Murió cuando apenas empezaba la última campaña liberadora de la
Revolución, convocada y organizada de manera abnegada por él desde el exilio,
con el afán de lograr la independencia de su patria.
Hasta el momento de su inesperada
y trágica muerte, a ese hombre sincero de la tierra de las palmas le gustaba
más que siguieran llamándolo “El
Delegado”, en reconocimiento a sus funciones como líder del Partido Revolucionario Cubano, organización destinada a coordinar la Guerra Necesaria,
fundado por él en 1892 y muy popular entre los compatriotas que lo conocieron
en Tampa, fundamentalmente los tabaqueros que contribuyeron a la causa.
En esta suerte de viaje a la semilla que de manera sintetizada haremos, desde la fecha infausta de su pérdida física hasta el día prístino de su nacimiento, en La Habana, el 28 de enero de 1853, trataremos de hacer una síntesis de la multiplicidad de las diversas facetas de la vida del Héroe Nacional cubano, llamado por el prestigioso intelectual Cintio Vitier “ese sol del mundo moral”.
José Lezama Lima admiró sus
honduras cuando lo calificó como el misterio que siempre nos acompaña, mientras
que la excelsa poetisa Gabriela Mistral lo valoró como el hombre más puro de
nuestra raza y lo llamó además embrujador de almas. Era también la certera
denominación de ser humano interminable.
No son palabras exageradas, en
tanto tres sustantivos suelen usarse generalmente para englobar sus virtudes al
describirlo como político, literato e
independentista, y hay quienes lo han llamado filósofo, lo que no se
considera adecuado por la mayoría de los estudiosos.
Cierto es, por añadidura, que el autor del tierno poemario Ismaelillo, dedicado a su único hijo, de la revista infantil literaria La Edad de Oro, y del ensayo Nuestra América, por solo citar algunas de sus creaciones, fue un combatiente incansable por la libertad, antes de llegar al lugar donde cumpliría el sueño supremo de su vida: empezar la última campaña por la independencia de la patria.
Junto a su vocación revolucionaria, iniciada en plena adolescencia, había sido brillante periodista, profesor, poeta, traductor en varios idiomas y representante como cónsul de varios países de América Latina en Estados Unidos, nación donde residió los últimos 15 años de su vida, antes del viaje de retorno a Cuba, para iniciar la contienda.
Tampoco andan errados quienes lo
evalúan como el más grande pensador
político hispanoamericano del siglo XIX.
Sus entregas intelectuales
brillaron por la profundidad y agudeza de sus análisis, permanente uso del
criterio equilibrado y por la belleza y la utilización magistral del idioma,
especialmente las de su creación considerada netamente literaria, como poemas (Versos
sencillos, Versos libres, además de Ismaelillo), novela (Amistad
funesta o Lucía Jerez), obras de teatro (Abdala y Amor
con amor se paga), ensayos, y las que resultaron de su quehacer
periodístico, incluso los discursos políticos ardientes de patriotismo, muchos
de ellos memorables.
Toda su creación artística se
disfruta como fuente de cultura, conocimiento, crecimiento humano y moral, pues
está permeada de sentimientos altruistas, convocatorios del amor y nunca del
odio, y también inspiradores de fortaleza ante la lucha por una causa noble y de
la unidad, en medio de los más duros reveses.
Tal fuerza de espíritu también
estuvo presente en las invaluables piezas de su epistolario personal que se
conservan.
La intelectual venezolana Susana
Rotker, premio Casa de las Américas en 1991, por su volumen Fundación de una
escritura: las crónicas de José Martí, afirmó que esos textos del Apóstol
marcaron el inicio de una nueva manera de escribir para la prensa, en una época
en que los lenguajes de la literatura y el periodismo estaban claramente
diferenciados y eran terreno vedado, cuya línea divisoria no se transgredía.
En las crónicas escritas en Estados Unidos desde 1880 a 1892, incluidas
sus famosas Escenas norteamericanas, se da probada fe de esa iniciativa pionera
del Maestro.
Y al hacer esa suerte de química,
Martí realizó un nuevo periodismo junto a una nueva literatura en
Hispanoamérica, al reflejar la formidable transformación social, económica,
política y cultural, incluido el uso de las osadas tecnologías de entonces. Al
crear una prensa periódica humanista, que también realzó el tema
latinoamericano, resultó un gran innovador en ambos campos.
Poco antes de su consagración en
el camino del Sol, en los predios de Dos Ríos, donde tuvo sin embargo tiempo de
hacer su llamado Testamento político, Martí ya había renunciado de manera
concreta al ejercicio activo de la literatura, a sus cargos como corresponsal
de medios periodísticos extranjeros y responsabilidades diplomáticas, para
dedicarse de lleno al trabajo sacrificado por la libertad de Cuba.
Fue una decisión muy personal que venía con él desde su adolescencia -recordar Abdala-, la cual lo había hecho fundar en Nueva York el periódico Patria, el 14 de marzo de 1892, como órgano orientador y convocador de la emigración cubana, a favor de la nueva contienda en sus propósitos.
También, días después, creó el Partido Revolucionario Cubano (10
de abril) y a fines de ese año logró que Máximo Gómez, radicado en otra nación,
aceptara el cargo de General en Jefe de la campaña que organizaba con todo
empeño.
Desde su llegada a Nueva York por
primera vez, el 3 de enero de 1880, puso manos a la obra para integrarse con
energía a los compatriotas emigrantes y afines al proyecto emancipador de la
Isla, una colonia decaída en aquellos momentos de su arribo, después de su
estancia en México y Guatemala, donde hermanos lo cobijaron.
Con la elocuencia y profundidad
de sus razonamientos, su poder de convocatoria se hizo sentir pronto, ocupando
cargo en el Comité Revolucionario. Además, encontró en la casa de Manuel
Mantilla y Carmen Miyares el apoyo de un hogar cubano con sus mismos ideales y
altura moral.
En México fue donde primero
residió, tras regresar de Europa, con una carrera universitaria en su haber.
Allí vivió de 1875 a 1877 y conoció a quien fue su esposa, la bella camagüeyana
Carmen Zayas Bazán, madre de su pequeño José Francisco.
Se sabe que antes de desembarcar
en Nueva York había viajado de manera incógnita a Cuba, pero, luego de varios
meses, lo descubrieron las autoridades y lo deportaron nuevamente.
En 1881, tuvo una estancia muy
significativa en Venezuela, pues rindió un emocionado homenaje de peregrino
ante la estatua ecuestre del Libertador Simón Bolívar, ejerció como profesor y
colaborador del periódico La Opinión Nacional.
Cuando retorna a la referida
ciudad norteña, el 10 de agosto de 1881,
ya tiene el propósito indetenible de organizar la guerra libertaria, sueño que
solo pudo concretar muchos años más tarde, al iniciarse el 24 de febrero de 1895.
Fue titánica la preparación de aquella gesta.
El ensayo Nuestra América, publicado en 1891 y hecho rápidamente por él para un diario neoyorquino en idioma español, constituyó el fruto de las concepciones políticas, históricas y culturales del Apóstol, evolucionadas y enriquecidas durante años, tras ponerse en contacto directo con las culturas originarias de México, Guatemala y Venezuela.
Le debe, asimismo, mucho la
observación vigilante que hizo de la industrializada, diferente y expansiva
sociedad estadounidense, que bien conocía desde los 80, llena de apetitos
voraces con respecto a su entorno geográfico.
José Martí había sido desterrado de la mayor de las Antillas, por
el autoritarismo español, en enero de 1871, después de conmutarle una severa pena
de prisión por haber admitido escribir una carta en que acusaba de traidor a un
compañero de estudios incorporado al cuerpo de asesinos llamado Voluntarios de
La Habana.
Pudo graduarse de una carrera
humanística en la Universidad española de Zaragoza, no sin antes denunciar
allí, con una contundente publicación, las monstruosidades del presidio
político en Cuba, bajo las órdenes de los opresores colonialistas.
Ese joven de fulgor de estrella y fuerza de voluntad de acero, formado por el extraordinario maestro Rafael María de Mendive y por padres rectos y amorosos nombrados Mariano Martí y Leonor Pérez, había nacido en cuna muy humilde el 28 de enero de 1853, en una casa de La Habana. (Redacción digital. Con información de la ACN)