El Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel, se dirigió este miércoles a los representantes de la sociedad civil cubana, excluidos de la llamada Cumbre de las Américas.
Por su importancia, publicamos íntegramente las palabras del jefe de Estado:
Compañeras, compañeros:
Permítanme comenzar con palabras que tienen más de un siglo.
“Cuando un pueblo fuerte quiere dar batalla a otro, compele a la alianza y al servicio a los que necesitan de él. Lo primero que hace un pueblo para llegar a dominar a otro, es separarlo de los demás pueblos.”
Lo dejó escrito JoséMartí, hace 130 años después de asistir a la Conferencia Monetaria, un
convite interesado del pujante Estados Unidos a las jóvenes repúblicas de
Nuestra América en aquel entonces.
Acreditado por el gobierno de
Uruguay, país del que era cónsul general en Nueva York desde 1887, Martí, al
parecer, casi fue excluido por inexplicables demoras y excusas mentirosas del
Departamento de Estado.
Aquella Conferencia fracasó y se
afirma que a ello contribuyó decisivamente el cubano, quien escribiría
posteriormente un profundo y demoledor análisis, dictado por su conciencia
sobre los peligros a los que se exponía Nuestra América de aceptar la unión
monetaria.
De frente, sin eufemismos de
ninguna índole, Martí definió en esas líneas, la incapacidad de los Estados
Unidos para entender a sus vecinos del Sur. Cito:
“Creen en la superioridad
incontrastable de «la raza anglosajona contra la raza latina». Creen en la
bajeza de la raza negra, que esclavizaron ayer y vejan hoy, y de la india, que
exterminan. Creen que los pueblos de Hispanoamérica están formados,
principalmente, de indios y de negros.
“Mientras no sepan más de
Hispanoamérica los Estados Unidos y la respeten más, -como con la explicación
incesante, urgente, múltiple, sagaz, de nuestros elementos y recursos, podrían
llegar a respetarla-, ¿pueden los Estados Unidos convidar a Hispanoamérica a
una unión sincera y útil para Hispanoamérica? ¿Conviene a Hispanoamérica la
unión política y económica con los Estados Unidos?”. Fin de la cita.
Las preguntas de Martí contienen
en sí mismas las respuestas.
Pocos textos hay más visionarios
sobre la política de Estados Unidos hacia nuestras tierras de América, una
política que la ambición desmedida del imperio ha congelado en el tiempo, al
negarse a escuchar las voces que no se le someten.
Quien lo dude, que ponga esas
palabras frente a la concepción excluyente de la IX Cumbre de las Américas y comprobará su absoluta vigencia.
El dogma filosófico que siempre
acompañó a esa insaciable ambición es el llamado Destino Manifiesto, arraigada
convicción de naturaleza racista y supremacista, cuyo enunciado conceptual que
le sirvió de contexto es la Doctrina Monroe.
Sin renunciar a ninguna de esas
dos concepciones, el gobierno estadounidense convocó la IX Cumbre hemisférica
en la ciudad de Los Ángeles, con participación discriminatoria e insuficiente
representación regional.
En el caso de Cuba, la exclusión
no fue solo contra el gobierno, sino también contra los representantes de la
sociedad civil y los actores sociales, incluidos nuestros jóvenes. Los Estados
Unidos no se conforman ya con determinar quién y cómo debe ser el gobierno
cubano. Ahora se proponen definir quiénes son los representantes de la sociedad
civil, y qué actores sociales son legítimos y cuáles no.
Permítanme volver a la historia,
que siempre esconde tantas lecciones:
Entre enero y febrero de 1928,
Cuba fue la sede de la Sexta Conferencia Panamericana, una de las malas
semillas de la OEA y de las actuales cumbres de las Américas. El presidente de
turno en la Isla era Gerardo Machado, sátrapa de triste memoria que sería
derrotado por sublevación popular en 1933.
No hay historiador serio que
ignore que “la elección de Cuba como sede de aquella conferencia respondía a la
situación subordinada que tenía la isla respecto de los Estados Unidos. Éramos
un protectorado yanqui, así que las invitaciones ni siquiera salieron de La
Habana. Las tramitó el Encargado de Negocios de Cuba en Washington.
A pesar de esa subordinación que
Machado y su equipo adornaron con encendidos actos de genuflexión, el entonces
presidente de Estados Unidos, Calvin Coolidge llegó en un barco de guerra y en
las fotos de la época puede vérsele en compañía de su esposa, no junto a su par
de Cuba sino varios metros delante.
La orden de los amos del “patio
trasero” a los responsables de la política cubana fue evitar cualquier
discusión incómoda. Las recientes intervenciones en Haití y Nicaragua, habían
calentado el ambiente y había que evitar que las discusiones molestaran los
oídos imperiales.
Dicen que, en un viaje anterior a
Estados Unidos, con tal de obtener la sede, Machado se había comprometido con
Coolidge a evitar cualquier planteamiento o denuncia y a ofrecer el más servil
apoyo a los norteamericanos.
Tocó al embajador cubano en
Washington, el repudiable honor de complacer al poderoso visitante con un
elogio de la intervención que todavía insulta:
“No nos podemos unir al coro
general de no intervención -dijo- porque la palabra "intervención",
en mi país, ha sido palabra de gloria, ha sido palabra de honor, ha sido
palabra de triunfo; ha sido palabra de libertad; ha sido la independencia.”
A un gobierno como aquel que
recibió a Coolidge, lo invitarían gustosos los organizadores de la Cumbre de
las Américas 2022, como lo hicieron hace 94 años con el indiscutido dictador
Gerardo Machado, derrotado cinco años después por la Revolución del 33.
Pero esa es la Cuba que
desapareció para siempre del mapa de la subordinación política con la
Revolución de 1959.
Los remito al histórico discurso
del General de Ejército y líder de la Revolución cubana en la Cumbre de las
Américas de Panamá, en el año 2015. Con todo el tiempo que nos quitaron en el
uso de la palabra en las Cumbres anteriores, Raúl dejó sentados los principios
que garantizarían una relación más fértil entre las dos Américas.
Cito: “Las relaciones
hemisféricas, en mi opinión, han de cambiar profundamente, en particular en los
ámbitos político, económico y cultural; para que, basadas en el Derecho Internacional
y en el ejercicio de la autodeterminación y la igualdad soberana, se centren en
el desarrollo de vínculos mutuamente provechosos y en la cooperación para
servir a los intereses de todas nuestras naciones y a los objetivos que se
proclaman”. Fin de la cita.
CAMBIÓ CUBA, CAMBIA NUESTRA AMÉRICA, PERO EL IMPERIO NO CAMBIA.
Sobre el carácter excluyente y discriminatorio del evento que tendrá lugar entre el 8 y el 10 de junio en Los Ángeles, ya el gobierno revolucionario se pronunció con firmeza.
Se conoce el repudio que esa
selectividad oportunista ha provocado en la mayoría de los gobiernos de la
región, así como la clara y firme posición asumida por varios de ellos, junto a
las notables ausencias a la cita como rechazo a la exclusión.
También tienen antecedentes en la
historia estas confrontaciones entre políticas injerencistas y políticas
soberanas.
En 1994, cuando el gobierno de
los Estados Unidos convocó la primera de estas cumbres y excluyó a Cuba, el
Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz resumió la esencia de la prepotencia
imperial en una frase: “¡Cuánta cobardía, mediocridad y miseria política
refleja realmente tal exclusión!”. Dijo Fidel.
El gobierno estadounidense de
entonces, en la euforia del supuesto fin de la Guerra Fría, trató de valerse de
nuestros más preciados símbolos para atraer de nuevo a los pueblos de Nuestra
América a un ya olvidado proyecto de recolonización: el ALCA.
Y osó hablar de la Cumbre de las
Américas como “el sueño realizado de Simón Bolívar”. “Nada más faltó decir que
era también la realización de los sueños de Martí”, le respondió Fidel desde un
acto histórico en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, en el que
coincidía por primera vez con el joven y ya impresionante político bolivariano Hugo Chávez.
Apenas 11 años después, en otro
acto histórico que exaltó la Cumbre de los Pueblos por encima de la de los
jefes de Estado, con su célebre grito: “ALCA, ALCA, al Carajo…” en Mar del
Plata, Hugo Chávez le pondría epitafio al proyecto de recolonización de Nuestra
América. Los sueños de Bolívar y Martí se estaban cumpliendo.
Contra esta América Latina que
llama las cosas por su nombre y no pide permiso para ejercer sus soberanos
derechos, se elaboró la lista de los excluidos.
Nos honra encabezar esa lista
junto a los líderes de Venezuela y Nicaragua y junto a ustedes, genuinos
representantes de nuestro pueblo. Como nos honra la gallarda solidaridad de
Andrés Manuel López Obrador, de Lucho Arce, de Xiomara Castro, de los líderes
caribeños que han rechazado enfáticamente las exclusiones y de otros que
seguramente lo harán en el transcurso de la propia Cumbre.
En pocas horas podremos confirmar
qué se logrará o qué propuestas se harán en Los Ángeles, más allá de la pompa
inaugural y de la foto del Presidente anfitrión con quienes asistan. El
espectáculo publicitario dirigido a la politiquería interna de los Estados
Unidos no podrá ocultar la falta de interés real de ese gobierno por atender
los problemas más graves e inmediatos de los pueblos de América Latina y el Caribe.
Pueden revisarse los documentos
oficiales y los discursos de políticos y funcionarios del gobierno
estadounidense de los últimos años. Las escasas referencias a nuestra parte del
mundo reflejan la profunda incomprensión sobre las realidades actuales de una
región con identidad propia, cuyos pueblos tienen ansias acumuladas de
justicia, sufren el subdesarrollo y la creciente desigualdad, y no soportan más
el continuo robo de sus riquezas naturales y la explotación incrementada de sus
trabajadores.
Tampoco soportan la presión e
intromisión de los Estados Unidos para forzar a gobiernos soberanos a asumir
políticas que benefician a las grandes empresas transnacionales, para tratar de
lograr obediencia y castigar cuando esta no se logra. Rechazan el papel de las
instituciones creadas por los Estados Unidos, como la OEA y el resto de los
instrumentos de dominación hemisférica.
Nada de lo anterior aparece en la
agenda de la cita de Los Ángeles.
El tema de los movimientos
migratorios de la región está íntimamente relacionado con el desarrollo y,
sobre todo, el subdesarrollo. Tiene un vínculo estrecho con el modelo global
capitalista y el avance del neoliberalismo, cuyas políticas económicas generan
mayor marginalización, inestabilidad social, desempleo, carencia de servicios
de salud, sistemas de educación incosteables e insuficientes, y rupturas del
tejido social de las comunidades.
Segmentos crecientes de la
población continuarán buscando la satisfacción de sus necesidades y sus sueños
de prosperidad en las economías avanzadas del norte. La realidad actual
confirma la vieja idea de que, si el desarrollo no comienza de una vez a drenar
hacia el Sur, el subdesarrollo avanzará a mayor velocidad hacia el Norte.
Las fórmulas represivas, como las
que se pretenden en el documento impuesto por los Estados Unidos para la
reunión, no son la respuesta. Permiten mitigar temporalmente los flujos
migratorios descontrolados, pero no resuelven la multiplicidad de causas y
condiciones que provocan la emigración irregular.
En el caso de Cuba, el gobierno
estadounidense ha aplicado durante cuatro años una política orientada al
estímulo de la emigración irregular. Como norma, le da entrada a los que por
vías irregulares llegan a sus fronteras, los privilegia con la posibilidad de
obtener residencia permanente en virtud de fórmulas legales establecidas solo
para los cubanos, cerró las vías legales para emigrar y mantiene una política
de guerra económica dirigida a deprimir el nivel de vida de la población. Es lo
que puede llamarse una receta perfecta para promover la migración irregular.
No se prevé, sin embargo, una
discusión a fondo sobre estos temas en la cumbre de estos días y, naturalmente,
no debe esperarse resultado efectivo alguno para un problema que seguirá
pesando sobre nuestras sociedades y sobre las relaciones hemisféricas.
Tampoco se espera una discusión
productiva sobre la transferencia de tecnología, sin la cual es muy difícil
esperar un impulso al desarrollo de la región.
El incremento de la conectividad
y de acceso a internet en todas las comunidades es positivo. Pero si este
esfuerzo se limita a la promoción de mercados cautivos para la publicidad
comercial, y la orientación y estímulo del consumo incesante, su beneficio para
América Latina y el Caribe es nulo. Ganarán, por supuesto, las grandes empresas
comerciales.
Si se dirige a establecer
plataformas tecnológicas que ayuden a sembrar en las comunidades,
particularmente en los jóvenes, las ideas generadas en laboratorios ideológicos
de los Estados Unidos para promover conductas y visiones del mundo que
estimulen la apatía política y la enajenación social; incentiven el egoísmo,
promuevan el racismo, el narcisismo y la agresividad, el resultado será
extremadamente peligroso. Lo será también si se destina a promover la mentira,
la banalidad, la politiquería deshonesta, la calumnia y el sicariato
informativo.
Si lo que se busca es mayor
influencia y más control sobre nuestras sociedades por vía del monopolio en muy
pocas manos de las plataformas tecnológicas de la información, el fin evidente
es la consolidación del dominio hegemónico e imperialista con nuevos métodos.
Uno de los tópicos más reiterados
de los voceros de los Estados Unidos al promover la cumbre de estos días es la
supuesta defensa de la democracia, la que engañosamente equiparan con la
promoción del capitalismo, como si fuera lo mismo, cuando en realidad son
conceptos contrapuestos.
Nada en la historia pasada y
reciente de los Estados Unidos, ni en su conducta actual en el hemisferio hace
suponer que la democracia o el respeto a los derechos humanos sean prioridades
verdaderas de su política exterior regional. Cuando así declaran, actúan con
deshonestidad y lo saben.
Tomando como referencia solo los
últimos 50 años, ha sido notorio el absoluto involucramiento y contubernio de
los Estados Unidos con los regímenes más sangrientos y represivos que ha
conocido este continente, con los que con mayor desvergüenza han practicado el
asesinato, las desapariciones, las masacres, la tortura y las ejecuciones extra
judiciales.
Es un error y un acto de
desprecio inaceptable suponer que nuestros pueblos no tienen memoria.
Pero más importante aún es que el
gobierno de los Estados Unidos carece de autoridad moral para hablar de
democracia, cuando no es capaz de defenderla o promoverla en su propio
territorio y para sus propios ciudadanos.
No es honesto hablar de la
defensa de principios democráticos cuando en virtud de leyes federales
recientes el sistema político estadounidense permite financiar sin límites las
campañas electorales y la gestión de los políticos, comprarlos, o los que es lo
mismo: comprar gobernantes.
No es sincero predicar la
democracia en la región cuando aumentan las legislaciones en numerosos Estados
de ese país que restringen el derecho al voto y la posibilidad de ejercerlo,
especialmente si el elector es de bajos ingresos, pertenece a alguna de las llamadas
minorías étnicas o vive en barrios considerados marginales.
Es difícil ser promotor de los
derechos humanos a nombre de un gobierno que no es capaz de asegurar el derecho
a servicios esenciales de salud en el país más rico y poderoso del planeta; que
no cuenta, ni se ha propuesto contar con las herramientas políticas y jurídicas
que impidan las ventas indiscriminadas de armamento de guerra a la población,
con el costo consecuente y creciente en vidas inocentes, entre ellos niños,
para los que se convierte en un peligro ir a la escuela.
La promoción de la democracia y
los derechos humanos son solo quimeras en un sistema político en el que el
interés de los productores y comercializadores de armas de guerra tiene
prioridad sobre la vida de los niños, del derecho a la salud y a la educación.
No es honesto pregonar los
derechos humanos cuando ese gobierno permite el crecimiento del racismo, junto
a las corrientes de intolerancia y supremacía blanca; cuando los índices de
abuso policial y judicial contra los afro-descendientes siguen siendo la norma.
Tampoco lo es cuando el
encarcelamiento o la detención de niños y adolescentes alcanzan cifras
inaceptablemente altas. Según datos de la Asociación Americana de Libertades
Civiles, cualquier día del año al menos 60 mil niños y jóvenes menores de 18
años de edad se encuentran encerrados o detenidos en cárceles o centros
juveniles de detención.
Según la Iniciativa de Políticas
de Prisión, muchos de ellos ni siquiera han cometido delitos y miles permanecen
tras las rejas por infracciones no penales. Los Estados Unidos son el único
país del hemisferio donde se condena a menores de 18 años a penas de cadena
perpetua sin libertad condicional.
Con esta deplorable trayectoria,
el gobierno estadounidense se atreve a alegar que el criterio para invitar y
excluir a países del hemisferio de la reunión cumbre fueron los estándares de
democracia y derechos humanos. El pretexto constituye un insulto a la
inteligencia y al sentido común de los demás.
Con el diseño previsto y los
documentos preparados, ya se sabe que en el encuentro no se va a discutir o
aprobar nada sobre la desigualdad económica y social de la región; sobre la
marginalización, incluso dentro de los propios Estados Unidos. Se conoce que no
se tratará el creciente problema de la judicialización de la política para
sabotear la voluntad popular y a los gobiernos electos con el respaldo de los
sectores más humildes, ni se tratará el esfuerzo corporativo de las grandes
transnacionales para corromper a los gobiernos de la región.
No se profundizará en las razones
por las cuales tanto los Estados Unidos como América Latina están entre las
zonas más perjudicadas por la COVID 19.
Ninguno de los documentos
presentados por el Departamento de Estado se propuso avanzar con acciones
prácticas en la lucha contra el racismo, a favor de los derechos de la mujer y
los niños, y para paliar la situación incierta de los migrantes.
El problema del progresivo cambio
climático y los desastres naturales que tanto amenazan a los países de la
región quedarán sin medidas prácticas. El terrorismo, incluyendo el terrorismo
de Estado, y la manipulación del tema con fines políticos no son puntos de la
agenda. No se confirmará el derecho argentino sobre las Malvinas ni el derecho
de Puerto Rico a la independencia.
En los documentos a aprobar no
habrá pronunciamiento alguno contra las medidas económicas coercitivas
unilaterales y su uso contra países de la región como arma de presión política.
Tampoco se ratificará en ellos el
reclamo unánime de la región, con el respaldo casi absoluto de la comunidad
internacional, a que se ponga fin al bloqueo económico criminal que sufre el
pueblo cubano desde hace 63 años.
Sin embargo, no se podrá
silenciar la voz de Cuba, ni la solidaridad con Cuba. Sabemos que el repudio al
bloqueo económico se escuchará allí y que el gobierno de los Estados Unidos
tiene clara conciencia de que ese sentimiento se comparte de un extremo a otro
de este hemisferio.
Desde hace meses se hizo evidente
que se perderá la oportunidad de aprovechar la presencia en Los Ángeles de los
mandatarios regionales para discutir de verdad sobre muchos problemas que pesan
sobre nuestras sociedades. Pudo haber sido de otra manera.
El gobierno estadounidense, con
su enorme poderío económico y tecnológico, con su gran influencia, pudo haber
hecho un aporte trascendental en esa dirección. Se requería, por supuesto, una
dosis de humildad, de autocrítica, de reconocimiento a las cicatrices que
marcan nuestra historia; un mínimo de solidaridad y menos egoísmo, y un
reconocimiento sincero de que los tiempos han cambiado.
La comunicación y la interacción
interamericana son necesarias. Tiene que haber espacios de diálogo y
cooperación entre los que habitamos al sur del río Bravo y las naciones del
norte. Pero ha de ser con respeto. El Benemérito de las Américas, Benito
Juárez, lo expresó con genial síntesis en 1867 y cito: “Entre los individuos,
como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”. Fin de la
cita.
Los latinoamericanos y caribeños
no nos consideramos patio trasero, ni patio delantero de nadie. Es una noción
que nos ofende y la rechazamos. Al constituir la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños, la CELAC, los países de nuestra región
reafirmamos el apego irrestricto a la defensa de la soberanía, la independencia
y la autodeterminación.
Al promover la necesaria unidad e
integración regional, enraizamos el compromiso de respetar la diversidad entre
nosotros. En esta región compartimos países grandes y pequeños; los que son
ricos en recursos naturales y los que carecen de ellos; los que exportan
hidrocarburos o energía eléctrica y los que la importan; los grandes productores
de alimentos y los que necesitan del comercio exterior para satisfacer sus
necesidades. Además, están los pequeños países insulares que merecen un trato
preferencial y diferenciado en la conducción de sus relaciones económicas
internacionales.
Tenemos en algunos casos
profundas diferencias ideológicas, lo que no ha impedido el desarrollo de
relaciones, e incluso, de la cooperación, tanto para resolver graves conflictos
políticos, como para contribuir a resolver profundos problemas sociales y prestar
servicios a las poblaciones más necesitadas. En 2014 asumimos en La Habana, por
unanimidad, el compromiso con la Declaración de América Latina y el Caribe como
Zona de Paz.
Con esta vasta, rica y compleja
región podrían los Estados Unidos cooperar y unir esfuerzos para enfrentar los
grandes desafíos del mundo actual. Pero tiene que ser con absoluto respeto a la
igualdad soberana.
Los tiempos han cambiado y
Nuestra América no acepta la imposición de los intereses del imperialismo, como
no acepta que se nos utilice para los conflictos de los Estados Unidos con
quienes identifica como rivales estratégicos en otras partes del mundo.
Nuestro pueblo tiene razones para
preguntarse: ¿Por qué le prestamos atención a un evento que apunta a tener
resultados de escasa trascendencia, con grandes ausencias entre los asistentes
y del cual los Estados Unidos decidieron excluir de antemano a varios países de
la región?.
El problema es que no podemos
desconocer un esfuerzo adicional, aunque fallido, de reeditar la Doctrina
Monroe, ni podemos dejar de denunciar la farsa de convocar una vez más a los
países de la región para un espectáculo de tinte neocolonial. Los Estados
Unidos tienen la capacidad de impedir la presencia de Cuba en Los Ángeles, pero
no tienen el poder de callar nuestra voz, ni de silenciar la verdad.
Nuestro pueblo ha estado al tanto
de estos temas. Está informado como pocos y comprende la situación actual del
hemisferio. Es partícipe de la política exterior y es el garante de la
soberanía nacional y la independencia frente a la ambición hegemónica
estadounidense. Tiene, además, una vocación solidaria internacional y un
derecho ganado a estar al corriente de los acontecimientos de la región.
Sesionará también en Los Ángeles,
los días 8, 9 y 10, una Cumbre de los Pueblos. Las informaciones que llegan
indican que se tratará de un verdadero escenario de debate y confrontación de
ideas, con una agenda amplia y apegada a las inquietudes más urgentes de la
región en su conjunto, con la participación de organizaciones sociales,
sindicatos, grupos juveniles, asociaciones comunitarias y personas con profunda
conciencia social en general.
Todo anuncia que allí ocurrirá el
verdadero evento político trascendental y es en ese en el que lamentamos la
imposibilidad de tener una participación presencial significativa. Sabemos que
la contribución de los cubanos hubiera sido un aporte importante y también
sería una experiencia para ustedes al escuchar los problemas y los enfoques de
los miles de participantes tan diversos que acudirán al foro.
En un momento como el que viven
hoy los pueblos de América Latina y el Caribe, es juicioso volver a José Martí.
Su ensayo imperecedero titulado Nuestra América tiene una vigencia que asombra.
En él plasmó el apóstol enseñanzas para todos los tiempos. Dijo Martí:
“…el deber urgente de nuestra
América es enseñarse como es, una en alma e intento, vencedora veloz de un
pasado sofocante, manchada sólo con sangre de abono que arranca a las manos la
pelea con las ruinas, y la de las venas que nos dejaron picadas nuestros
dueños. El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor
de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el
vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe”.
Muchas gracias.