El primer acueducto de La Habana


Cuando La Habana halló su asiento definitivo a la orilla del puerto de Carenas, la población se abastecía del agua de una cisterna que los historiadores ubican en la desembocadura del río Luyanó. Otra fuente de abastecimiento parece haber sido un pozo cuya localización corresponde a la actual Plaza de la Fraternidad.

Traer el agua a La Habana desde el río Almendares fue un sueño acariciado por los primitivos habaneros. Para hacerlo realidad se valieron de la llamada Zanja Real. El agua represada en El Husillo corría por un cauce que seguía por las cercanías de San Antonio Chiquito, pasaba al pie de la loma de Aróstegui, donde se construyó después el castillo del Príncipe y terminaba en el callejón del Chorro donde derramaba por un boquerón en la actual Plaza de la Catedral.

Ese fue, grosso modo, el recorrido de la zanja. Sería muy largo enumerar los ramales de su intrincada red de distribución que servía a hospitales, fortalezas, conventos, molinos de tabaco y granos, trapiches azucareros y edificios importantes, así como a los vecinos en general por medio de fuentes públicas ya que la mayor parte de ellos no podía pagar lo que por tomas o pajas de agua que exigía el Ayuntamiento y mucho menos construir aljibes que eran patrimonio exclusivo de los ricos.

Las fuentes estaban diseminadas por toda la ciudad. Para beneficio del común se construyeron asimismo algunos lavaderos públicos y abrevaderos para el ganado. Se calcula que a comienzos del siglo XIX había en la ciudad más de 130 de esas fuentes.

La construcción de la zanja comenzó en 1566. Para allegar el dinero necesario para la obra se estableció el impuesto conocido como Sisa de la Zanja que gravó bastimentos como el vino, el jabón y la carne, y sustituyó a un fracasado derecho de anclaje  que se implantó con el mismo fin. El costo de la zanja fue de unos 35 000 pesos y tenía dos leguas de extensión.

Las demoras fueron muchas. El huracán de 1675 destruyó cuanto de había avanzado hasta entonces. Dilataba asimismo la obra la continua falta de dinero y la interrumpía por periodos más o menos largos, lo que obligaba a las autoridades habaneras a acudir al rey español para que reactivara la sisa. Una vez construida, la zanja debió ser objeto de reparaciones constantes no solo por los daños que ocasionaban las crecidas del río, sino por los destrozos que causaba la transportación de madera hasta el caserío del Cerro, los desechos de trapiches y molinos asentados en sus márgenes y los derrumbes provocados por animales.

Dice Eduardo E. Alonso: “Al fin, tras vencer toda una serie de obstáculos… la zanja quedó terminada en 1585, pero lo derrumbes por los terrenos por donde pasaba y las tormentas tropicales que la afectaban no permitieron que el agua llegara a la Plaza de San Francisco hasta 1591, y al año siguiente al callejón del Chorro”.

La zanja real quedó abandonada después de 1835 cuando el Conde de Villanueva terminó el acueducto de Fernando VII. Aun así, sus aguas continuaron utilizándose en algunos barrios, también para el riego o como fuente  de energía en industrias estatales o privada. Fue rehabilitada en 1895, en los días de la Guerra de IndependenciaLas autoridades coloniales temían que los mambises atacasen y destruyesen el acueducto de Albear, terminado en 1893,  y recobraron la antigua zanja como acueducto alternativo. Entonces había en La Habana 895 aljibes y 2976 pozos que fueron inhabilitados durante los años iniciales de la República. (Tomado de Cubadebate)


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