En la España de los Reyes Católicos, la libertad en el vestir había sido patrimonio de casi todo el mundo.
Las Cruzadas habían relajado mucho las costumbres
europeas: el contacto con el entonces muy avanzado mundo árabe mostró a los
europeos rudos una civilización maravillosa, rica, poderosa, refinadísima,
culta y muy conocedora de los antiguos saberes de Grecia, Roma y el fastuoso
imperio persa.
Por solo citar un ejemplo: no había entonces en el mundo conocido más alta señal de poderío que
disponer de un médico árabe o uno judío. Pero mientras los árabes, a pesar de
las recientes cruzadas, no estaban mal vistos, los judíos eran despreciados y
mal mirados desde siglos antes.
El rey Juan, hermano de la reina Isabel, entonces solo
una princesa, llevaba en su palacio una vida muy semejante a la de los reyes
moros de Granada: vestía y comía como ellos, tomaba su alimento sobre cojines
esparcidos por el suelo, y en sus jardines ordenó construir fuentes de las que
manaban a toda hora esencias perfumadas. Sus rudos cortesanos castellanos lo
tildaban por ello de afeminado. Sus relaciones con los príncipes moros no
podían ser más cordiales, y constantemente había entre la corte real y los
califatos un doble flujo de magníficos regalos.
Pero Juan
murió, Isabel, casada con Fernando, príncipe y heredero de la corona de Aragón,
ascendió al trono, y ella, católica hasta la beatería, y él católico por
cálculo político, se unieron estrechamente al papa.
Esta amistad que les valió el Nuevo Mundo, no trajo
buenas consecuencias para los moros ni los judíos que vivían desde hacía siglos
en las tierras de España. Los Reyes Católicos se adelantaron a Francisco Franco
en la idea fija de que la unidad de España dependía de que fuera católica y
blanca. No tardaron en aparecer en el reino de Castilla las nuevas leyes que
restringían el uso del vestuario y muchas otras costumbres.
Quedaron terminantemente prohibidos
los matrimonios mixtos —solo cristianos podían casarse con cristianos—, a los
judíos, dueños de toda la riqueza del reino y habituados a vestir
ostentosamente, se les prohibió todo lujo en sus atuendos y el uso de joyería.
La Iglesia trabajó duro para que los reyes accedieran
a expulsar a los judíos y a los árabes, que habían llevado siempre sobre sí el
peso de la agricultura y eran los únicos que conocían sus secretos, pues los
labriegos de Castilla solo entendían de cabras y algunos cultivos. Las leyes de
expulsión fueron muy duras y crueles. (Gina
Picart. Foto: blog RTV.es)
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