Respetando la vida de los animales, también somos mejores humanos (+ fotos)


El 23 de septiembre de 1977, se redactó en Londres la Declaración Universal de los Derechos de los Animales.

En esta Declaración, se promueve el respeto hacia los animales, la salvaguarda de sus vidas, la satisfacción de sus necesidades vitales y la evitación del sacrificio injustificado, el maltrato por placer, espectáculo o ciencia, y la necesidad de proteger la libertad de los animales salvajes y cuidar y no abandonar a los animales de compañía.

Por casualidad pasaba yo por el parque del reparto La Asunción, Lawton, donde niños y adolescentes con uniformes escolares y alumnos de la Escuela de Enfermería del Miguel Enríquez, junto a un grupo de profesores y artistas invitados, participaban en una actividad por el Día Internacional de los Derechos Humanos, que es, también, el Día Internacional de los Derechos de los Animales. Y está muy bien que así sea, pues la especie humana, última en aparecer sobre el planeta, es también una especie animal, la más desarrollada en cuanto a inteligencia, es verdad, pero no siempre en cuanto a sentimientos y nobleza de intención. Desgraciadamente, en esos terrenos mucho tienen los “humanos” que aprender de sus compañeros en este planeta: los animales, quienes también tienen derechos.

Pensé que no podía desaprovechar un auditorio como el allí reunido, con tantos niños y adolescentes, la parte más receptiva de la Humanidad tanto a los buenos como a los malos mensajes, y solicité a los organizadores del evento permiso para dirigirles unas palabras. Les hablé sobre la enorme importancia de cuidar la naturaleza, y esa parte tan importante de ella que son los animales, la necesidad de protegerlos y de impedir que sean dañados por individuos con malas intenciones. Y cuando había terminado y me disponía a regresar a mi casa, encontré cuatro niños sentados en una de las aceras del parque, en la calle de más tránsito vehicular, quienes observaban a un bebé perrito deambular sin noción del peligro.

De izquierda a derecha: Carlos Manuel, con Muñeco en brazos;
Carlos Maikel, Alexander Montero y Jorge Luis Molina.

En el momento en que me acercaba a ellos, vi que llamaban al animalito. Querían separarlo de la calle. Les dije que es un cachorrito precioso, que parece un muñequito. Les hice observar que tiene una mordida en una patica y una orejita mutilada. A su corta edad ya ha sido víctima de agresión, tal vez por parte de perros grandes, hay muchos callejeritos por la zona, debido, entre otras razones, a que muchas familias del reparto han emigrado recientemente y abandonado a sus mascotas. Les pedí que lo protegieran. De repente, el de más estatura cargó al perrito y dijo que se lo llevaba. Le advertí que consultara con sus padres para ver si estaban de acuerdo, porque de lo contrario él tendría que regresar el perrito a las calles, o también algún progenitor, disgustado, podía maltratar al bebé. El niño me aseguró que llevaba tiempo hablando con su madre sobre su deseo de tener un perro y ella estaba de acuerdo.

Conozco a estos niños, yo vivo en la zona. ¿Basta con eso para garantizar que Muñeco, como decidieron llamarlo, tendrá un hogar feliz? No lo sé, pero los niños preguntaron con insistencia cómo curarle la patica, qué podían darle de comer siendo tan pequeño, hablaron de la fidelidad de los perros y de cuánta maldad hay en echar a pelear a animales tan nobles. Quise tomar una foto al adoptante, pero todos me pidieron formar parte de ella, aunque en ese momento no les dije para qué iba a usarla. Solo después que posaron les revelé que hoy el mundo conocería sus caritas junto a la de Muñeco, y sabría que en el reparto La Asunción hay perritos y gaticos callejeritos que deambulan sin protección, pero también hay niños con corazones grandes en el pecho y amor para dar a un animal desvalido.

Por la atención con que fui escuchada por el joven auditorio del parque, creo que ya es hora de implementar en las escuelas de la enseñanza primaria y secundaria cubanas un programa de conservación del medio ambiente y protección animal, donde participen grupos de animalistas, veterinarios y otros especialistas comprometidos con tan sensible tema. Sería un modo magnífico de crear cultura ambientalista en nuestras generaciones más jóvenes, de formar ciudadanos capaces de respetar la naturaleza y todas sus criaturas, ciudadanos mejores para un mañana mejor, un mundo más piadoso y compasivo. También sería un modo de prevenir y hasta frenar la aparición, cada día más alarmante, de personas extremadamente jóvenes que gozan practicando formas diversas de maltrato animal. Se podría crear en las escuelas brigadas de protectores del medio ambiente y los animales, que necesitarían, desde luego, el apoyo de sus claustros de profesores, y hacer que interactuaran con las ferias de bienestar animal que a menudo se celebran en muchas zonas del país. Un modo, como quería José Martí, de acercar la escuela a la naturaleza. Se podrían organizar excursiones para que los alumnos pudieran observar a las especies salvajes de nuestra fauna en su hábitat natural. Miles de ideas pueden surgir en torno a todo esto.

Hoy algunos de nuestros niños y adolescentes lanzan piedras a las mascotas sin dueño, apedrean palomas y gorriones sin más motivo que un deleite malsano. Pero los tiempos del circo romano están ya muy lejos. Somos la Cuba del siglo XXI, y el modo como una sociedad trata a sus animales es uno de los mayores indicadores de desarrollo cultural y espiritual de un país.

Cuba no debe ir a la zaga del mundo, cuando tiene un sistema social que puede garantizar que la isla llegue a ocupar un lugar destacado entre las naciones que comprenden la importancia de la vida animal y la necesidad de ampararla. (Gina Picart. Fotos de la autora y Portal Cuba)

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