De pequeño lo veía como una joven promesa. Intranquilo, como suelen ser los muchachos, Raúl solo se llevaba las críticas, pero Fidel sentía que en él había algo más, un futuro; por eso lo asumió bajo su protección, no para mimarlo ni aplaudirle sus novatadas, sino para verlo crecer como hombre de bien.
Y creció, o mejor dicho,
crecieron, del Moncada al Granma, de la prisión al exilio, de Alegría de Pío a
la Sierra Maestra, de la derrota a la victoria definitiva aquel enero de 1959
y, en ese andar, con el peligro siempre a cuestas…, fundaron entre sí un
vínculo indisoluble más allá de la sangre, basado en el amor y el respeto.
“Ser hermano de Fidel es un
privilegio. Siempre fue, desde la infancia, mi héroe; porque de todos los
hermanos, yo soy el cuarto. Está una hermana, la mayor, después Ramón, un año
después Fidel, cinco años después yo. O sea, que él, llevándome cinco años, era
mi hermano inmediato superior. Y siempre fue mi héroe, mi más cercano
compañero, pese a la diferencia de edad”.
De ese cariño mutuo la historia
recoge anécdotas, sobre todo contadas por el Comandante en Jefe, pero ¿y Raúl?
¿Qué pensaba el General de Ejército de su hermano? ¿Qué vio en ese gigante que
le motivó a seguirlo en todos sus lances y hasta asumir la alta responsabilidad
de continuar su legado como Presidente y Primer Secretario del Partido
Comunista de Cuba?
Raúl no es un hombre de loas,
pero que admiraba a Fidel es indiscutible, lo dejó claro en su mensaje
revolucionario en la Casa de las Américas aquel 11 de septiembre de 1959: “Si
Fidel Castro es hoy el líder más popular, más conocido y que más entusiasmo y
adhesiones despierta en toda la América Latina, se debe no solo a la lucha
armada de años, sino también, y principalmente, a que el poder revolucionario
instituido bajo su dirección reivindicará resuelta y firmemente la soberanía
nacional”.
Y continuó en ese entonces: “Castigó
severamente a los torturadores, asesinos y criminales de guerra. Inhabilitó a
los políticos venales y traidores, a los dirigentes sindicales corrompidos,
cómplices de la tiranía, y les confiscó sus bienes robados al pueblo. Disolvió
los órganos del poder reaccionario, emprendió de inmediato medidas radicales de
beneficios populares y, sobre todo y, ante todo, la Ley de Reforma Agraria
radical”.
Aquellas medidas marcaron un hito
en la historia de Cuba, el “con todos y para el bien de todos” añorado por
Martí empezaba a visualizarse y para eso estaba Fidel, lo validaría Raúl, en
1959, en la concentración campesina para conmemorar el vi aniversario del
asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, y en apoyo a la
Reforma Agraria:
“Fidel está aquí porque hace
falta, porque la nave de la Revolución necesita un timonel como él, para que
los traidores no puedan detener la maquinaria de su Revolución, para que los
traidores no puedan desviar el curso de la nave de su Revolución. Para cumplir
el cometido de nuestra Revolución, hace falta Fidel”.
“El más preclaro hijo de Cuba en
este siglo”, diría Raúl, justo el 26 de julio de 1994, año difícil, mas gracias
al líder histórico y su relación entrañable con el pueblo se logró “la heroica
resistencia del país (…), el producto interno bruto cayó un 34,8 % y se
deterioró sensiblemente la alimentación de los cubanos; sufrimos apagones de 16
y hasta 20 horas diarias y se paralizó buena parte de la industria y el
transporte público. A pesar de ello se logró preservar la salud pública y la
educación”.
En ese entonces y ahora, Cuba
continuó defendiendo las banderas del socialismo frente al periodo especial, al
bloqueo imperialista, a las campañas mediáticas dirigidas a sembrar el desánimo
en la ciudadanía… “Nuestro pueblo bajo la conducción de Fidel –aseveró Raúl–
dio una inolvidable lección de firmeza y lealtad a los principios de la
Revolución”.
Fue él quien nos enseñó que sí se
podía derrotar en menos de 72 horas la invasión mercenaria de Playa Girón;
erradicar el analfabetismo en un año, proclamar el carácter socialista de la
Revolución a 90 millas del imperio, mantener con firmeza los principios irrenunciables
de nuestra soberanía sin temer al chantaje nuclear de Estados Unidos en la
Crisis de Octubre, enviar ayuda solidaria a otros pueblos contra la opresión
colonial, la agresión externa y el racismo.
“La permanente enseñanza de Fidel
es que sí se puede, que el hombre es capaz de sobreponerse a las más duras
condiciones si no desfallece su voluntad de vencer”, agregaría Raúl en el
histórico discurso de despedida de nuestro Comandante en su tránsito a la
inmortalidad.
En ese momento evocó, además, cómo
bajo el ideal fidelista se convirtió a Cuba en una potencia médica, se
transformó en un gran polo científico en campos de la ingeniería genética y la
biotecnología; desarrolló el turismo y resistimos, ayer y hoy, sin renunciar a
los principios ni a las conquistas del socialismo.
De hermano a casi padre, Fidel
fue y es el referente para todos los cubanos, en especial para quienes
guardamos parte de él en nuestros corazones. Fidel es Fidel, y por eso es
inmortal su legado, el mismo que Raúl Castro explicó en varias ocasiones.
Su hermano Raúl definió su eterna presencia, tan temprano como el 5 de septiembre de 1959, al expresar que “el pueblo continuará su obra cuando ya no esté físicamente porque Fidel está dondequiera que se trabaje (…), dondequiera que la Revolución avance. Fidel está dondequiera que una intriga se destruya, dondequiera que un cubano se encuentra laborando honradamente, dondequiera que un cubano, sea el que fuere, se encuentre haciendo el bien. Dondequiera que un cubano, sea el que fuere, esté defendiendo la Revolución, allí estará Fidel”. (Granma)