El Ejército Rebelde, nacido el 2
de diciembre de 1956, con el desembarco del yate Granma por Niquero, había sido
el protagonista principal de la hazaña, junto a otras fuerzas revolucionarias,
tras descalabros iniciales, bajo la dirección certera del Comandante en Jefe
Fidel Castro Ruz, un cubano patriota y martiano hasta la médula, abogado de
profesión, corajudo, revolucionario y con una inacabable sed de justicia,
cualidades que lo acompañarían de por vida, entre otras.
Esa legión de hijos humildes del pueblo en su gran mayoría, al
principio en bajo número, se creció y ganó experiencia combativa en las
montañas de la Sierra Maestra, donde se instaló la Comandancia General en
el intrincado enclave de La Plata y, desde allí, a mediados de 1958, llegó el
momento de irradiar la insurrección armada a todo el país.
Muchos hijos del alma de la patria
cayeron por el camino, bajo la furia de los sicarios y el Ejército regular que
apoyaba al usurpador del poder, Fulgencio Batista, uno de los más sanguinarios
de la historia de la nación. Pero ellos siguieron señalando el camino correcto
a seguir, como dijera uno de los jóvenes héroes más queridos, José Antonio
Echeverría.
El Movimiento Revolucionario 26
de Julio, fundado por Fidel en 1955 tras ser liberado de la prisión que sufría
junto a otros combatientes por liderar las acciones de los asaltos a los
cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, era el soporte
político-ideológico y de la estrategia de aquella guerra que nos daría la
libertad tantas veces robada y escamoteada por pillos y un imperio.
Organizaciones como el Directorio Revolucionario, creado por el
inolvidable José Antonio Echeverría, como brazo armado de la Federación
Estudiantil Universitaria (FEU), nacida bajo la égida de Mella, y militantes
del Partido Socialista Popular, también dieron una contribución excepcional.
Y no se puede olvidar jamás que,
desde los primeros pasos de reorganización y fortalecimiento del Ejército
Rebelde, tras el infausto suceso de Alegría de Pío, los combatientes
clandestinos de Santiago de Cuba, encabezados por Frank País, y los de
Manzanillo por Celia Sánchez, primera mujer guerrillera, ofrecieron respaldo en
hombres y logística a las fuerzas insurgentes todo el tiempo.
Hubo más mujeres en puestos de vanguardia, como Vilma Espín, combatiente de primera línea en la clandestinidad santiaguera y luego en la Sierra Maestra, así como también las moncadistas Haydée Santamaría y Melba Hernández, las mensajeras Lidia Doce y Clodomira Acosta, y el histórico y bisoño pelotón femenino Las Marianas, operante en las montañas.
Hasta que llegó el momento en que toda Cuba luchaba junto al Ejército
Rebelde en las horas finales de 1958, en especial en la región central, entonces
provincia de Las Villas, y también en el Segundo y Tercer Frentes Orientales
Frank País y Mario Muñoz, bajo el mando de Raúl Castro y Juan Almeida,
respectivamente.
Volviendo a aquel apoteósico primero
de enero de 1959, Fidel Castro no perdió tiempo para llegar con el Primer
Frente José Martí hasta Santiago de Cuba, tras desbaratar componendas de un Gobierno
y un Ejército que se sabían perdidos, pero que intentaron, en vano,
escamotearle el triunfo de la Revolución, bajo artimañas pergeñadas con la
administración de Estados Unidos.
Estratégicamente, dio la orden a
los Comandantes Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos de que se dirigieran
con sus columnas a La Habana, además de a Juan Almeida, para él encaminarse a
la heroica ciudad de Frank y Josué País, de Vilma Espín y tantos otros.
Sentía ese compromiso con el
pueblo santiaguero.
Eran los primeros pasos de lo que
después se llamaría la Caravana de la Libertad, un recorrido de más de mil
kilómetros de aquellos aguerridos combatientes por la carretera central y que
llegó a numerosos pueblos y ciudades, para culminar el 8 de enero en La Habana,
y con actos realizados después en Pinar del Río.
El triunfo de la Revolución cubana fue un acontecimiento que trajo el inicio de transformaciones raigales e inéditas en la vida del pueblo y la nación, además de la felicidad innegable por la victoria.
Pero un mensaje claro de alerta
llegó desde el primer día en las palabras de quien en lo adelante sería el
dirigente máximo del pueblo cubano, no solo brillante como estratega militar,
sino también por su pensamiento político lúcido y penetrante, de una luz larga
sobrecogedora.
“Ni ladrones, ni traidores, ni intervencionistas. Esta vez sí que es la Revolución”, dijo Fidel Castro ante los entusiastas santiagueros el mismo primero de enero, en el histórico centro de la capital oriental, que tantos hijos había aportado a la emancipación.
“La Revolución empieza ahora, la Revolución no será una tarea fácil, la Revolución será una empresa dura y llena de peligros, sobre todo, en esta etapa inicial (…)”
Fidel fue certero en sus premoniciones, pues conocía la naturaleza y el prontuario de la potencia que desde muy cerca ya estaba enfilando cañones hacia la Revolución triunfante. Y sabía también que debilidades de la naturaleza humana o de la formación cultural o ignorancia podían llevar a equivocarnos.
Sin embargo, los enemigos no han
podido parar ni vencer a la Revolución, aunque hayan llenado de obstáculos el camino
de esta, al parecer algunas veces insalvables, y la hayan atacado con saña y
crueldad, haciendo sufrir al pueblo, a pesar de la condena del mundo.
Aquí estamos, de verde olivo, cumpliendo un año más, sin happy birthday, eso sí, pero con un ¡FELICIDADES, CUBA! enorme y bien sonoro. Y un ¡Patria o Muerte!, ¡Venceremos! más resonante todavía. (ACN)