En entrevista realizada a Miguel
Cancio años después de la desintegración del cuarteto —y mucho antes de que su
hijo Hugo filmara la película en La Habana—, interrogado por su entrevistador
sobre las causas de la desaparición de Los Zafiros del panorama cultura cubano,
contó la siguiente historia:
“Miguelito, hay unos extranjeros que quieren hacer un documental de nosotros”, me dijo un día El Chino.
Poco tiempo después, la
televisión cubana exhibía el documental de Jorge Dalton, hijo del poeta Roque
Dalton y uno de los cineastas más destacados de Latinoamérica, titulado Herido
de sombras, donde se contaba cómo Ignacio había muerto en el 81 de una
hemorragia cerebral, El Chino vivía alcoholizado en La Habana, y el otro
sobreviviente había emigrado de Cuba en el 93.
Las escenas del Chino, esquelético y ya con rasgos de calavera, caminando como perdido por las calles de La Habana, y luego conversando con Dalton en la salita de su vivienda más miserable que humilde, me causaron un efecto devastador cuando las vi hace años, y hoy, de nuevo, me han deprimido profundamente. Dicen que Cancio, al verlo, se sintió muy mal porque estimó que el material dejaba mal parada la imagen del grupo, y fue por eso que su hijo Hugo le prometió reivindicarla, haciendo por su parte otro documental.
¿Qué pasó con Los Zafiros? Fue
realmente el alcohol lo que acabó con la mejor agrupación vocal cubana de todos
los tiempos? ¿Eran tan indisciplinados? ¿Estaban tan alcoholizados como para
morirse en plena juventud o quedar casi convertidos en idiotas mentales?
¿Fueron víctimas de envidias e incomprensiones?
Solamente Miguel Cancio,
sobreviviente único, puede hablar en nombre del grupo extinto:
“Uno de los hechos que más influyeron en el
declive del grupo fue la cancelación de una segunda gira que teníamos por la
antigua Unión Soviética. Eran cuatro meses con actuaciones junto a Los Papines,
Rosita Fornés y otros artistas, en Polonia, Checoslovaquia, Bulgaria, Hungría y
Alemania. […] Consideramos que iba a ser muy fatigoso para nosotros y
renunciamos a continuar aquel tour. Inmediatamente nos mandaron para La Habana
y cuando llegamos al aeropuerto nadie nos esperaba. […] Ahí vino la debacle, el
tranque en la televisión y en la radio. Durante mucho tiempo nos “cortaron la
luz”. […] Eso creó descontento y decepción entre nosotros. Y el recurso que
apareció fue el alcohol, el único vicio de mis compañeros. […] Después tuvimos
otro período de actuaciones en cabarets, hasta que Manuel Galván, el
guitarrista y director musical entonces, decidió abandonar el grupo. […]Yo
quedé otra vez como director, pero después lo dejé también porque ya las cosas
no funcionaban como antes. […] Ellos siguieron cantando, y yo pasé a trabajar
al Centro de Contrataciones Artísticas. Luego me fui a cantar a Camagüey como
solista hasta que en el 80 tuve que abandonar la música.”
Sobre cómo fue rodar la película
en La Habana, en entrevista a la prensa de entonces, Hugo Cancio explicó:
“Empecé a venir a Cuba a buscar material
sobre Los Zafiros en la televisión cubana para hacer un documental. Un
incidente hizo que la obra pasara a ser una película.”
Cuenta que, después de algún
tiempo de recopilación de información, llegó nuevamente a Cuba, pero encontró
ciertas trabas, que pudieron eliminarse a través de la Dirección de Asuntos
Consulares y Cubanos Residentes en el Exterior, de la Cancillería, donde planteó
la idea de hacer una película –no ya un documental– sobre la historia de Los Zafiros.
“Entonces me conectaron con el ICAIC (Instituto
Cubano del Arte e Industria Cinematográficos), con el Ministerio de Cultura y se fue repitiendo en esos lugares el
término película hasta que terminamos haciendo eso: un filme que me costó casi
un millón de dólares.
“No me arrepiento de ese gasto, a pesar de
que nunca la comercialicé. Jamás salió en video ni se exhibió en ninguna sala
de cine de forma comercial. El valor sentimental que le puse a ese proyecto me
impidió vender sus derechos.
“Era una época difícil; no existía
intercambio entre Cuba y Estados Unidos. Lo que hicimos fue una combinación de
riesgo premeditado y total ingenuidad. Dije: ‘lo voy a hacer porque tengo el
derecho, es mi país, mi cultura, la historia de mi padre…’, y con esa
convicción continuamos el proyecto.
Fue la primera película realizada de manera
independiente al ICAIC. Los acuerdos se hicieron con RTV Comercial, que estaba
recién creado, y al ICAIC se le compraron servicios.”
(Gina Picart)