Juana Borrero no puede estar ausente
en ninguna galería de grandes mujeres cubanas porque ella es una de nuestras
más grandes poetas y una de las más asombrosas manos femeninas que han tomado
un pincel en este país.
Juana fue una niña prodigio de la
historia cultural cubana, quien vino al mundo el 17 de mayo de 1877 en Santos
Suárez, No. 15, en la que el poeta Julián del Casal llamó la casona de Puentes Grandes,
hogar del clan Borrero.
El mundo la conoce, si es que la conoce, como una de
las pocas mujeres involucradas en el movimiento modernista. Murió el 9 de marzo
de 1896, en Cayo Hueso, Estados Unidos, adonde había emigrado con su familia
por razones políticas.
Hija del científico, investigador,
médico y escritor Esteban Borrero, Juana despuntó desde niña como poseedora de
múltiples talentos.
Aunque su obra poética y sus cartas
de amor a su novio Carlos Pío Urbach, recopiladas en dos tomos por Cintio
Vitier y Fina García-Marruz, es lo que mejor se conoce de ella, fue también una
pintora dotadísima y una retratista magnífica.
Carta ilustrada, de Juana Borrero. |
Si esta parte de su talento casi es desconocida, se debe a que, por su condición de mujer, no se le concedió la importancia que tenía, y a que muchos de sus cuadros están hoy perdidos o en colecciones privadas de quienes en vida fueron sus amigas. Hay que tener en cuenta que, cuando su padre la llevó al taller del reputado pintor Menocal, ya Juana pintaba y dibujaba como una artista completamente madura.
Este 8 de marzo, Día Internacional
de la Mujer, se impone la rememoración de la faceta menos conocida de su obra,
para apoyar la labor de justicia poética que todavía se adeuda a la figura de
Juana Borrero en las letras hispanoamericanas.
La muerte la sorprendió cuando aún no había cumplido los 19 años de edad. |
Dos poetas cubanos que la conocieron y tuvieron el privilegio de ser amados por ella le dedicaron páginas que la inmortalizan. Julián del Casal, uno de los más grandes poetas latinoamericanos de todos los tiempos, y Carlos Pío Urbach vieron en Juana, como a través de un cristal, el fulgor diamantino de su espíritu. He aquí fragmentos de sus testimonios, en los cuales comentan las altas dotes pictóricas de quien apenas vivió 18 años:
Para
comprender el valor de sus cuadros, es preciso contemplar algunos de ellos.
Corta serie de lecciones, recibida de distintos maestros, han bastado para que,
iluminada por su genio, se lanzase a la conquista de todos los secretos del
arte pictórico. Puede decirse, sin
hipérbole alguna, que está en posesión de todos ellos. “No me explique teorías,
porque son inútiles para mí – le decía recientemente a Menocal -, pinte un poco
en esa tela y así lo entenderé mejor”. Y, en efecto, al segundo día, la
discípula sorprendió al maestro con un boceto incomparable. Muchas personas
lo han admirado más tarde en el
Salón Pola. Era una cabeza de viejo, preparada en rojo, donde se encontraban
trozos soberbios. Aquella calva amarfilada, cubierta de grueso pañuelo, bajo
cuyos bordes surgían mechones de cabellos grises; aquella frente rugosa,
deprimida hondamente en las sienes, donde la piel parecía acabada de pegar a
los huesos; párpados abotagados, próximos a cerrarse sobre las pupilas
lánguidas, húmedas vidriosas; labios absorbidos que moldeaban una boca
desdentada aquellas bolsas de carne, colgadas alrededor de la barba, y sobre
todo aquella expresión de cansancio, de sufrimiento y de mansedumbre senil
sorprendían al más indiferente de los espectadores. Después de ese retrato, ha
hecho otros muchos, abordando de seguida el paisaje y el cuadro de fantasía.
Merece especial mención entre los primeros, el que representa la salida de su
hogar. En el fondo de vetusta casa, tras cuya altura se dilata el firmamento
azul, se ve una puerta solferina, de madera agrietada y de goznes oxidados,
encuadrada en ancho murallón, jaspeado por las placas verdinegras de la humedad
y enguirnaldado por los encajes de verde enredadera cuajada de flores. Frente
al murallón, serpentea un trozo del camino, sembrado de guijarros que chispean
a la luz del sol. Tallos de plantas silvestres se siguen a trechos. Hacia la
izquierda se extiende el río entre la yerba de sus orillas, como una banda de
tela plateada que ciñera una túnica de terciopelo verde. Así tiene otros
paisajes, lo mismo que cuadros de fantasía, que producen la impresión de lo
sublime en lo incompleto, pues al lado de trozos magistrales se ven algunos que
sólo su inexperiencia ha dejado sin retocar.
Dentro de poco tiempo, toda vez que una
artista de tan brillantes facultades no puede permanecer en la sombra, ya
porque una mano poderosa la arrastre a la arena del combate, ya porque se lance
ella misma a cumplir fatalmente su destino, su obra será sancionada por la
muchedumbre y su nombre recibirá la marca candente de la celebridad. Entonces llegarán para ella los días de prueba, los
días en que se cicatrizan las viejas heridas o se abren las que ningún bálsamo
ha de cerrar, los días en que el alma se estrella de ilusiones o las esperanzas
naufragan en el mar de las lágrimas, los días en que uno se siente más
acompañado o tal vez más solo que nunca, los días en que fuerzas generosas nos
encumbran a las nubes o manos enemigas nos empujan a los abismos de la
desolación. ¡Ay de ella si no sabe, al llegar esa época, encastillarse con su
ideal, nutrir con su sangre sus ensueños, dar rienda suelta a su temperamento,
agigantarse ante los ataques, desoír consejos ridículos, aplastar las babosas
de la envidia y mostrar el más absoluto desprecio, al par que la más profunda
indiferencia, por las opiniones de los burgueses de las letras! (Julián del Casal)
Sus pinceles supieron conquistarle lauros. Cada cuadro era un triunfo, cada rasgo el signo de una inspiración. Yo soy un indocto. Yo no puedo juzgarla. Casal ya expresó su valía. Yo no he sabido más que amarla, como ya no sabré más que recordarla llorando. Recuerdo que sus predilectos eran, por rara coincidencia, también los míos. Christian Chalón y el gran Boticelli la encantaban! Una ocasión me describía la gran tela El Destino del simbolista italiano, y su semblante se animaba, traduciendo sus sensaciones de modo tan asombroso que sus ideas iban a clavarse en mi cerebro conmoviendo toda mi red nerviosa. Sus pupilas fosforecían radiosas como agrandándose en dilataciones elásticas para abarcar el conjunto de la pintura sugestiva y acabada que ponía ante ellas el poder irreductible del recuerdo… y terminaba por dejarme profundamente impresionado, pálido, anheloso, como si hubiera puesto ante mí el cuadro y prestado su sensibilidad dolorosa por lo sutil, para apreciarlo… Después serenábase su rostro adquiriendo la expresión inteligente que le era habitual, como si aquel soplo tormentoso que cruzó por su alma, llegando de las regiones de la Belleza, no hubiese alterado su espíritu! (Carlos Pío Urbach)
Cuadro printado por Juana Borrero. |
Paréceme que no estaría completo este trabajo, intento de memorabilia, si no incluyera una extensa cita tomada de la revista Opus Habana y firmado por Hortencia Páramo Cabrera, donde se ofrecen al lector datos enjundiosos sobre la Juana artista plástica:
Más
conocida como poeta que como pintora, Juana Borrero (1877-1896) fue y continúa
siendo un caso excepcional de extraordinario y precoz talento para ambas
manifestaciones artísticas, aunque según una voz tan autorizada como la de la
poetisa Fina García-Marruz, su obra pictórica fue “tanto o más importante que
la poética”, opinión que parece ya advertirse en la reseña que de ella hace el
poeta decimonónico cubano Julián del Casal cuando alude a “su genio pictórico,
a la vez que poético”, observación en la que enfatiza Rigol.
Quizás el hecho de
que una buena parte de sus pinturas y dibujos se dispersaran entre los hogares
de familiares o de sus amistades de Cuba o de Nueva York, por donde Juana
transitó en dos ocasiones, o fueran destruidos por las autoridades españolas
cuando con su padre, comprometido en la lucha por la independencia de Cuba,
tuvo que emigrar a Cayo Hueso, haya contribuido a una menor difusión,
consideración y estudio, a pesar de que lo conservado resulta suficiente para
dar muestras de su talento. Pudiera
también estimarse que tampoco deben haber sido muchos estos trabajos dada su
muerte prematura antes de los 19 años de edad, aunque su precocidad la sitúa ya
a los 12 años de edad realizando sus primeras y destacadas pinturas u
ornamentando artísticamente su correspondencia.
Juana fue
estudiante de la Academia de San Alejandro, a la cual ingresó en el curso
1887-1888, tal como consta en el folio 178 del Libro de Actas correspondientes
a los cursos del 1863-64 al 1891-92. La asignatura matriculada fue Dibujo
Elemental, y obtuvo calificación de Bueno. No hubo otra matrícula; no fue una
de nuestras pretendidas “graduadas”. Podríamos por ello decir que su obra fue
hecha predominantemente a base de talento, lo cual es cierto en buena medida,
pero no podemos establecer que fue autodidacta. Tuvo maestros que la enseñaron y guiaron, a pesar de que se intenta
presentar lo contrario, sobre todo a partir de la repetida anécdota en la que
Casal relata el primer encuentro de la niña con el excelente artista académico
y profesor Armando Menocal, recién regresado de Europa en 1889, y a quien el
padre de Juana le encomienda hacerse cargo de sus estudios en la materia.
Casal narra que,
cuando el maestro procedió a explicarle a la niña, de apenas 12 años de edad,
algunos que otros principios o leyes de la pintura, ella le pidió que no le explicara
teorías. Cierto es que a esa edad los niños suelen aprender más imitando que
asimilando teorías, las cuales, la mayoría de las veces, les resultan tediosas
e incomprensibles; también podríamos considerar que en Juana se da esa premura
de quien intuye que tiene poco tiempo en la vida para hacer su obra.
Hasta aquí el
relato del poeta. Pero hay otros alrededor de esta historia que añaden que
Menocal, ante el boceto de la niña, respondió: “(…) no tengo nada esencial que
enseñarte”.
Nos puede parecer
exagerada esta parte, sobre todo porque, posterior a este encuentro, el artista
continuó siendo el maestro de Juana y, según otros testimonios, bajo la
dirección de Menocal ella, además, organizó su cultura, tuvo acceso a los
clásicos españoles e italianos y fue ampliando sus conocimientos formales.
Continúa narrando
Casal, que aquella primera muestra de su
talento era “una cabeza de viejo, preparada en rojo, donde se encontraban
trazos soberbios”, la cual varios años más tarde fue exhibida públicamente,
junto a otras obras de la artista, por lo que se pudiera pensar que Juana gozó,
a pesar de que se trataba todavía de un trabajo de principiante, de un temprano
reconocimiento; pero no fue exactamente así, a juzgar por lo que el propio
Casal comenta y de lo que se lamenta: “Los periódicos no se han ocupado de sus
producciones, más que en el folletín o en la sección de gacetillas, sitios
destinados a decir lo que no compromete, lo que no tiene importancia, lo que
dura un solo día, lo que sirve para llenar renglones”.
Sin embargo, Fina
García Marruz opina que, por esta época, Juana “ya ha sido saludada por la
crítica de su tiempo. Su retrato aparece en El Fígaro, pincel en mano, ante un
cuadro enorme, con su aire de mariposa pequeña de grandes alas oscuras». Y si
esta mención no deja de ser importante, tratándose de una muchacha desconocida
e inexperta en estas artes, tampoco podemos colegir que estaba ante su
consagración.
La historia de la formación de Juana Borrero es una síntesis de lo que fue la historia de la itinerante y oscilante formación de la mujer como artista de la plástica en el siglo XIX cubano. (Gina Picart)