Historia de la cerámica y la alfarería en Cuba (+fotos)

La cerámica ha sido uno de los acontecimientos culturales más importantes que ha enfrentado la humanidad en su marcha fundacional a través del tiempo.

Junto con el estudio de la arquitectura y las costumbres cotidianas, la cerámica aporta datos decisivos sobre la historia y características de una civilización y el pueblo que la construyó, lo mismo si fue antiguo, grande y desarrollado, que si se trató de uno pequeño y primitivo.

En este último caso, se encuentran los aborígenes cubanos, cuya comunidad de culturas se encuentra todavía en fase de intensos estudios por arqueólogos, antropólogos y lingüistas.

Nuestros “indios” son mal conocidos, y todavía alguna gente, por ignorancia, piensa que fueron sumamente atrasados, lo cual no es exactamente cierto, como lo prueba el hecho de que hayan sido capaces de crear una cerámica hermosa y consistente, algunos de cuyos ejemplares han llegado intactos hasta nuestros días y pueden verse hoy en los museos que la Revolución ha dedicado a nuestros antepasados autóctonos.

Ejemplos de medios de piedra, cerámica y madera confeccionados por los aborígenes.
Imagen: Instituto de Investigaciones sobre Ingeniería Agrícola.

Hasta donde se han podido investigar las muestras de cerámica encontradas en los asentamientos de nuestros ancestros primitivos, parece cierto que ellos llegaron a esta isla a comienzos del siglo VIII de nuestra era, provenientes de la zona del Orinoco, Venezuela, de donde trajeron consigo una cerámica muy característica, reconocible por su pigmentación roja, típica del Caribe, y por la variedad y belleza de sus diseños. Se supone que la más antigua cerámica llegada a Cuba fue la del grupo denominado subtaíno.

La conquista de Cuba por los españoles supuso un grave quebrantamiento del desarrollo natural de las comunidades aborígenes que en ella habitaban. Las masacres y los rudos trabajos a que fueron sometidos los aborígenes por los ávidos colonos provocaron su casi total desaparición de este suelo, barriendo con ello una cultura de la que no han quedado vestigios suficientes para permitirnos conocerla y comprenderla en toda su extensión y profundidad.

Cerámica de Tradición Aborigen. 1719-1738. Procedencia: Convento e Iglesia de San
Francisco de Asís. Foto: cuenta en Facebook de Museos Arqueológicos de La Habana.

En los primeros tiempos del asentamiento español en lo que es hoy Cuba, comienza propiamente la alfarería, cuando los recién llegados europeos, entre los que venían alfareros experimentados, enfrentados a la necesidad de sobrevivir por largos períodos sin recibir flotas que trajeran habituallamiento de la lejana Europa, comienzan a producir una cerámica gruesa, de la que son mejor ejemplo los famosos tinajones, descendientes directos de los que por aquel entonces fabricaban los artesanos sevillanos y andaluces para la conservación de aceites y vinos. En Cuba su producción se inicia en 1617 en Puerto Príncipe, Camagüey.

Según revelan crónicas de la época, ello ocurrió en el taller de un español llamado Simón Recio, quien llegó a ser alcaide de la mencionada villa.

Tres años después, el alfarero Simón no solo fabricaba vasijas para guardar agua, alimentos, aceites y otros productos, sino que tenía también gran cantidad de ladrillos y tejas destinados a la fabricación de casas, así como un amplio surtido de tinajones “hasta de cien arrobas de cabida”, aseguran fuentes de archivo.

La forma ovoidal de los tinajones y su gran tamaño exigían en su fabricación el llamado método de acordelado, consistente en superponer conos muy gruesos de barro blando hasta conseguir una pared circular compacta y de superficie plana.

En Puerto Príncipe, los primeros tinajones eran utilizados para recoger agua de lluvia y conservarla fresca y limpia. Más tarde se difundió la costumbre de colocarlos como objetos decorativos a la entrada de las villas de la burguesía criolla y en los parques y sitios de reunión pública.

Hacia 1843, la alfarería cubana “parió otra criatura”: comenzó a fabricar tubos destinados a la conducción de aguas.

El ilustre historiador don Emilio Roig de Leuschenring estimaba que las primeras tejas se fabricaban ya alrededor de 1550, cuando “algunos de los más ricos vecinos, como Juan de Rojas y Diego de Soto, “poseían residencias de piedra y tejas”.

En 1827, fueron muy numerosos los tejares como industrias menores, se construían sobre todo en ingenios y zonas rurales para satisfacer la urgente necesidad de materiales de construcción demandados por el rápido crecimiento que imponía la ampliación de las obras en estos conjuntos, entre ellos de hormas de barro para producir el azúcar.

Julio Le Riverend asegura que en Cuba existía por entonces un total de 703 tejares.

Como mano de obra, se empleaba preferentemente la de negros esclavos debidamente adiestrados, colocados bajo la conducción de un maestro alfarero, generalmente blanco y quizá español.

Valga señalar que, en la época, los esclavos que aprendían oficios, y más aún si los ejercían con calidad, aumentaban su valor como pieza humana en los mercados. Ello significaba que, una vez llegado a su destino, ya fuera un ingenio o el tejar de un artesano, lo esperarían siempre mejores condiciones de vida que a sus compañeros enviados a la zafra o a otras labores no especializadas.

En 1857, la producción alfarera se concentró en el municipio de Marianao y alcanzó gran esplendor: se convirtió en primera fuente de riqueza de esa zona, cuando otras se agotaron debido a avatares y vaivenes de la economía insular.

El Cano llegó a tener 15 tejares, y dos el Wajay. Por esa misma fecha, Camagüey y Camajuaní muestran cifras igualmente demostrativas del gran desarrollo, cuantitativo y cualitativo, alcanzado en Cuba en la fabricación de tejas y otros objetos de alfarería, entre los que se incluían numerosas y muy variadas piezas decorativas.

Al finalizar el siglo XIX, muchos españoles y canarios se quedaron en suelo cubano, entre ellos numerosos alfareros catalanes, mayorquines, andaluces y gallegos.

En 1891, el maestro catalán don Pedro Bregolat Rosell fundó la Industrial Alfarera Cubana en la finca Los Mangos, junto al pueblo de Calabazar, en La Habana, y ese mismo año comenzó a dirigir una fábrica de alfarería en Camagüey.

Al parecer, con el desarrollo de otras tecnologías de construcción destinadas a una arquitectura más moderna, la industria de la teja fue cayendo en franca decadencia, como parece demostrarlo el hecho de que, en esa misma fábrica camagüeyana, ya en 1943 un obrero contara a una periodista visitante que “sólo tenían con ellos un operario entendido, nadie más desea aprender su oficio; no hay interés en conocer su técnica ni explotar sus infinitas posibilidades”.

Sin embargo, a partir de los años 20, toma auge el interés de los creadores por trabajar artísticamente la cerámica.

Se crea una Cátedra de Cerámica en la Escuela Técnica Industrial de Rancho Boyeros, y otra homóloga para mujeres en Santiago de las Vegas, localidad en la que también se abre un taller.

Alrededor de los años 50, creadores, artistas y escultores y egresados de la Academia San Alejandro se nuclean alrededor del mencionado centro, que había sido sucesivamente una fábrica de losas, alfarería e industria de cerámica con fines comerciales. Entre ellos estuvieron Wifredo Lam, Portocarrero, Ravenet, Luis Martínez Pedro, Sandú Darié, Mariano Rodríguez y otros.

En la historia de la cerámica cubana, sobresale la labor desarrollada por Amelia Peláez, quien, luego de haber pertenecido al grupo de Santiago de las Vegas, abrió un taller en La Víbora, mancomunando esfuerzos con otros artistas.

Esta generación, que trabajó bajo el asesoramiento técnico de Rodríguez de la Cruz, dio inicio a una nueva fase de exploración de técnicas y búsquedas artísticas y expresivas, desarrollando el procedimiento cerámico llamado bajo cubierta.

Intensificaron considerablemente la producción de piezas y una asidua asistente al taller, la hoy célebre Marta Arjona, encargada del patrimonio cultural y entonces becada por el Lyceun, recibió la oportunidad de realizar estudios de cerámica en la celebérrima manufactura francesa de Sevres.

Después de 1959, la cerámica artística continuó su camino entre las artes plásticas, alcanzando mayor desarrollo que nunca.

Actualmente, la cerámica artística cubana goza de prestigio internacional; piezas de suma belleza y murales inmensos decoran los más prestigiosos locales turísticos y salones de eventos a nivel mundial.

En el mercado europeo y latinoamericano, las piezas firmadas por grandes ceramistas cubanos, como Sosa Bravo, gozan de gran reconocimiento.

La historia de la alfarería y la cerámica en Cuba está muy lejos de haber terminado.

Las investigaciones continúan, y aún es muy rico el bagaje de sorpresas que reservan las provincias, como territorios que los especialistas deben explorar, pero lo poco que hasta ahora se conoce basta para inscribir a Cuba entre los países de más antigua tradición alfarera en la zona del Caribe. (Gina Picart)

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