De la novela, publicada en 1871, que de inmediato se convirtió en un éxito de ventas, alguien ha dicho:
La raza futura
debería figurar en los anaqueles de libros prohibidos […], de publicaciones
malditas cuya lectura e interpretación han influido en movimientos literarios,
ocultistas e ideológicos extremistas, capaces de manipular a una sociedad en un
momento dado de la historia. […] Esta obra […] ha sido el libro de cabecera de
rosacruces, teósofos, exploradores obsesionados con la teoría de la tierra
hueca, místicos nazis defensores de la superioridad racial, e incluso, más
recientemente, de algún que otro friki de Star Wars que vio en el
todopoderoso “Vril” un remedo de la “Fuerza” de los caballeros Jedi. […] La raza futura es una de las
primeras obras de ciencia-ficción de la literatura inglesa; una historia que,
bajo una artesonada cubierta utópica, esconde en sus páginas el terror de una
distopía en la que rezuman, como un ominoso vaticinio, Darwin y sus teorías de
la selección natural por el dominio de los más fuertes.[…] También es una
novela de anticipación que […] adelantó temas tan sensibles como la
emancipación de la mujer, el temible poder de la energía atómica y el genocidio
racista. Sin embargo, ni Adolf Hitler ni la teósofa Madame Blavatsky, dos de
los más conocidos admiradores y manipuladores del contenido de La raza futura, supieron ver el
profundo trasfondo sociológico y filosófico que contiene esta obra, relegada al
olvido durante décadas por el carácter maldito que le deparó ese excesivo
aprecio que concedieron a este libro los brujos nazis.
No solo por esta novela tan polémica
y, si se quiere, nefasta, sino por los muchos elementos de platonismo,
neoplatonismo, pitagorismo, cábala, el mundo astral, las sociedades secretas,
la fisionomía oculta, el mesmerismo, las enseñanzas de Cagliostro y referencias
a diversos sistemas de iniciación espiritual que se encuentran en toda la obra
de Bulwer-Lytton —influido a su vez por el renacimiento ocultista que estaba
teniendo lugar en Francia en la segunda mitad del siglo XIX—, tanto sus
contemporáneos como sus exégetas actuales le han declarado el ocultista más
importante del siglo XIX. Los rosacruces británicos le otorgaron el título de
Gran Maestro de su Orden, que Lytton no aceptó, pues al parecer no estaba
interesado en adquirir notoriedad como brujo. Ello deja en un modesto segundo
lugar a sus compatriotas fundadores de la Orden Hermética de la Aurora Dorada
(Golden Dawn), la sociedad esotérica más famosa de su tiempo, y al gran mago
Aleister Crowley 〈1〉, una especie de vedette de la
farándula ocultista de entonces y figura clave en el desarrollo posterior del
esoterismo europeo y norteamericano.
Bulwer-Lytton, como tantas figuras prominentes del
arte y la política victorianos, frecuentó sociedades secretas muy importantes y
fue iniciado en algunas de ellas (era un alto jerarca de la Aurora Dorada),
pero nunca fue un fanático, y siempre comentó o escribió no creer en la
presencia de demonios y otras entidades astrales en los rituales en los que
participaba. Su acercamiento al esoterismo pudo
estar dictado por un afán de conocimiento de índole puramente intelectual, lo
que no le impedía aceptar la existencia de ciertas fuerzas capaces de actuar
sobre la voluntad humana, pero no las consideraba de naturaleza mágica y
pensaba que algún día serían explicadas por la ciencia.
La raza futura fue
recibida como una historia real e impresionó profundamente a sus lectores,
entre quienes se encontraban el filósofo Fiedrisch Nietzshe y el compositor
Richard Wagner, ambos alemanes, cuyas respectivas obras sirvieron de base
conceptual al nazismo; la célebre aristócrata y teósofa rusa madame Blavatski,
cuya Doctrina Secreta y su concepción de la sexta raza raíz deben mucho
a Lytton, y a personajes aún más oscuros, como Rudolf Sebbottendoff, masón,
alquimista, fundador en 1918 de la sociedad secreta Thule, grupo ocultista de Múnich
dedicado al rescate de los valores de la antigua raza aria (estudiosos del
nazismo y especialistas del esoterismo creen que la secta es mucho más antigua
y ha sobrevivido a través de la historia, bajo diferentes nombres).
Sebbotendorff decidió fundar una nueva Sociedad, a la que dio por nombre Vril,
para lo cual se rodeó de varios alemanes y austríacos con inclinaciones al
esoterismo semejantes a las suyas, a la magia y a la mística de la superioridad
aria.
Hay que entender que a finales de la Primera Guerra
Mundial reinaba en Alemania un malestar general por la derrota militar sufrida
y un ansia muy fuerte de vindicación nacional, clima propicio al florecimiento
de muchas sectas y sociedades secretas, aunque probablemente ninguna sobrevivió
más allá de sus primeros años.
Sebbotendorff se unió a un personaje
aún más siniestro que él mismo: Dietrich Eckardt, morfinómano y furibundo
antisemita; obsesionado con la idea del poder, se creía un profeta y, hasta su
muerte, fue paciente de diversas instituciones mentales. Era amigo de Adolph
Hitler y lo consideraba el Salvador destinado a devolver a Alemania su perdida
grandeza.
La Sociedad del Vril comenzó a funcionar
como el núcleo más íntimo y secreto del grupo Thule. Su objetivo era crear un
sistema de entrenamiento que permitiera a sus miembros manejar la energía Vril
para conquistar el mundo. Entre los métodos que empleaban estaban la meditación
y la magia sexual. Por influencia de Eckardt, la Sociedad del Vril y el grupo
Thule apadrinaron a Hitler y lo ayudaron en su ascenso al poder.
Fue de la novela de Lytton de donde
los ideólogos nazis extrajeron su obsesión por hallar en la Antártida una
entrada a la tierra hueca que los conduciría a Agharti, la tierra subterránea
de los Vril-ya, y su idea de la solución final o exterminio total de las
razas inferiores para establecer el imperio único del superhombre ario sobre la
Tierra.
Unieron las ideas presentes en la novela con la
antigua mitología germana y nórdica y crearon un imaginario en el que creían y
terminó por poseer sus mentes de una manera totalmente mórbida.
No todos los miembros del alto mando
del partido nazi y más tarde del Tercer Reich pertenecieron al grupo Thule ni a
la Sociedad del Vril, pero formaron parte de ambas miembros tan destacados de
la cúpula gobernante, como German Göering, Heinrich Himmler, Rudolph Hess,
Alfred Rosemberg, el Dr. Theodor Morell, médico personal de Hitler; Martin
Borman, quien había declarado abiertamente su veneración a Satán y era un
ferviente promotor del exterminio de judíos y cristianos (huyó a América del
Sur, tras la muerte de Hitler), y el propio Hitler.
También fueron miembros académicos y
profesionales relevantes que a sus grados científicos unían altos grados de
Iniciados en la masonería, la alquimia, la astrología y otras ramas del
esoterismo.
Algunos estudiosos del nazismo
aventuran la posibilidad de que Hitler no creyera en las ideas de Sebbotendorff
y sus secuaces, y se limitara a aprovecharse del apoyo que le prestaban para su
ascenso en el camino del poder. La siguiente cita, tomada del libro de Hitler, Mein
Kampf, considerado la Biblia del nazismo, parece apoyar esta opinión:
Estas personas que sueñan con el heroísmo de los
antiguos germanos, con sus armas primitivas, como hachas de piedra, lanzas y
escudos -escribió Hitler- son en realidad los más cobardes. Conocí demasiado
bien a esa gente para no sentir el mayor asco por estos comediantes…
Especialmente cuando se trata de reformadores religiosos a base de germanismo
antiguo, tengo siempre la impresión de que han sido enviados por aquellas
instituciones que no quieren el renacimiento de nuestro pueblo.
Sin embargo, se sabe que era
aficionado a lecturas sobre el pasado histórico y mítico de los germanos, al
hinduismo, al yoga, la astrología y la mística medieval, y es conocida su larga
relación con médiums y astrólogos, uno de los cuales llegó a sugerirle la
posible fecha de un desembarco de los aliados en Normandía, algo que Hitler
desoyó y, sin embargo, ocurrió. En diferentes momentos de su ascenso y
permanencia como Fürer de Alemania, se pronunció tanto a favor del cristianismo
públicamente como en su contra en privado, lo que permite suponer que en realidad
era un ateo pragmático y anticlerical con creencias personales ajenas a toda
iglesia establecida.
En el libro Conversaciones de
Hitler con Rauschning, Hermann Rauschning, político y escritor alemán
involucrado por breve lapso con el nacionalsocialismo, declara haber sostenido
conversaciones íntimas con Hitler, en las que este mencionó a unos seres que lo
visitaban en secreto y a quienes temía supremamente, a los cuales llamaba “los
Superiores Desconocidos”.
Esta obra ha sido motivo de
ardientes polémicas que la consideran un apócrifo y un conglomerado de
mentiras. Sin embargo, cuando Eckart estaba muriendo, testigos presentes
afirmaron que sus últimas palabras fueron: “Seguid
a Hitler. Él bailará, pero yo he compuesto la música. Le hemos dado los medios de
comunicarse con ellos… No me lloréis: yo habré influido en la Historia más que
ningún otro alemán”.
Vale también recordar que la frase
final de Mein Kampf (leí el libro, pero hace ya más de 40 años) dice:
“Quiero
citar también al hombre que, como uno de los mejores, consagró su vida a la
poesía, a la idea y por último a la acción, al resurgimiento del pueblo suyo y
nuestro: Dietrich Eckart”.
(Gina Picart. Imagen: grabado del libro La raza futura)