescado que se consumía en la urbe.
Es sabido que en las costas de La Habana hubo aldeas indígenas que vivían de la pesca. Es probable que esos primitivos asentamientos humanos se fueran convirtiendo con el paso del tiempo en pueblos de pescadores como los que hubo durante la Colonia en los terrenos baldíos de El vedado y los que aún pueden verse en Cojímar y La Chorrera.
Obviamente, las embarcaciones de
los pescadores coloniales debieron ser sumamente rústicas. Apenas un maderamen
con quilla y proa y unos remos, a veces una vela. Con semejantes barquitos no
podían hacerse a la mar profunda, por lo que debieron pescar sin alejarse mucho
del litoral habanero, tal vez no más allá de la barrera coralina y los
manglares. Sus principales artes de
pesca debieron ser las mismas que se utilizaban en el Mediterráneo por aquellos
días, es decir, anzuelos de variados tamaños, redes de cerco y nasas. No
tuvieron mucho más.
No fue hasta mediados del siglo XIX, cuando comenzaron a usarse las goletas-vivero, que los hombres del mar pudieron aventurarse masivamente hasta el golfo de Campeche y la Florida en busca de pesca abundante y más variada. Pero ya desde el XVII hay noticias de que en los mercados de La Habana existía comercio de pescado fresco proveniente de La Florida. Posiblemente las flotas que anclaban en la bahía capitalina eran las responsables de la distribución de peces con hábitat más allá de la plataforma insular. (Gina Picart. Foto: Cubadebate)