Mariblanca Sabas Alomá no puede
faltar en ninguna galería de grandes mujeres cubanas, no solo porque fue una de
las pocas figuras femeninas cimeras en el periodismo de su época, sino también por
su activismo en del movimiento feminista y su descollante militancia política.
Es conocida en los medios intelectuales nacionales, pero no tanto entre
el público, y es posible que muchos solo hayan escuchado sobre ella una
anécdota sabrosa: que fue la acompañante de la poetisa chilena Gabriela Mistral
aquel fatídico día en que la insigne andina, de visita en Cuba y hospedada por
nuestra poeta y escritora Dulce María Loynaz en su casona de El Vedado, debía
hacer acto de presencia al mediodía en un almuerzo loynaciano ofrecido en su
honor, al que estaba invitada la flor y nata de la intelectualidad habanera.
Esa mañana, Gabriela había querido ir a Cojímar, prometiendo estar de vuelta a
la hora de recibir a los invitados, pero nunca apareció. Dulce, dama de
exquisita elegancia y observadora fidelísima de las normas de la alta sociedad,
la llamó por teléfono para recordarle el compromiso, pero fue Mariblanca quien
tomó el auricular y, toda agitada (¿qué periodista no vive bajo la férrea
espuela de la tiranía del tiempo?), aseguró a Dulce que había hecho todo lo
posible por regresar a Gabriela a la ciudad a la hora convenida, pero esta se
negaba, alegando que no dejaría la magnífica visión del Caribe azul para ver
“la fea cara de Chacón y Calvo”, uno de los más prestigiosos e importantes
intelectuales cubanos de la época. Ya se sabe que aquella gabrielada terminó
con la expulsión de la chilena de la casa y de la amistad de Dulce María, pero,
sin embargo, no puso fin a la amistad entre esta y Mariblanca.
La fulgurante periodista nació en Guantánamo en 1901. Estudió en la Universidad de La Habana y realizó
estudios de Literatura en México, en la Columbia University y en la Universidad de Puerto Rico. Fue, además de
su quehacer en el periodismo, poetisa y activista social. Resultó electa delegada al Primer Congreso de Mujeres y miembro del
Grupo Minorista (dominado por la presencia masculina y donde solo hubo otra
mujer, María Villar Buceta), de la Liga Anti-Clerical, de la Liga
Antimperialista y del Club femenino de Cuba.
Fue la primera mujer que figuró en un Gabinete ministerial en Cuba
(durante la Presidencia de Carlos Prío Socarrás). En Santiago de Cuba, dirigió
la revista antimperialista Astral y colaboró en muchas publicaciones de esa
región. Sus escritos aparecieron también en las principales revistas y diarios
habaneros, como Social, Diario de la Marina, Grafos, Bohemia, Carteles, y en
otras de México, Argentina, Uruguay, Chile y España.
Escribió una serie de artículos acerca de la homofobia,
en 1928, y sobre la homosexualidad femenina, en los que, curiosamente,
identificaba al lesbianismo como una enfermedad social, y digo
curiosamente porque, además de sus muy bien definidas posiciones de izquierda y
antimperialistas, ella protestaba en sus escritos contra los estereotipos de
las feministas, defendía la desnudez y abogaba por la revisión radical de las
categorías de masculinidad y de feminidad.
He tenido que reírme cuando, hoy mismo, mientras buscaba material para
redactar este trabajo, consultaba el libro Damas de Social, de Nancy Alonso y
Mirta Yáñez, y encontré en él un texto de Mariblanca titulado Un
año de feminismo, publicado en 1928-29:
El
balance de las actividades desplegadas por el feminismo cubano durante el año
1928, es sin duda alguna el más interesante que se puede presentar desde que la
República es República (Sí: nosotras creemos junto con el ex Secretario de
Estado Dr. Carlos Manuel de Céspedes y Quesada, que la República de Cuba se
incorporó al concierto de las naciones libres de la Tierra en la madrugada del
10 de octubre de 1868: en lo que no podemos estar de acuerdo con tan ilustre
compatriota es en su peregrino concepto de que las dos intervenciones
norteamericanas que hemos tenido que sufrir nos han señalado interregnos en
nuestra soberanía). Bueno, decíamos que el feminismo cubano había escrito su
página más brillante y hermosa durante este año que acaba de expirar, y vamos a
tratar de demostrarlo.
Decía que me tuve que reír porque, de inmediato, reconocí en esta prosa
rutilante y atrevida a la mujer que ella fue: un auténtico modelo de combate, valiente,
desafiante, decidida y muy, muy desinhibida para su tiempo, tanto que las
pacatas integrantes de la alta sociedad cubana le huían como al diablo por su
ateísmo confeso y su negativa a obedecer normas que se consideraban entonces de
vida o muerte para una señora respetable, como fumar en público con el mayor
desparpajo.
En otras palabras: ya en este primer párrafo se alzó ante mis ojos lectores, genio y figura, la valkiria guerrera en toda su fuerza y su agresividad. La verdad es que se me pareció mucho a mí, y por un instante estuve tentada, como lo ha estado tanto tiempo Wendy Guerra al creerse la reencarnación de Annais Nin, de sentir que tengo metidas entre mis mitocondrias las de Mariblanca Sabas Alomá. Pero imposible, esa clase de estaturas son muy difíciles de reproducirse. Pero ella sigue lanzando sus dardos de fuego:
Es
curioso observar que las ocho mujeres que en la tarde del 17 de febrero de 1928
levantaron su voz en el recinto del Aula Magna de nuestra Universidad,
desmintieron la tradicional exuberancia palabrera que desde tiempo inmemorial
nos atribuyen los hombres, dando a estos una severa lección de valentía
ecuánime, de reposada fiereza, de justa y comedida dignidad.
Y me río aún más porque, si algo no tuvo nunca Mariblanca fue “reposada
fuerza”. Ella fue siempre un torbellino, una especie de volcán, y no en flor
como describiera Juan Ramón Jiménez a Dulce María Loynaz, sino en perpetua
erupción y arrojando lava a su paso de la Tierra a la Luna.
¡Pero qué bien, qué bien me cae Mariblanca Sabas Alomá! Dicen que no era
de una belleza deslumbrante, sino más bien discreta, aunque sus manos lucían hermosas
y finas; que poseía un cuerpo estilizado y se maquillaba con mucho carmín en
los labios, algo propio de la época; que usaba faldas, pero estas no alcanzaban
a contrarrestar el aire masculino del resto de su vestuario, incluyendo una
gorra ladeada que solía llevar sobre sus cabellos cortos y crespos, pues en
esos años ya las largas y románticas cabelleras ondeando al viento habían sido
demonizadas por la moda internacional y, desde luego, por las doctrinas
feministas y la realidad de la vida moderna, que exigía un vestuario cómodo y
práctico a las mujeres recién incorporadas a las fábricas, las oficinas… Dicen
también que la expresión de sus ojos era triste. Sí, a mí me lo parece. Como la
escritora norteamericana Djuna Barnes, acostumbraba Mariblanca llevar en sus
manos un bastón y una larga boquilla semejante a la de Laureen Bacall y, por
supuesto, con un cigarro encendido igual de largo que lanzaba su lumbre rojiza
a la cara de cualquiera como una diminuta llamita escapada del infierno. Otro
fragmento de uno de sus discursos no deja duda sobre la lava que era capaz de
vomitar en ciertos escenarios:
¿Revolucionarias?
¡Si! ¡Somos revolucionarias las feministas latinoamericanas! ¡Somos
revolucionarias porque somos mujeres, porque somos madres, es decir, porque
conscientes de nuestra responsabilidad histórica, matamos ya en nosotras el
hembrismo, la humillante resignación, la pasividad infame frente al imperio de
la maldad sobre la tierra! Mujeres; ¡manos a la obra, que el resplandor
rojizo de un alba no lejana alumbra nuestra victoria! Con nosotras, libres
y fuertes, los hombres y mujeres de pasado mañana. Contra nosotras, huraños y
sombríos, los espíritus reaccionarios, los cobardes explotadores de la humanidad.
Mariblanca saludó el
advenimiento de la Revolución cubana y fue fundadora de la Unión de Escritores
y Artistas de Cuba. Murió en La Habana en 1983.
Creí que escribir este
trabajo haría para mí el día de hoy uno más de los tantos que, por ya tan
largos años, he consagrado al servicio del periodismo, días que a veces derivan
hacia abordajes rutinarios de temas que no siempre cautivan al periodista, pero
son necesarios a la profesión.
No ha sido así: Mariblanca Sabas Alomá se me ha convertido de pronto en un espejo en el que me he visto reflejada hasta en el modo de vestir, aunque no tengo bastón y dejé de fumar hace décadas. Siempre he rechazado tener modelos, pero la vida juega a veces malas pasadas a los soberbios, y desde ahora reconozco que esta mujer es alguien a quien quiero parecerme mucho más. (Gina Picart Baluja)