El 24 de febrero de 1895, se reanudó en Cuba la lucha contra el colonialismo español, una guerra necesaria para la isla caribeña, cuya victoria fue arrebatada por la intervención militar de Estados Unidos.
A principios de 1895, había en el país antillano un ambiente
evidentemente insurreccional. En 1893 y 1894, José Martí, el máximo organizador
de esta gesta, recorrió varios países de América y ciudades de Estados Unidos,
para unir a los principales jefes de la Guerra del 68 -entre ellos y con los
más jóvenes-, además de acopiar recursos para la nueva contienda.
Desde mediados de 1894, aceleró
los preparativos del llamado Plan de la Fernandina, con el cual pretendía
promover una guerra corta, sin gran desgaste para los cubanos.
El 8 de diciembre de ese año, redactó
y firmó, conjuntamente con los coroneles Mayía Rodríguez -en representación de
Máximo Gómez- y Enrique Collazo -en nombre de los patriotas de la Isla-, el
plan de alzamiento.
Este fue descubierto por las autoridades españolas y, por consiguiente, todo el material bélico y logístico acopiado resultó incautado.
A pesar del gran revés que ello significó, Martí decidió seguir
adelante con los planes insurreccionales, lo que fue apoyado por los
principales jefes de las guerras anteriores.
El fracaso del La Fernandina,
lejos de amilanar a los independentistas, levantó el espíritu revolucionario.
Cuba estaba sumergida en una
crisis económica, matizada por la malversación de los presupuestos y una alta y
férrea política impositiva de la corona española.
Los cubanos carecían de derechos
políticos, incluso a ocupar cargos en el Gobierno. En ese escenario,
aparecieron partidos políticos que se oponían a la independencia de Cuba.
Ante la pérdida del control
económico, la corona subió de tono la represión, describen apuntes de la época.
La situación revolucionaria gestada en 1895 en Cuba estaba expresada
en la agudización de las contradicciones colonia-metrópoli.
Martí dispuso una consulta de
hondo significado político: la elección del General en Jefe del Ejército
Libertador, y ya el 18 de agosto de 1984 fue elegido el dominicano Máximo Gómez
por unanimidad.
Según han señalado estudiosos de tal
etapa histórica, esa era una opinión generalizada entre los emigrados y en la
Isla: sin la participación del valioso guerrero dominicano, resultaba imposible
el éxito completo de una nueva contienda.
Al asumir la encomienda que el Partido ponía en sus manos, el Generalísimo
se hacía cargo de una tarea esencial de la fase organizativa: debía convocar a
jefes y oficiales que en algún momento estuvieron bajo sus órdenes y, con
ellos, poner en movimiento una estructura militar.
En el camino, surgieron
desacuerdos en aspectos tácticos, y hubo momentos de incomprensión, pero todas
las dificultades se allanaron por la fuerza de los principios compartidos.
La guerra estalló el 24 de
febrero de 1895 y, aunque muchos historiadores aseguran que su inicio fue en el
poblado de Baire, de ahí que siempre se le recuerde como el Grito de Baire,
otros expertos aseveran que el alzamiento ocurrió de manera simultánea en
varios puntos de la geografía nacional.
Esta gesta -superior en diversos
aspectos a la Guerra de los Díez Años (1868-1878), tuvo el infortunio de que repitiera
errores de la campaña precedente, como la falta de unidad entre los jefes
militares, algo que aprovechó Estados Unidos.
La ausencia de consenso entre los líderes de la contienda posibilitó
que el país norteño encontrara una brecha para aniquilar los órganos
representativos de la nación cubana. También se sumó la pérdida física de
líderes político-militares aglutinadores, como Antonio Maceo y José Martí,
quienes perecieron en el campo de batalla.
Estados Unidos contempló durante 30
años la lucha del pueblo cubano y puso su empeño en apoderarse de la mayor de
las Antillas. Así lo dejó en claro cuando impidió la entrada de los mambises (combatientes
cubanos contra España) a Santiago de Cuba y con el Tratado de París, que ponía
fin a la denominada guerra hispano-cubano-americana.
Le quedaba aún al pueblo cubano
mucho camino de lucha por recorrer.
La historia de Cuba es muy rica; no habría tiempo suficiente para
referirse completamente a ella y a los hechos trascendentales que -como hilos
de sudor, sangre y sacrificio- fueron tejiéndola.
Muchos tomaron conciencia de que las previsiones del Maestro, como también se conoce a Martí, eran válidas para Cuba y el resto de América Latina, pues él supo comprender a tiempo del peligro que representaba el gigante del norte para los pueblos del continente. (Teresa Delgado Moreno. Fuentes consultadas: Ecured y diario Granma)