Desde mi niñez, estuve rodeada en mi familia del culto a la Universidad de La Habana, donde mi madre había estudiado Derecho Diplomático, y crecí con la ambición de cursar estudios en ese -para mí sacrosanto- recinto del saber que se me había enseñado a venerar.
Siempre que pasaba frente a la universidad y veía la
imponente estatua de la Alma Mater, me renovaba el juramento hecho a mí misma
de poner algún día mi propio título en su regazo.
Yo no tenía idea de qué representaba
la Alma Mater, aunque sabía que era una figura de inspiración latina y su
nombre significa Alma Madre o Nutricia, y así llamaban los poetas latinos a la patria.
Pasaron muchos años, y luego de un
largo peregrinaje por escuelas de arte, lo que deposité en el regazo de la
estatua fue mi título de periodista, y le recité una oración compuesta por mí
en los malos latines aprendidos en la facultad de Filología.
Fueron momentos de sentimientos intensos, como suelen
serlo cuando se está cumpliendo un ansiado sueño. Pero todavía no sabía con
exactitud qué era la Alma Mater.
No fue hasta que el investigador
Gerardo Chávez Spínola me dedicó su grueso Catauro de seres míticos y
mitológicos de Cuba, un tesoro de su autoría con Manuel Rivero Glean, que
tuve una idea completa de la significación de esa escultura que guio mi vida
como la quilla de un drakar conquistador de mundos.
Para quienes hoy son, como yo fui en
mi juventud, estudiantes que veneran la Alma Mater, pero con solo una vaga idea
de su simbolismo, reproduzco aquí la entrada correspondiente a esa escultura en
el Catauro:
Para todos aquellos que están a
punto de culminar la cima de la anchurosa escalinata que da entrada, desde la
calle San Lázaro, a la bicentenaria Universidad de La Habana constituye momento
de emoción la regia estatua, que, con gesto maternal, con las manos abiertas y
extendidas, invita a traspasar el umbral del recinto universitario. El perfil,
de evidente estirpe helénica, y las mórbidas formas de la matrona, sugieren
ciertas combinaciones de la creatividad del artista. Las antiguas universidades europeas, surgidas en plena Edad Media,
buscaban afanosas lo que hoy llamaríamos una imagen corporativa moderna.
Instintivamente rehuían la dominadora mitología de la Cristiandad, decidieron
buscar un símbolo apropiado para la sabiduría que se enseñaba. Así, adoptaron a
Palas Atenea, deidad griega que había ayudado a los helenos y sus aliados en la
guerra de Troya para Diosa Protectora de la Cultura y las Universidades. Se
acuñó en la jerga latinista la expresión universal, genérica y a la vez
específica, de Alma Mater, para designar a las universidades, refugios del
saber. Así tenemos, por ejemplo: Alma Mater Bolonensis[i],
y en el caso cubano: Alma Mater Havanensis. La Universidad encargó al
escultor checoslovaco Mario Korbel el modelado de este símbolo habanero. La leyenda recrea que como modelo fue
empleada una mujer criolla. Al parecer, para la cabeza y el rostro de la
futura estatua, el artista adoptó como modelo a Feliciana Villalón y Wilson,
hija del profesor de Análisis Matemático de la Escuela de Ciencias del alto
centro docente capitalino, a la sazón también secretario de Obras Públicas,
ingeniero José Ramón Villalón y Sánchez. La joven tenía dieciséis años. Para la
figura del cuerpo seleccionó una mujer criolla, mestiza, de más edad. Otra
versión asegura que la mencionada mestiza fue empleada para modelo de toda la
estatua, pero que los prejuicios raciales determinaron que se escogiera la
cabeza de la señorita Villalón. La obra culminó en 1919. Un año después fue
fundida en bronce por la Compañía Roman Bronze Works Inc., de New York, y
colocada en el primer semestre de 1920, frente al Rectorado universitario, que
prestaba su frontispicio grecolatino como marco histórico de referencia. Aún no
se había construido la escalinata universitaria, pues esto se hizo en 1927.
En cuanto a por qué el nombre
genérico de esta clase de estatuas está en latín y no en los idiomas vernáculos
de cada universidad, debemos recordar que el latín, idioma del Imperio romano,
fue la lengua adoptada por la Iglesia Católica desde que el cristianismo se
convirtió en la religión oficial del Imperio, y fueron los monjes cristianos
los profesores de las primeras universidades, surgidas de los scriptorium
de los monasterios, donde se copiaban y traducían manuscritos provenientes de
todas partes del planeta. Fueron los monjes quienes recopilaron, conservaron y
custodiaron la sabiduría o, al menos, lo que quedaba del conocimiento antiguo.
En consecuencia, la enseñanza impartida por ellos en las universidades era en
latín, y así se mantuvo durante la Edad Media y el Renacimiento.
Pensar en la Alma Mater trae a mi memoria a Hipatia de
Alejandría, quien vivió en el siglo IV y fue la primera mujer y el último
director de la celebérrima Biblioteca de Alejandría[ii],
donde se atesoraba todo el conocimiento de la Antigüedad. Hipatia fue una mujer
hermosa y mayestática hija de un noble griego profesor de la Biblioteca, quien
la educó según los preceptos de los filósofos griegos más renombrados. Ella ocupó ese alto cargo y fue matemática,
astrónoma, física, geógrafa y filósofa, y siguiendo la tradición grecolatina
enseñaba a sus alumnos impartiendo conferencias en las aulas o en los jardines
de su propia mansión de muros de mármol. Sus discípulos eran jóvenes
aristócratas de todas las religiones. Murió de modo brutal y trágico asesinada
por los monjes del desierto de Nitria, llamados por el Obispo cristiano de
Alejandría para combatir a los judíos, los romanos y los paganos egipcios y
griegos en una guerra que asolaba desde hacía dos siglos la segunda ciudad más
próspera del mundo antiguo, después de Roma. Fue sacada por aquellos fanáticos
del carro en que se dirigía a sus clases, sus ropas salvajemente arrancadas,
golpeada con furor y arrastrada por las calles sin piedad hasta un edificio
llamado Caesarium, donde los monjes la tendieron sobre un altar de
piedra y comenzaron a descarnar su cuerpo todavía vivo, valiéndose de conchas
y, según otra versión, de escombros filosos provenientes de un derrumbe. Luego
llevaron sus restos sangrantes y aún palpitantes hasta un vertedero donde se
quemaban desperdicios y los arrojaron al fuego. Hipatia fue una mujer que vivió para el conocimiento, para el estudio,
y para hacer crecer las mentes de los hombres. Se mantuvo virgen para que nada
la distrajera de sus altos estudios, y murió por ser guardiana del espíritu
pagano, que reverenciaba la sabiduría por encima del Dios cristiano.
Si algún día se hiciera de verdad
justicia a los grandes muertos de la historia que dieron su vida por las causas
más puras, quizá las universidades del futuro tendrían a Hipatia como modelo de
sus Almas Mater, aunque al reflexionar una vez más sobre esto, me doy cuenta de
que, como no se conservan retratos ni bustos de Hipatia, los escultores
tendrían que volver a inspirarse en figuras nativas. Señoritas de sociedad,
reinas, ministras, presidentas, mujeres del pueblo, prostitutas, virtuosas,
rubias, morenas, negras, asiáticas, indias mestizas[iii],…
qué más da. La sabiduría no tiene un
rostro específico, es patrimonio de la humanidad.
………………………………………
[i] Bolonensis, de Bolonia, primera Universidad
surgida en el mundo Occidental, en la ciudad de Bolonia, Italia. Esta
Universidad se especializaba en Derecho y lo hace todavía.
[ii] En realidad la Biblioteca de Alejandría, recopilada
por la dinastía griego-macedonia de los Ptolomeos, cuya última descendiente fue
la famosa reina Cleopatra, sufrió su
primer desastre cuando las llamas de una batalla naval que libraba Julio César
en el puerto mayor de la ciudad alcanzaron el recinto y destruyeron miles de
rollos y manuscritos. A partir de entonces siguió siendo víctima de las
constantes pugnas entre griegos, egipcios y judíos, los tres grandes grupos que
se disputaban el control del comercio alejandrino, y más tarde fue objeto de
constantes y villanos asaltos por los cristianos. Los sabios que trabajaban en
ella y los gobernantes romanos de la ciudad tuvieron que trasladarla varias
veces a edificios más pequeños. Hipatia no enseñó propiamente en la Biblioteca
original, sino en el Museión, un pequeño templo dedicado a las Musas. Ha
llegado a nosotros la leyenda de que los últimos profesores lograron ocultar en
cuevas algunos manuscritos para salvarlos de la depredación.
[iii] Han corrido rumores sobre la identidad de esta
supuesta mestiza desconocida, según los cuales pudo haber sido la Longina de la
célebre canción de la trova cubana o la famosa Macorina de los automóviles,
pero hasta hoy nada se sabe de cierto.
(Gina Picart)