Muchas personas tienen arraigada la idea de que la ciencia ficción no es literatura seria.
Quienes gustan de ella, en especial
científicos y tecnólogos que pueden comprender sus postulados más ambiciosos,
la consideran un ejercicio de anticipación, del que es ejemplo clásico la
novela Veinte mil leguas de viaje
submarino, del francés Julio Verne, donde aparece la concepción
del submarino mucho antes de que la primera de estas naves fuera un hecho real.
Son pocas las personas que se han
detenido a reflexionar en alguna ocasión sobre el hecho de que la ciencia
ficción tiene, además, “poderes oscuros”, capaces de llegar a lo siniestro, y
de hecho ya ha ocurrido así en la historia de la humanidad.
El género ha creado ciertos universos ficcionales que
continúan vivos, y no sería sensato restarles importancia, suponiendo que están
olvidados o se encuentran en estado latente, porque respiran peligrosamente
cerca de nosotros, aunque no lo percibamos.
Pienso en dos autores: el inglés
Edward George Earle Bulwer-Lytton, primer barón de Lytton (1803-1873), y el
norteamericano Howard Philip Lovecraft (1890-1937). Las obras de ambos
contienen elementos que han desatado religiones nuevas y, en el caso del
primero, ayudaron a provocar la entrada de la humanidad en uno de sus períodos
más oscuros.
Bulwer-Lytton nació en el seno de la
más rancia aristocracia londinense. Recibió la excelente educación de su clase
y tuvo acceso a la alta cultura. Fue poeta, dramaturgo y novelista, y
desarrolló una brillante carrera en la política y el periodismo.
Sus biógrafos lo describen como un
niño delicado y neurótico, precozmente talentoso, que pasó su infancia
recorriendo internados sin lograr adaptarse. Estudió en el Trinity College de
Cambridge, se licenció en Artes y obtuvo importantes premios de poesía.
Tras una breve estancia en el Ejército de su Majestad,
hizo un matrimonio desafortunado con una mujer a quien su familia no aprobaba y
a la que él tuvo que mantener por sus propios medios, mientras duró la corta
unión. Fue elegido miembro al Parlamento inglés y más tarde nombrado secretario
de Estado para las Colonias.
En 1862, le fue ofrecida la corona
de Grecia, que rechazó. Su hijo llegó a ser virrey de la India. Como escritor,
incursionó en la ficción histórica, el misterio, la novela romántica, el
ocultismo y la ciencia-ficción.
Su novela más importante, La raza futura, también
traducida como La raza que vendrá,
desde que dejó la imprenta comenzó una misteriosa andadura como éxito de
ventas y obra de gran influencia sobre rosacruces, místicos, teósofos y, medio
siglo después, sobre los nazis.
La raza futura
cuenta cómo un ingeniero de minas norteamericano, mientras dirige unas
excavaciones en algún lugar no indentificado, se pierde en un túnel y descubre
una civilización tecnológicamente muy avanzada que vive oculta bajo tierra. Sus
habitantes, llamados Vril-ya, tienen la capacidad de volar, construyen
aeronaves y robots para realizar las tareas domésticas, no conocen el delito y
viven en paz entre ellos. Las mujeres están emancipadas y se las considera
superiores a los hombres.
Esta raza, que supera a la humana, domina una energía
llamada Vril, presente en todo en el universo y en la que se conjugan la
gravedad, la electricidad, el magnetismo y otras fuerzas naturales.
Esta idea de Bulwer-Lytton recuerda el chi de los chinos, y el prana de los hindúes, pero la potencia destructora del Vril es tan inmensa que parece un calco de la misteriosa energía descrita en los textos védicos del Mahabarata, capaz de incinerar ejércitos, desintegrar montañas y brillar de un modo tan esplendente que allí se la describe como “la fuerza de diez mil soles”. Se la maneja a través de una varita de metal, y entre los Vril-ya son los niños quienes pueden manipularla con mayor eficacia, al extremo de que están encargados de destruir cualquier peligro que amenace su mundo, ya sean animales subterráneos gigantescos u otros pueblos rebeldes. Un niño con su varita puede arrasar una ciudad en un instante. Destruir algo con la energía Vril es, de hecho, parte de la iniciación de los adolescentes en el mundo adulto. El ingeniero recela de esta raza, que al principio le pareció perfecta, y se pregunta qué ocurriría si alguna vez esta especie que propugna el exterminio de quienes considera inferiores decidiera conquistar la superficie del planeta. (Gina Picart. Imagen tomada de Internet)